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acerca de la dificultad de volver atrás

 

Era de tarde. Estaba muy oscuro aunque no fuesen más que las cinco. Yo me hallaba en una angustia mortal, angustia, también abatimiento, sobre todo en una angustia mortal. Extendido, sin movimiento, me pregunta  si el accidente en verdad había ocurrido, si mis piernas de hecho habían sido quebradas, o si era sólo en mí mismo (¡si sólo pudiera ser eso!) un espectáculo que había entrado demasiado viviente en las peregrinaciones y las evocaciones de mi espíritu, y no me atrevía a verificar, me mantenía quieto sobre el diván rojo del cuarto del hotel sintiendo la tragedia, sin mover un músculo, teniendo miedo de verificar aquello que, a partir de esa inspección demasiado fácil, se volvería irrevocable, irrevocablemente sin duda mi desdicha, y habría querido arrojar esa jornada fuera de mi vida.

Pero estaba ahí, hacia su fin, es cierto, pero ya totalmente llena, llena de ese enorme y estúpido camión que vino hacia mí de pronto como un faro oscuro, y yo me preguntaba si sus ruedas desmesuradas realmente habían pasado sobre mí o  bien si prefería, aunque fuera media hora más, solamente, abrir la puerta, dejar una posibilidad a mis piernas, pesadas ya como mojones de piedra- demasiado bien veía que nunca volvería a levantarme, atacado como lo estaba con mis doce gramos de albúmina, sin una mejoría desde hace dos años, infectándome por una nada, por un pinchazo de escaramujo, no pudiendo soportar ninguna operación a causa de mi corazón; sin embargo, sería muy necesario que la hicieran, la cual, naturalmente, no saldría bien, tres meses después tendrían que volver a rompérmelas y naturalmente ya no tendría fuerzas. Bañado en un sudor trío, no lograba decidirme a levantar la manta sobre mis piernas donde pesaba el plomo y más bien, forzándome con resto de sangre fría, trataba de volver atrás en el accidente, hasta aquello que lo había precedido inmediatamente (fuese realidad o evocación), y en ese último caso, tomar otro camino que aquél por el cual había desembocado el ruidoso y estúpido camión de cinco toneladas.

Y en eso estaba, buscando la ruta en mi memoria, cuando me vi sumido en otra preocupación, excelente señal, que aprecié de inmediato en su justo valor Y entonces, liberado de lo más pesado de la inquietud, alcé las mantas sobre mis piernas, que me parecieron intocadas y muy aptas para llevarme no bien quisiera dejar esa cama de presa, que acababa de enredarme en mi mismo, por haber querido retirarme de la compañía de los otros.

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de la difficulté à revenir en arrière

 

C’était le soir II faisait très sombre quoiqu’il ne fût que cinq heures. J’étais dans une mortelle angoisse, angoisse, abattement aussi, surtout dans une mortelle angoisse. Étendu, sans mouvement, je me demandais si l’accident avait vraiment eu lieu, si mes jambes avaient en fait été brisées, ou si c’était seulement en moi-même (si seulement ce pouvait n’être que cela!) un spectacle entré trop vivant dans les pérégrinations et les évocations de mon esprit et je n’osais vérifier, je me tenais coi sur le divan rouge de la chambre d’hôtel sentant le tragique, sans remuer d’une peau, ayant peur de vérifier ce qui, à dater de cette inspection trop facile, deviendrait irrévocable, irrévocablement sans doute mon malheur, et j’eusse voulu jeter cette journée hors de ma vie.

Mais elle était là, vers sa fin, il est vrai, mais déjà toute remplie, remplie de cet énorme et stupide camion venu sur moi soudain comme un phare obscur, et je me demandais si ses roues démesurées étaient vraiment passées sur moi ou bien si mais je préférais, fût-ce pour une demi-heure encore, seulement, me laisser porte ouverte, laisser une possibilité à mes jambes, pesantes déjà comme des bornes de pierre, je voyais trop bien que je ne m’en relèverais jamais, atteint comme je l’étais avec mes douze grammes d’albumine, sans un mieux depuis deux ans, faisant de l’infection pour un rien, pour une piqûre d’églantier, et ne pouvant supporter d’opération a cause de mon coeur: il faudrait pourtant bien qu’on la fasse, laquelle naturellement ne réussirait pas, il faudrait trois mois après qu’on me les recasse et naturellement je n’en aurais plus la force Trempé d’une sueur froide, je n’arrivais pas à me décider à soulever la couverture sur mes jambes où pesait le plomb et essayais plutôt, me forçant à un reste de sang-froid, de revenir en arrière dans l’accident, et ce qui l’avait immédiatement précédé que ce fût réalité ou évocation) et dans ce dernier cas, de prendre un autre chemin que celui par lequel avait débouché le-bruyant et stupide cinq tonnes.

Et comme j’en étais là, cherchant la route dans ma mémoire, je fus jeté dans une autre préoccupation, excellent signe, que j’appréciai aussitôt comme tel. Dès lors, débarrassé du plus gros de l’inquiétude, je soulevai les couvertures sur mes jambes qui me parurent intouchées et très propres à me porter dès que je voudrais quitter ce lit de proie, qui venait de m’empêtrer en moi, pour avoir voulu me retirer de la compagnie des autres.

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