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Jules-Mordovets

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entonada

Jules está entonada casi completamente consigo

misma, tal vez sólo los adornos y el logotipo de la

raqueta, en negro, se van del espectro sensual de

esta hermosa y delicada mujer. Quizá es reconfortante,

con la misma seguridad que pueda proporcionar

una sólida creencia religiosa, conseguir estos óptimos 

en el atuendo personal.

Blanco, blanco quebrado, crudo, piel, rubio castaño claro,

cuero, dorado, oro pálido, crema, beis, ocre amarillo: 

es como dar suaves vueltas dentro de un círculo cromático

que la defiende y la identifica. Aunque Jules ha puesto

–quizá- un punto de exceso cuantitativo en los oros, no

llegan a producir estridencias: un tono de color llama

suavemente, susurrando, al otro, al hermano que le sigue,

y así, de tono en tono y de color en color, se cierra el círculo

armonioso que contiene a Jules.

[/ezcol_1half_end] Las dulces paredes de marzo, o el sonido próximo del verano, o el perfume rojo del otoño: viene a ser igual,

ya que Jules enlaza, entona como un suave eslabón con el tiempo de las estaciones, con las estaciones del tiempo, con los

colores de la vida, con la continuidad de los seres.

Hilvana, con una canción que comienza en las estrellas, el oscilante paso del tiempo con sus pulseras de oro a

borbotones y con el color crema de sus labios y con el verde muerto de las hojas que entregan el alma. 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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