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gonzalo

rojas

desocupado

lector

tela de

chagall

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Entonces para la pintar voy a inventar a una mujer

llamada Ana

de Murcia por lo bíblico

y azafrán del nombre, voy

mariposa de una vez a escribirla

en el aire ciego como habría hecho Borges

de Buenos Aires con aroma

y aceite de Chagall hasta quedar pasado a Chagall

de ver y de intraver por dentro la mariposa

temblorosa, pordiosero

de su lozanía, voy a imantarla

en varias direcciones: 1) hacia el sur

contra el pathos y a favor del distanciamiento, 2)

sin grandes precauciones ligera

hacia las estrellas del Este, 3) terráquea

al Oeste y medieval, esto quiere decir total

y mortal en el encantamiento, 4) al norte

además que es por donde sale Heráclito.

Vestida así no habrá espalda

más hermosa de muchacha, línea

de la nariz, nácar

más traslúcido de piel, ventilada

más aérea para la danza, casta

y libertina como ha de ser la sangre de la mujer

eximia de afeites, amapola

entre los venados velocísimos,

gozosa de parto.

Pintada de sí pueda la invención

gloriosa unirme a sus arterias por hierogamia

de suerte que novilla y Zeus hagan

otra mariposa más verde,

                                      pueda ahora

que es jueves entrar en la figura

otros nueve meses y salir volando de adentro

de su esbeltez, riendo

de ser rey como Borges y crezca

Buenos Aires pese al verano

cruel, y lo arbitrario

de la pérdida sea elegancia, un

sosiego de palomas, y Ana

de Murcia por lo visto exista viniendo

en su vestido blanco de vidrio,

                                               y yo

perdure de ella.

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