Pieter_Bruegel_the_Elder_-_Hunters_in_the_Snow

Pieter Brueghel, Hunters in the snow (1565)

Oil on canvas, 46 inches x 63.75 inches. Kunsthistorisches Museum, Vienna


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Además del poema que William Carlos Williams escribió, y al que tituló

también Cazadores en la nieve [nuestra versión está aquí], existen versiones

de otros poetas basadas o inspiradas en el mismo cuadro. 

Así, John Berryman, en 1948, escribió Winter Landscape, incluido en 

Los desposeídos:

 

The three men coming down the winter hill


In brown, with tall poles and a pack of hounds


At heel, through the arrangement of the trees,


Past the five figures at the burning straw,


Returning cold and silent to their town,

Returning to the drifted snow, the rink


Lively with children, to the older men,


The long companions they can never reach,


The blue light, men with ladders, by the church


The sledge and shadow in the twilit street,

Are not aware that in the sandy time


To come, the evil waste of history


Outstretched, they will be seen upon the brow


Of that same hill: when all their company


Will have been irrecoverably lost,

These men, this particular three in brown


Witnessed by birds will keep the scene and say


By their configuration with the trees,


The small bridge, the red houses and the fire,


What place, what time, what morning occasion

Sent them into the wood, a pack of hounds


At heel and the tall poles upon their shoulders,


Thence to return as now we see them and


Ankle-deep in snow down the winter hill


Descend, while three birds watch and the fourth flies.

 

En español, se puede traducir tal que:

 

Paisaje invernal

 

Los tres hombres que descienden por la colina invernal

en ropajes marrones, con largas pértigas y una jauría

pegada a los talones, a través de la disposición de los árboles,

pasadas las cinco figuras junto a la hojarasca quemándose,

regresando fríos y callados a su ciudad,

regresando a la nieve amontonada, la pista de hielo

alegre y llena de niños, a los mayores,

los anhelados compañeros que nunca pueden alcanzar,

la luz azul, hombres con escaleras, cerca de la iglesia

el trineo y la sombra en la calle crepuscular,

no saben que en el arenoso tiempo

que ha de venir, ocurrido ya el grosero menoscabo

de la historia, serán vistos sobre la cima

de esa misma colina: cuando toda su compañía

se haya perdido sin remedio,

estos hombres, en particular estos tres vestidos de marrón

a los que los pájaros observan, conservarán la escena y nos dirán

a partir de su configuración con los árboles,

el pequeño puente, las casas rojas y el fuego,

qué lugar, qué tiempo, qué ocasión matutina

los envió al bosque, una jauría

pegada a los talones y las largas pértigas sobre los hombros,

para de allí volver tal como ahora los vemos y

con nieve hasta las rodillas descender la colina

invernal, mientras tres pájaros los observan y un cuarto alza el vuelo.

La traducción es de Andrés Catalán

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Por su parte, Aníbal Núñez escribió también su punto de vista en un

poema que tituló Regreso de los cazadores (en Figura en un paisaje, de 1974):

Podemos esperar a que desciendan

la colina los pobres cazadores

y su hambrienta jauría que no tiene

ni para un mal bocado con la única

liebre cobrada para tanto blanco.

Y acercarnos al fuego que alimentan

los mesoneros bajo el colgadizo.

Y, mientras esperamos, deslizar

la mirada por todos los canales

helados, por el cielo

verde, por las montañas que rechazan

la nieve de lo abruptas;

ver los patinadores del domingo

—¡qué caída se ha dado aquél!—, el puente

por donde pasa la mujer del loco

cargada con un haz de leña. Cuatro

campanarios se ven, una carreta

por el camino principal, un hombre

allá a lo lejos solo, la escalera

del deshollinador y los tejados

blancos y…¡mira el humo cómo sale!

Podemos esperar —ya están llegando

al puente de ladrillo— a que se pierdan

de vista tras la casa del herrero.

Y saltar por encima de la zarza

y coger la pendiente —¡hasta se puede

bajar rodando! — hasta el canal más próximo.

Sí, porque, aunque tengo frío y cien florines

en la bolsa, me da muy mala espina

el que esté desprendido el rótulo de un lado

y la ventana abierta.

No, porque —y como señal de que no debo

moverme de mi sitio— cada poco

cruzan por turno el aire las urracas

descuideras, tachando la posible

apacibilidad con una línea

de tinta negra (el blanco de su vientre

sin querer se confunde con la nieve).

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