JAIME GIL DE BIEDMA
Poesía en la Residencia
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LECTURA DE POEMAS
DE JAIME GIL DE BIEDMA
en la Residencia de Estudiantes
9 de diciembre de 1988
♣
Asociación de Amigos
de la Residencia de Estudiantes
2001
El siguiente poema, que se titula «Canción de aniversario», es un remake de un topos que también había desarrollado anteriormente en un poema de mi primer libro, titulado «Vals del aniversario».
Este se titula «Canción de aniversario». Probablemente esta afición al tema del aniversario amoroso viene a que, por un lado, favorece muy bien una tendencia de mi poesía a desarrollar temas amorosos, que no es tanto escribir poemas de amor como escribir poemas sobre la experiencia amorosa; por otro lado, debe también mucho a que desde muy pronto he sido un lector ferviente de un poema de aniversario, «The Anniversarie» de John Donne; y a que el tema de — para decirlo con un título de un poema suyo— «Amor de muchos días» aparece muy frecuentemente en Jorge Guillen, y hay un espléndido poema de la edición del 45, «Con nieve o sin nieve», que también siempre está presente de alguna manera en mis poemas de aniversario.
El primer poema de aniversario que escribí, «Vals del aniversario», es del tercer aniversario; éste es del sexto y, realmente, como con el tiempo se acostumbra uno a todo, es mucho más optimista el sexto aniversario que el tercero.
Canción de aniversario
Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
porque hasta el tiempo , ese pariente pobre
que conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!
Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia serena.
El eco de los días de placer,
el deseo, la música acordada
dentro en el corazón, y que yo he puesto apenas
en mis poemas, por romántica;
todo el perfume, todo el pasado infiel,
lo que fue dulce y da nostalgia,
¿no ves cómo se sume en la realidad que entonces
soñabas y soñaba?
La realidad — no demasiado hermosa—
con sus inconvenientes de ser dos,
sus vergonzosas noches de amor sin deseo
y de deseo sin amor,
que ni en seis siglos de dormir a solas
las pagaríamos. Y con
sus transiciones vagas, de la traición al tedio,
del tedio a la traición.
La vida no es un sueño , tú ya sabes
que tenemos tendencia a olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
— mientras que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida en común— , estoy seguro
que no puede hacer daño.
Para toda la gente de mi edad que vivió el final de la Guerra Mundial con la esperanza, además, de que el final de la Guerra Mundial era el final de la posguerra civil, cosa que no ocurrió, y, cuando terminó, en mitad de aquella Europa absolutamente hecha astillas, en nuestro país se produjo un silencio; ese silencio como diciendo «Aquí va a caer una bofetada, a ver si cae pronto», y no ocurrió nada; ese silencio de expectación en que todos esperábamos oír el crujido de la caída del régimen de Franco, lo único que oímos y que escuchamos fue la llegada de la canción francesa, la llegada de la canción de «la móme Piaf» y, sobre todo en aquella época, de Juliette Gréco.
Este poema dio un epígrafe de un letrista y de un músico muy de la época, Jacques Prévert y Kosma, de una canción, absolutamente «el himno», que es Les feuilles mortes. Ultimamente, la he vuelto a oír y realmente es de un sentimentalismo embarazoso.
Pero entonces realmente tenía una especie de sonido negro y un malditismo que se acordaba mucho con nosotros, y además realmente nuestra frustración española se consoló en gran parte gracias a esta canción francesa.
Curiosamente, además, esto es un ejemplo de cómo operan los poetas: si yo recurrí a este tema fue porque estaba viviendo un momento parecido de frustración y decepción también, y realmente parece ser que en poesía uno canta mejor lo que ya está lejos que lo inmediato.
Este poema está escrito en el año 62, cuando se empezaron a liquidar los costos inmediatos del programa de estabilización y nos dimos cuenta de que teníamos Franco hasta que el invicto falleciese de muerte natural.
Y, realmente, fueron unos años muy deprimentes, nos sentíamos muy frustrados. Y, en realidad, esa frustración aparece aquí trasladada a la frustración de quince años antes, tras el final de la Guerra Mundial.
El epígrafe de Prévert es «C ’est une chanson qui nous ressemble».
[Elegía y recuerdo de la canción francesa]
[C ’est une chanson
qui nous ressemble.
Kosma y Prévert, Les feuilles mortes]
Os acordáis: Europa estaba en ruinas.
Todo un mundo de imágenes me queda de aquel
[tiempo
descoloridas, hiriéndome los ojos
con los escombros de los bombardeos.
En España la gente se apretaba en los cines
y no existía la calefacción.
Era la paz —después de tanta sangre—
que llegaba harapienta, como la conocimos
los españoles durante cinco años.
Y todo un continente empobrecido,
carcomido de historia y de mercado negro,
de repente nos fue más familiar.
¡Estampas de la Europa de postguerra
que parecen mojadas en lluvia silenciosa,
ciudades grises adonde llega un tren
sucio de refugiados: cuántas cosas
de nuestra historia próxima trajisteis, despertando
la esperanza en España, y el temor!
Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, com o si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja …
Nosotros, los más jóvenes , como siempre
[esperábamos
algo definitivo y general.
Y fue en aquel momento, justamente
en aquellos momentos de miedo y esperanzas
— tan irreales, ay— que apareciste,
oh rosa de lo sórdido, manchada
creación de los hombres, arisca, vil y bella
canción francesa de mi juventud!
Eras lo no esperado que se impone
a la imaginación, porque es así la vida,
tú que cantabas la heroicidad canalla,
el estallido de las rebeldías
igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo,
la intensidad que aflige al corazón.
Cuánto enseguida te quisimos todos!
En tu mundo de noches, con el chico y la chica
entrelazados, de pie en un quicio oscuro,
en la sordina de tus melodías,
un eco de nosotros resonaba exaltándonos
con la nostalgia de la rebelión.
Y todavía, en la alta noche, solo,
con el vaso en la mano, cuando pienso en mi vida,
otra vez más sans faire du bruit tus músicas
suenan en la memoria, com o una despedida:
parece que fue ayer y algo ha cambiado.
Hoy no esperamos la revolución.
Desvencijada Europa de postguerra
con la luna asomando tras las ventanas rotas,
Europa anterior al milagro alemán,
imagen de mi vida, melancólica!
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos,
aunque a veces nos guste una canción.
Bueno, debo decir que hace poco también he vuelto a oír a la Piaf y suena como un discurso de De Gaulle, ¡es terrible! La Gréco se aguanta mejor, la Piaf realmente es De Gaulle.
♣
El poema que voy a leer ahora pertenece ya a mi último libro, que por eso se llama Poemas póstumos, y es quizá yo creo que la mejor idea de poeta que he tenido en toda mi carrera, lo cual no quiere decir que sea el poema mejor realizado.
Creo que está decentemente realizado de todas maneras; pero, así como hay poemas que se imponen porque han sido correctamente concebidos, limpiamente concebidos y perfectamente realizados, pero en que es utilizable la idea que el poema incorpora — el asunto que el poema incorpora puede ser incorporado en otros poemas sin que sea reconocible— , hay otro tipo de poemas en que, realmente, uno toca la flauta por casualidad y tiene una idea que, además, una vez que se le ha ocurrido a uno ya será reconocible siempre.
Hay un caso de un poeta del grupo de Oxford de los treinta, Louis MacNeice, que no es uno de los poetas de primera fila pero que es un excelente poeta. Tiene por ejemplo un poema que para mí es el mejor que escribió: es un poema muy breve que se llama «Septiembre en Provenza»; me parece — un poema narrativo que no tendrá mas de veinticinco versos— que es una absoluta obra maestra, pero es una obra maestra que uno puede coger y trabajar con ella.
Tiene en cambio otro poema, que se titula «Oración para antes de nacer», que lo que es es una excelentísima idea de poema, y ya nadie puede volver a escribir una oración para antes de nacer.
Aquí yo di…, bueno, no es que yo diese con la idea, es que la idea topó conmigo; es decir, realmente, el poema está empezado a escribir una noche de regreso a casa, algo bebido, cuando acababa de cambiarme de piso.
Se titula «Contra Jaime Gil de Biedma», y lo que desarrolla el poema es una experiencia radical de cada individuo, que es la relación amor-odio consigo mismo en términos de una riña pasablemente sórdida entre amantes y un irse a la cama juntos que no significa una reconciliación sino sencillamente la rendición mutua por agotamiento.
Contra Jaime Gil de Biedma
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación — y ya es decir— ,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo ,
embarazoso huésped, memo vestido con mis
[trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho ,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
— seguro de gustar— es un resto penoso ,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco…
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos,
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
Sí, realmente creo que es la mejor idea de poema que he tenido en mi vida. Fue una casualidad, pero la idea es muy buena. […]
El siguiente poema que voy a leer incide otra vez sobre el mismo motivo que «Albada».
Es también un encuentro casual de una noche, absolutamente sin antes y sin después, pero tiene la variante de que aquí el personaje, la voz que habla, ya va teniendo más años y una edad que ya se va acercando a la edad mía, mientras que el amante no, es un cuerpo juvenil que además, como suelen hacer los jóvenes, se ha quedado dormido… Y hacen bien, cuando se acuestan con viejos, claro.
un cuerpo es el mejor amigo del hombre
Las horas no han pasado, todavía,
y está mañana lejos igual a un arrecife
que apenas yo distingo.
Tú no sientes
cómo el tiempo se adensa en esta habitación
con la luz encendida, cómo está fuera el frío
lamiendo los cristales… Qué deprisa,
en mi cama esta noche, animalito,
con la simple nobleza de la necesidad,
mientras que te miraba, te quedaste dormido.
Así pues, buenas noches.
Ese país tranquilo
cuyos contorno s son los de tu cuerpo
da ganas de morir recordando la vida,
o de seguir despierto
— cansado y excitado— hasta el amanecer.
A solas con la edad, mientras tú duermes
como quien no ha leído nunca un libro,
pequeño animalito: ser humano
— más franco que en mis brazos— ,
por lo desconocido.
Este poema, «Artes de ser maduro», es el último monólogo dramático que yo escribí y creo que es perceptible para el lector, es decir que ya el esquema de funcionamiento del monólogo dramático se me va quedando en el puro esquema de vectores de fuerza, y el poema es quizá excesivamente seco, le falta un poco de superfluo.
Desarrolla también el tema de la edad, pero en este caso el tema es la súbita conciencia de cuánta capacidad de deseo de goce ha perdido uno en la edad madura.
Es decir, es el súbito ataque de un ramalazo de sensualidad a los cuarenta años propiciado naturalmente por algo que es completamente mental, y que además a mí me ocurrió en la realidad y escribí entonces los primeros versos: alguien me estaba contando una escena de muchísimos años atrás — todavía había pescadores en Torremolinos en la playa de la Carihuela…— , de los pescadores de Torremolinos en la Carihuela, al amanecer, al volver de pesca, asando sardinas en espetones en la arena y haciendo una sardinada antes de irse a dormir.
Recuerdo que la idea de la fatiga física de la labor de pesca, el fuego en la playa, el amanecer, las sardinas, el cansancio…, todo eso me produjo una excitación, un ramalazo de sensualidad, un deseo de vivir; pero — que es lo que pasa siempre a partir de cierta edad— en seguida uno descubre que ese deseo de vivir no va acompañado de la suficiente fuerza de convicción para concretarse en nada; en seguida viene otra parte de la conciencia de uno que le dice:
«Que no, que ya no …» , y entonces, precisamente, eso se resuelve en una evocación de la adolescencia en que hay, por cierto, una referencia al segundo poema que he leído, «Noches del mes de junio».
antes de ser maduro
[A José Antonio]
Todavía la vieja tentación
de los cuerpos felices y de la juventud
tiene atractivo para mí,
no me deja dormir
y esta noche me excita.
Porque alguien contó historias
de pescadores en la playa,
cuando vuelven: la raya del amanecer
marcando , lívida, el límite del mar,
y asan sardinas frescas
en espetones, sobre la arena.
Lo imagino en seguida.
Y me coge un deseo de vivir
y ver amanecer, acostándome tarde,
que no está en proporción con la edad que ya
[tengo.
Aunque quizás alivie despertarse
a otro ritmo, mañana.
Liberado
de las exaltaciones de esta noche,
de sus fantasmas en blue jeans.
Como libros leídos han pasado los años
que van quedando lejos, ya sin razón de ser
— obras de otro momento.
Y el ansia de llorar
y el roce de la sábana, que me tenía inquieto
en las odiosas noches de verano,
el lujo de impaciencia y el don de la elegía
y el don de disciplina aplicada al ensueño,
mi fe en la gran historia…
Soldado de la guerra perdida de la vida,
mataron mi caballo, casi no lo recuerdo.
Hasta que me estremece
un ramalazo de sensualidad.
Envejecer tiene su gracia.
Es igual que de joven
aprender a bailar, plegarse a un ritmo
más insistente que nuestra inexperiencia.
Y procura también cierto instintivo
placer curioso,
una segunda naturaleza.
He escrito tan pocos poemas y me pierdo buscándolos, no me lo explico.
Aquí; precisamente éste es el último poema que escribí y lo escribí por una casualidad: me encontré en una cafetería que hay al lado de mi casa con Joan Manuel Serrat y dijo esas cosas que dicen siempre los cantautores cuando se encuentran de improviso: «Un día tendríamos que colaborar y escribir canciones juntos».
Pagó su consumición; yo me quedé, y cogí la servilleta de la cafetería y empecé a escribir una letra de canción que naturalmente nunca se ha convertido en canción.
Es un poema también, como «Canción de aniversario», sobre la experiencia de la vida en común.
Es bastante más sombrío que «Canción de aniversario» y lleva como título una deformación de un famoso verso — primer verso— de un famoso soneto hermético de Mallarmé; el soneto de Mallarmé dice: «M’introduire dans ton histoire» y el poema se titula «T ’introduire dans mon histoire…».
Por cierto que creo que lo va a cantar María Dolores Pradera, que no sé si le va …
[ T’introduire dans mon histoire …]
La vida a veces es tan breve
y tan completa que un minuto
— cuando me dejo y tú te dejas—
va más aprisa y dura mucho.
La vida a veces es más rica.
Y nos convida a los dos juntos
a su palacio, entre semana,
o los domingos a dar tumbos.
La vida entonces, ya se cuenta
por unidades de amor tuyo,
tan diminutas que se olvidan
en lo feliz, en lo confuso.
La vida a veces es tan poco
y tan intensa —si es tu gusto…
Hasta el dolor que tú me haces
da otro sentido a ser del mundo.
La vida, luego, ya es nosotros
hasta el extremo más inmundo.
Porque quererse es un castigo
y es un abismo vivir juntos.
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