clarice lispector

la pasión según G. H.

a paixão segundo G.H.

 

Traducción del portugués de Alberto Villalba

Biblioteca Clarice Lispector

Siruela

Editora Rocco

 

Este libro es como cualquier libro. Pero me sentiría contenta si lo

leyesen únicamente personas de alma ya formada. Aquellas que saben

que el acercamiento, a lo que quiera que sea, se hace de modo gradual

y penoso, atravesando incluso lo contrario de aquello a lo que uno se

aproxima. Aquellas personas que, solo ellas, entenderán muy lentamente

que este libro nada quita a nadie. A mí, por ejemplo, el personaje de

G. H. me fue dando poco a poco una alegría difícil; mas alegría, al fin.

 

C. L. 

 

A POSSÍVEIS LEITORES

Este livro é como um livro qualquer.

Mas eu ficaria contente se fosse lido apenas por pessoas de alma já formada.

Aquelas que sabem que a aproximação, do que quer que seja, se faz

gradualmente e penosamente – atravessando inclusive o oposto daquilo que se vai

aproximar. Aquelas pessoas que, só elas, entenderão bem devagar que este livro

nada tira de ninguém.

A mim, por exemplo, o personagem G. H. foi dando pouco a pouco uma

alegria difícil; mas chama-se alegria.

C.L.

A complete life may be one ending in so

full identification with the non-self that there

is no self to die.

Bernard Berenson

 

 

[ezcol_1half] … Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender. Intento

dar a alguien lo que he vivido y no sé a quién, pero no quiero

quedarme con lo que he vivido. No sé qué hacer con ello, tengo

miedo de esa desorganización profunda. Desconfío de lo que me

ocurrió. ¿Me sucedió algo que quizá, por el hecho de no saber

cómo vivir, viví como si fuese otra cosa? A eso querría llamarlo

desorganización, y tendría yo la seguridad para aventurarme,

porque sabría después a dónde volver: a la organización primitiva.

A eso prefiero llamarlo desorganización, porque no quiero

confirmarme en lo que viví: en la confirmación de mí perdería el

mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro.

Si me confirmo y me considero verdadera, estaré perdida,

porque no sabría dónde encajar mi nuevo modo de ser; si avanzase

en mis visiones fragmentarias, el mundo entero tendría que

transformarse para que ocupase yo un lugar en él.

He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es.

No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna

que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un

trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser

una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve:

solo dos piernas. Sé que únicamente con dos piernas es como

puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta

y me asusta; era ella la que hacía de mí algo hallable por mí misma,

y sin necesitar siquiera inquietarme por ello.

¿Estoy desorganizada porque he perdido lo que no necesitaba?

En esta mi nueva cobardía –la cobardía es lo más nuevo

que me acontece, es mi mayor aventura, esa mi nueva cobardía

es un campo tan amplio, que solo una gran valentía me lleva a

aceptarla–, en mi nueva cobardía, que es como despertarse por

la mañana en casa de un desconocido, no sé si tendré valor para

simplemente marchar. Es difícil perderse. Es tan difícil, que probablemente

prepararé deprisa un modo de hallarme, incluso aunque

hallarme sea nuevamente la mentira de que vivo. Hasta ahora

hallarme era ya tener una idea de persona en la que insertarme:

en esa persona organizada me encarnaba, y en lo mismo sentía el

gran esfuerzo de construcción que era vivir. La idea que me hacía

de la persona procedía de mi tercera pierna, de la que me sujetaba

al suelo. Pero ¿y ahora? ¿Seré más libre?

No. Sé que aún no siento libremente, que pienso de nuevo

porque mi objetivo es hallar, y que por seguridad denominaría

hallar al momento de descubrir un medio de salida. ¿Por qué no

tengo valor para hallar al menos un medio de entrada? Oh, sé

que he entrado, sí. Pero me asusté porque no sé a dónde conduce

esa entrada. Y nunca antes me había yo dejado llevar, a menos

que supiese hacia qué.

Ayer, sin embargo, perdí durante horas y horas mi montaje

humano. Si tuviese valor, me dejaría seguir perdida. Pero temo lo

que es nuevo y temo vivir lo que no entiendo; quiero siempre tener

la garantía de, al menos, pensar que entiendo, no sé entregarme

a la desorientación. ¿Cómo explicar que mi mayor miedo esté

precisamente relacionado con el ser? Y, no obstante, es el único

camino. ¿Cómo se explica que mi mayor miedo sea precisamente

el de ir viviendo lo que vaya sucediendo? ¿Cómo se explica que

no soporte yo ver, solo porque la vida no es la que pensaba sino

otra?, ¡como si antes hubiese sabido lo que era! ¿Por qué el ver

produce una desorganización tal?

Y una desilusión. Pero, desilusión, ¿de qué? ¿Si, sin ni siquiera

sentir, yo soportaría mal mi organización apenas construida?

Tal vez la desilusión sea el miedo a no pertenecer más a un sistema.

A pesar de ello, se debería decir así: él es muy feliz porque

finalmente se desilusionó. Lo que yo era antes no era bueno para

mí. Pero de ese no-bueno yo había organizado lo mejor: la esperanza.

De mi propio mal había creado un bien futuro. El miedo

ahora ¿es que mi nuevo modo carezca de sentido? Pero ¿por qué

no me dejo guiar por lo que vaya ocurriendo? Tendré que correr

el sagrado riesgo del azar. Y sustituiré el destino por la probabilidad.

Pese a ello, los descubrimientos en la infancia, ¿se producirían

como en un laboratorio donde se encuentra lo que debía

encontrarse? ¿Fue entonces en la edad adulta cuando tuve miedo

y creé la tercera pierna? Mas como adulto, ¿tendré el valor

infantil de perderme? Perderse significa ir hallando y no saber

qué hacer con lo que se va descubriendo. Con las dos piernas

que andan, pero sin la tercera que asegura. Y quiero estar cautiva.

No sé qué hacer con la aterradora libertad que puede destruirme.

Pero, cuando estaba presa, ¿estaba contenta? ¿O había,

y había, algo falso e inquieto en mi feliz rutina de prisionera?

O había, y había, algo palpitante, a lo que estaba tan habituada

que pensaba que latir era ser una persona. ¿Lo es? También,

también…

Me siento tan asustada cuando me doy cuenta de que durante

horas he perdido mi formación humana… No sé si tendré alguna

otra para sustituir la perdida. Sé que habré de andarme con cuidado

para no utilizar subrepticiamente una nueva tercera pierna

que me brota tan fácilmente como el capín*, y para no llamar a

esa pierna protectora «una verdad».

[* Especie de heno, mala hierba. (N. del T.)]

Pero es que tampoco sé qué forma dar a lo que me ha ocurrido.

Y sin dar una forma, nada existe para mí. ¡¿Y… y si en realidad

nada ha existido?! ¿Quién sabe si nada me ha ocurrido? Solo

puedo comprender lo que me ocurre, mas solo sucede lo que

comprendo, ¿qué sé de lo demás? Lo demás no existe. ¡Quién

sabe si nada ha existido! ¿Quién sabe si he sufrido solamente una

lenta y gran disolución? ¿Y que mi lucha contra esa desintegración

sea esta: la de intentar ahora darle una forma? Una forma

circunscribe el caos, una forma da estructura a la sustancia amorfa;

la visión de una carne infinita es la visión de los locos, pero si

cortase yo la carne en pedazos y los distribuyese a lo largo de los

días y según los apetitos, entonces no sería ya la perdición y la

locura: sería nuevamente la vida humanizada.

La vida humanizada. Yo había humanizado demasiado la vida.

Pero ¿qué hacer ahora? ¿Debo encararme con la visión entera,

incluso si ello significa tener una verdad incomprensible?

¿O debo dar una forma a la nada, y este será mi modo de integrar

mi propia desintegración en mí? Mas estoy tan poco preparada

para entender… Antes, siempre que lo había intentado, mis límites

me producían una sensación física de malestar; cualquier inicio de

pensamiento me hace hervir el cerebro. Creo que me vi obligada a

reconocer, sin lamentarlo, los límites de mi escasa inteligencia, y

desanduve el camino. Sabía que estaba predestinada a pensar poco,

cavilar me restringía dentro de mi piel. ¿Cómo, entonces, inaugurar

en mí la reflexión? Y tal vez solo la reflexión me salvase: temo

la pasión.

Ya que tengo que salvar el día de mañana, ya que debo tener

una forma, porque no me siento con fuerzas para permanecer

desorganizada, ya que fatalmente necesitaré encuadrar la monstruosa

carne infinita y cortarla en trozos asimilables para el tamaño

de mi boca y la capacidad de visión de mis ojos, ya que

fatalmente sucumbiré a la necesidad de forma que procede de mi

pavor de permanecer sin límites, entonces al menos que tenga yo

el valor de dejar que esa forma se forme enteramente sola como

una costra que por sí misma se endurece, la nebulosa de fuego

que, enfriándose, se convierte en tierra. Y que tenga el gran valor

de resistir a la tentación de inventar una forma.

Ese esfuerzo que he de hacer ahora para dejar subir a la superficie

un sentido, cualquiera que sea, ese esfuerzo se vería facilitado

si fingiese escribir para alguien.

Pero recelo de comenzar a componer para que me pueda entender

alguien imaginario, recelo de comenzar a «elaborar» un

sentido, con la misma mansa locura que hasta ayer era mi modo

sano de encajar en un sistema. ¿Habré de tener el valor de utilizar

un corazón desprotegido y hablar para nada y para nadie? Tal

como un niño piensa para nada. Y correr el riesgo de ser triturada

por el azar.

 [/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]        estou procurando, estou procurando. Estou tentando entender. Tentando

dar a alguém o que vivi e não sei a quem, mas não quero ficar com o que vivi. Não

sei o que fazer do que vivi, tenho medo dessa desorganização profunda. Não

confio no que me aconteceu. Aconteceu-me alguma coisa que eu, pelo fato de não

a saber como viver, vivi uma outra? A isso quereria chamar desorganização, e teria

a segurança de me aventurar, porque saberia depois para onde voltar: para a

organização anterior. A isso prefiro chamar desorganização pois não quero me

confirmar no que vivi – na confirmação de mim eu perderia o mundo como eu o

tinha, e sei que não tenho capacidade para outro.

Se eu me confirmar e me considerar verdadeira, estarei perdida porque não

saberei onde engastar meu novo modo de ser – se eu for adiante nas minhas visões

fragmentárias, o mundo inteiro terá que se transformar para eu caber nele.

Perdi alguma coisa que me era essencial, e que já não me é mais. Não me é

necessária, assim como se eu tivesse perdido uma terceira perna que até então me

impossibilitava de andar mas que fazia de mim um tripé estável. Essa

terceira perna eu perdi. E voltei a ser uma pessoa que nunca fui. Voltei a ter o que

nunca tive: apenas as duas pernas. Sei que somente com duas pernas é que posso

caminhar. Mas a ausência inútil da terceira me faz falta e me assusta, era ela que

fazia de mim uma coisa encontrável por mim mesma, e sem sequer precisar me

procurar.

Estou desorganizada porque perdi o que não precisava? Nesta minha nova

covardia – a covardia é o que de mais novo já me aconteceu, é a minha maior

aventura, essa minha covardia é um campo tão amplo que só a grande coragem me

leva a aceitá-la -, na minha nova covardia, que é como acordar de manhã na casa

de um estrangeiro, não sei se terei coragem de simplesmente ir. É difícil perder-se.

É tão difícil que provavelmente arrumarei depressa um modo de me achar, mesmo

que achar-me seja de novo a mentira de que vivo. Até agora achar-me era já ter

uma idéia de pessoa e nela me engastar: nessa pessoa organizada eu me encarnava,

e nem mesmo sentia o grande esforço de construção que era viver. A idéia que eu

fazia de pessoa vinha de minha terceira perna, daquela que me plantava no chão.

Mas e agora? estarei mais livre?

Não. Sei que ainda não estou sentindo livremente, que de novo penso

porque tenho por objetivo achar – e que por segurança chamarei de achar o

momento em que encontrar um meio de saída. Por que não tenho coragem de

apenas achar um meio de entrada? Oh, sei que entrei, sim. Mas assustei-me

porque não sei para onde dá essa entrada. E nunca antes eu me havia deixado

levar, a menos que soubesse para o quê.

Ontem, no entanto, perdi durante horas e horas a minha montagem

humana. Se tiver coragem, eu me deixarei continuar perdida. Mas tenho medo do

que é novo e tenho medo de viver o que não entendo quero sempre ter a garantia

de pelo menos estar pensando que entendo, não sei me entregar à desorientação.

Como é que se explica que o meu maior medo seja exatamente em relação: a ser? e

no entanto não há outro caminho. Como se explica que o meu maior medo seja

exatamente o de ir vivendo o que for sendo? como é que se explica que eu não

tolere ver, só porque a vida não é o que eu pensava e sim outra como se antes eu

tivesse sabido o que era! Por que é que ver é uma tal desorganização?

E uma desilusão. Mas desilusão de quê? se, sem ao menos sentir, eu mal

devia estar tolerando minha organização apenas construída? Talvez desilusão seja

o medo de não pertencer mais a um sistema. No entanto se deveria dizer assim:

ele está muito feliz porque finalmente foi desiludido. O que eu era antes não me

era bom. Mas era desse não-bom que eu havia organizado o melhor: a esperança.

De meu próprio mal eu havia criado um bem futuro. O medo agora é que meu

novo modo não faça sentido? Mas por que não me deixo guiar pelo que for

acontecendo? Terei que correr o sagrado risco do acaso. E substituirei o destino

pela probabilidade.

No entanto na infância as descobertas terão sido como num laboratório

onde se acha o que se achar? Foi como adulto então que eu tive medo e criei a

terceira perna? Mas como adulto terei a coragem infantil de me perder? Perder- se

significa ir achando e nem saber o que fazer do que se for achando. As duas pernas

que andam, sem mais a terceira que prende. E eu quero ser presa. Não sei o que

fazer da aterradora liberdade que pode me destruir. Mas enquanto eu estava presa,

estava contente? Ou havia, e havia, aquela coisa sonsa e inquieta em minha feliz

rotina de prisioneira? Ou havia, e havia, aquela coisa latejando, a que eu estava tão

habituada que pensava que latejar era ser uma pessoa. É? Também , também.

Fico tão assustada quando percebo que durante horas perdi minha formação

humana. Não sei se terei uma outra para substituir a perdida. Sei que precisarei

tomar cuidado para não usar superficialmente uma nova terceira perna que em

mim renasce fácil como capim, e a essa perna protetora chamar de uma

verdade Mas é que também não sei que forma dar ao que me aconteceu. E sem

dar uma forma, nada me existe. E – e se a realidade é mesmo que nada existiu?!

Quem sabe nada me aconteceu? Só posso compreender o que me acontece mas só

acontece o que eu compreendo – que sei do resto? O resto não existiu. Quem sabe

nada existiu! Quem sabe me aconteceu apenas uma lenta e grande dissolução? E

que minha luta contra essa desintegração está sendo esta: a de tentar agora dar-lhe

uma forma? Uma forma contorna o caos, uma forma dá construção à substância

amorfa – a visão de uma carne infinita é a visão dos loucos, mas se eu cortar a

carne em pedaços e distribuí-los pelos dias e pelas fomes – então ela não será mais

a perdição e a loucura: será de novo a vida humanizada.

A vida humanizada. Eu havia humanizado demais a vida.

Mas como faço agora? Devo ficar com a visão toda, mesmo que isso

signifique ter uma verdade incompreensível? ou dou uma forma ao nada, e este

será o meu modo de integrar em mim a minha própria desintegração? Mas estou

tão pouco preparada para entender. Antes, sempre que eu havia tentado, meus

limites me davam uma sensação física de incômodo, em mim qualquer começo de

pensamento esbarra logo com a testa. Cedo fui obrigada a reconhecer, sem

lamentar, os esbarros de minha pouca inteligência, e eu desdizia caminho. Sabia

que estava fadada a pensar pouco, raciocinar me restringia dentro de minha pele.

Como, pois, inaugurar agora em mim o pensamento? E talvez só o pensamento

me salvasse, tenho medo da paixão.

Já que tenho de salvar o dia de amanhã, já que tenho que ter uma forma

porque não sinto força de ficar desorganizada, já que fatalmente precisarei

enquadrar a monstruosa carne infinita e cortá-la em pedaços assimiláveis pelo

tamanho de minha boca e pelo tamanho da visão de meus olhos, já que fatalmente

sucumbirei à necessidade de forma que vem de meu pavor de ficar delimitada –

então que pelo menos eu tenha a coragem de deixar que essa forma se forme

sozinha como uma crosta que por si mesma endurece, a nebulosa de fogo que se

esfria em terra. E que eu tenha a grande coragem de resistir à tentação de inventar

uma forma.

Esse esforço que farei agora por deixar subir à tona um sentido, qualquer

que seja, esse esforço seria facilitado se eu fingisse escrever para alguém.

Mas receio começar a compor para poder ser entendida pelo alguém

imaginário, receio começar a “fazer” um sentido, com a mesma mansa loucura que

até ontem era o meu modo sadio de caber num sistema. Terei que ter a coragem

de usar um coração desprotegido e de ir falando para o nada e para o ninguém?

Assim como uma criança pensa para o nada. E correr o risco de ser esmagada pelo

acaso.

[/ezcol_1half_end]

 

 

 

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