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francisco umbral

 

 

diario de un escritor burgués

1979

 

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jueves

 

Ya no está de moda lo mondaine.

Bueno, ya no está de moda la palabra. Porque lo mondaine sigue siendo lo mondaine

y quizá más mondaine que nunca.

Lo que no está de moda, ahora, es el francés. Ahora se dice en inglés: la jetsociety,

la high-life, todo eso. Pero la gente se lo sigue pasando muy bien.

Mi fascinación por lo mondaine es la fascinación de Proust por las marquesas, con

perdón. Una fascinación distanciada. Cualquier cosa observada al microscopio es

apasionante. Lo mismo una bacteria que una marquesa.

Decía Ortega que el amor es un fenómeno superior de la atención. El odio también

puede ser un fenómeno superior de la atención. Se observa atentamente a la marquesa

o a la célula cancerosa, y puede acabar uno odiándola en seguida.

Lo mondaine (prefiero seguir llamándolo así por lo que la palabra tiene ya de degradatorio

y pasatista) es divertido. Lo mondaine es el esnobismo, es el mundo de la gente que

se ha instalado en la superficie de las cosas.

Hay como una fiesta continua, una orgía perpetua, en torno mío, una fiesta giratoria, que

diría Hemingway más o menos. Si uno quiere, puede uno empalmar la fiesta de la noche

con la de la mañana, seguir con un almuerzo elegante y continuar en el cóctel de cada

tarde.

Hay un momento en que uno descubre con perplejidad que podría vivir, comer y beber,

mantenerse a flote indefinidamente sin más esfuerzo que sostener una copa en la mano

y sonreír.

La sociedad burguesa siempre está dando una fiesta en alguna parte.

Y uno siempre está invitado a esa parte o a otra fiesta. Lo mismo que en el mar, en la alta

sociedad lo difícil es hundirse. Lo más fácil es mantenerse a flote.

No otra cosa es el playboy que el hombre de mundo de otros tiempos. El hombre que

sabe estar en el mundo, flotar en el aire del mundo.

La tentación de lo mondaine (lo mondaine no resiste el más ligero análisis) es la tentación

de flotar, de dejarse llevar, de sonreír y beber dulcemente. Siempre hay unas gentes

dispuestas a invitarte, a llevarte de viaje, a darte de comer, poco importante o poco divertido

que seas. Basta con muy poco.

Hay momentos, situaciones de la vida en que ya es prácticamente imposible morirse de

hambre o de soledad. Vas pasando de unas manos doradas a otras manos doradas

como una mercancía frágil y distraída. Es un placer y una tontería.

—Cuidado, que le pueden comprar a usted, le pueden sobornar, le pueden

integrar.

Estas advertencias, ya, nos hacen reír. Sonreír. Lo mondaine es tan vano y tan banal,

con be y con uve, que sólo puede seducir a los tontos, y de hecho hay muchos tontos

en el gran mundo. Los demás, cuando asomamos por allí, es, ya digo, para observar,

divertirnos, distanciarnos y deducir una vez más que no hay nada tan hermoso como

quedarse en casa con un huevo duro de cena y un libro de Luis Cernuda para leer toda

la noche.

Lo que me fascina de lo mondaine no es lo mondaine sino ese fenómeno curioso y

rotatorio, el movimiento continuo de la fiesta.

El descubrimiento sociológico de que se puede vivir sin hacer nada, indefinidamente,

sólo con ser un poco simpático, no dar la lata, no tener enfermedades, comprometerse

con todas las mujeres y con ninguna, y no hablar de política.

Sobre todo, eso. No hablar de política.

Los mondaines, los mundanos no son más superficiales ni más profundos que el paleto

o el intelectual. No son más cultos ni más incultos. Tienen una cultura de aviones,

tabacos y Bahamas, como el pastor tiene una cultura de ovejas y estrellas, y el intelectual

tiene una cultura de libros y fechas.

Siempre he sostenido que no hay cultura e incultura, sino diferentes culturas, porque

de hecho el hombre no puede vivir ni sobrevivir sin una cultura, es decir, sin un sistema

de defensas y explicaciones frente al medio que le rodea.

El esquimal tiene una cultura de iglú, focas y hielos que para nosotros sería un mundo

y que no asimilaríamos en toda nuestra vida.

El snob también. El mondaine también. Lo que pasa es que hemos dado en llamar

cultura solamente a la de los profesionales de la cultura. En cuanto a los valores morales,

me parece que son igualmente escasos y lamentables entre las marquesas que entre

los funcionarios del Estado.

El cotilleo, la trampa, el engaño, el halago, la mentira y el odio se dan naturalmente en

el pecho humano, y ya Borges nos hace observar que, después de los novelistas rusos,

todo es posible, desde el crimen por amor hasta el robo por generosidad.

Por eso la psicología ha perdido interés: porque del hombre puede esperarse todo y

no hay que sorprenderse de nada. Ni siquiera de la bondad.

Hay temporadas en que me lanzo a lo mondaine, sin duda huyendo de algo, y pienso

que todos los mondaines, todos los snobs huyen de algo.

Una fiesta mundana es siempre una concentración de evadidos. Todo el mundo viene

huyendo de algo, y se agarran al whisky como a un barrote de vidrio.

Lo mundano se acaba en sí mismo, es el arte de la flotación, el vuelo sin motor,

una dulce inercia en la que nos dejamos llevar cuando no tenemos valor o fuerzas para

caminar por nosotros mismos.

Ay, a veces, si no fuera por lo mondaine.

 

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