Me habría gustado ser el dueño de un tiovivo, pero esto no quiere decir lo que parece. Mejor: si yo fuera otro

me habría gustado ser el dueño de un tiovivo, pero de ninguna manera me gustaría ser otro, y menos aún otro

que fuera el dueño de un tiovivo.

A pesar de tantas condiciones, mi nostalgia, mi deseo, mis ganas de ser el dueño de un tiovivo perduran, aunque

no pueda encajárselas a otro, a nadie.

 

“¿Hay que empezar por el principio?” Era una de las preguntas preferidas de la lógica de la neurosis, experta en

hacer dilemas cornudos de cualquier trivialidad.

Con el tiempo había aprendido que, a la hora de empezar algo, no se trataba de ignorarla cuando comenzaba a

interrogar, porque entonces repetía la pregunta una y otra vez hasta agotarme.

Para disolverla con cierta eficacia era necesario tener en cuenta un par de cosas:

la primera: que la pregunta procedía de un yo, de otro yo que era mío pero no era mi yo, y al que había que

poner en su sitio con un trato respetuoso pero tajante;

la segunda: que la respuesta que mejor contrarrestaba la pregunta consistía en soldar los términos del dilema

con una contestación breve y contralógica, de manera que, casi inmediatamente después de la pregunta,

yo respondía: sí y no.

Y sin darle tiempo a reponerse, dirigía la atención a otro asunto.

Me creía muy listo entonces, pero no tardé en caer en la cuenta de que el pensamiento, la pregunta, el yo principal y

el secundario, la insistencia y el absurdo no eran de la tortuosa neurosis: eran exacta y solamente míos.

 

He contado sin premeditación un par de asuntos personalmente impersonales para mostrar que cobijamos en nuestro

interior muchas movidas impropiamente nuestras y que la nave submarina del yo, al mando del cadáver del capitán Nemo,

es un nautilus sin rumbo, desvencijado, que hace agua por todas las juntas: las escotillas cierran mal, la proa derrota

hacia estribor, y el pulpo gigante que nos abrazaba a todas horas, sin importarle lo que dijeran de nosotros en todo el

océano, ha empezado a coquetear con un cachalote azul.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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