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melancolía en las familias

Conservo un frasco azul,

dentro de él una oreja y un retrato:

cuando la noche obliga

a las plumas del búho,

cuando el ronco cerezo

se destroza los labios y amenaza

con cáscaras que el viento del océano a menudo perfora,

yo sé que hay grandes extensiones hundidas,

cuarzo en lingotes,

cieno,

aguas azules para una batalla,

mucho silencio, muchas

vetas de retrocesos y alcanfores,

cosas caídas, medallas, ternuras,

paracaídas, besos.

No es sino el paso de un día hacia otro,

una sola botella

andando por los mares,

y un comedor adonde llegan rosas,

un comedor abandonado

como una espina: me refiero

a una copa trizada, a una cortina, al fondo

de una sala desierta por donde pasa un río

arrastrando las piedras. Es una casa

situada en los cimientos de la lluvia,

una casa de dos pisos con ventanas obligatorias

y enredaderas estrictamente fieles.

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Voy por las tardes, llego

lleno de lodo y muerte,

arrastrando la tierra y sus raíces,

y su vaga barriga en donde duermen

cadáveres con trigo,

metales, elefantes derrumbados.

Pero por sobre todo hay un terrible,

un terrible comedor abandonado,

con las alcuzas rotas

y el vinagre corriendo debajo de las sillas,

un rayo detenido de la luna,

algo oscuro, y me busco

una comparación dentro de mí:

tal vez es una tienda rodeada por el mar

y paños rotos goteando salmuera.

Es sólo un comedor abandonado,

y alrededor hay extensiones,

fábricas sumergidas, maderas

que sólo yo conozco,

porque estoy triste y viajo,

y conozco la tierra, y estoy triste.

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Pablo Neruda

Melancolía en las familias

Residencia en la tierra

Editorial Cátedra

Madrid 2005

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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