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Heidi-Mount

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pasa el amor

Heidi está hermosa y pensativa, ensimismada,

ausente, en su cosa. Algunas mujeres -quizá bastantes-

saben que, como en el póker, hay que jugar con el hombre,

no con las cartas que lleva.

Heidi es suave como un cristal para ser sorbido de

golpe. Tal vez está oyendo, sin escucharla, alguna música

exacta que suena en el salón, en la ciudad, en el universo.

Quizá está contando los caminitos de su historia o

hay algo que tendría que hacer y que no hace o está revisando

los instantes, y los milímetros, y las sombras de las cosas

pequeñas, todavía más humildes que ellas.

Sólo una historia de amor puede mantenerla con esa mirada

que ensueña y con esa sonrisa que saborea.

[/ezcol_1half_end]Se dice que el enamoramiento es el revés del amor. No sé, quizá para algunas personas muy concretas.

Heidi está haciendo sonar algunas teclas que conoce para escuchar cómo sonarían las que no conoce: es todo una música

larga para ella, una música redonda que gira, sin consumirse, en sus tímpanos, y así la historia de amor de Heidi se multiplica,

va de poste en poste, kilométricamente, y quizá acabará por ser todos, todos los números: la vida entera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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