balconcillos 16

 

Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo

 

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Asómate a estos balconcillos si quieres, si te apetece, pero no te pares, no te sientes, no hables con la boca llena de sangre, que la sangre sueña con dalias y las dalias empiezan a sangrar.

No sé si es culpa tuya que estés hecho de cristales amargos (y de líquidos ardientes) que se disputan tu ternura y empujan sin cesar tus dolorosas poleas, tus émbolos y tus (dentadas) ruedas escarlata. Eres sólo un insolente juguete de cabellos negros y dientes amarillos.

Estás hecho de sonrientes materias (que sollozan y sollozan), pero también de sollozantes materias (que sonríen y sonríen). Eres un pobre laberinto de células y ácidos azules. Aunque no seas el padre de la jirafilla, asómate si quieres a estos balcones de ambiente ameno y amable clima. Puedes oír y hasta escuchar lo que dicen los muchachos cuando quieren hablar, que es sólo de vez en cuando. Puedes verlos ir y venir, a no ser que prefieran esconderse.

Te aviso: te mojarás en la rue dauphine, no hay nadie en los cafés repletos, no te miento: no hay nadie. No hay ventanas ni afuera y no llueve en rangoon. Si por lo menos fueras un poco sensato. Mira, mejor te sientas ahí, donde revolotea la mosca pequeña: estáis juntos, trenzados en el aire y en la vida y ya es tarde para los dos. Creo que te conviene conformarte con esa oscura –pero indudable- fraternidad que te une a la mosca, sí, a la más pequeña. ¿Qué más quieres?

Pongamos –por poner un poner- que fueras un producto nacional, o incluso un poder. En ese caso, los átomos te dejarían (de momento) que vivieras en tu fantasía, es decir, en lo vulgar del día, que es tan sólo un cada día más sin más, normal, fabulosamente real. Pero ya te he dicho que no te miento: no hay nadie en los cafés repletos, y no hay tampoco ventanas ni afuera. Y no llueve en rangoon.

Y tú ya me has dicho que estás tremendamente solo, hilvanando biodramina. Y también me has dicho cuánto catorce ha habido en tu existencia. Bien, bueno, vale, pero cuando alguien se va, alguien queda.

Alguien se va en tren o en avión o a caballo o a pie o arrastrándose. Pero se queda el órgano, el agente en gerundio y en círculo. Los pasos se van, como los besos y los perdones y los crímenes. Pero quedan los pies, los labios, los ojos, incluso el corazón. El bien y el mal, el sí y el no, se van, pero queda el sujeto del acto en preferente para llamarte paco o joe o mary, para decirte que eres un indecente o un pendejo o un sucio canalla.

Escucha, escucha: sharon está hablando de su madre, no te lo pierdas. ‘Por las ventanas de su nariz saca pergaminos que arden’. Caray con la madre de sharon, realmente tiene para todo. ‘En el grand finale se saca lentamente a mi padre de su coño y poniéndolo en un sombrero de seda, lo hace desaparecer’. Carajo con sharon y su madre, las dos solas llenarían el mundo de sucios conflictos.

Raymond, al contemplar cómo su esposa se suelta y se cepilla el cabello castaño frente a la ventana, se acuerda, no sabe por qué, de los 300, de aquellos lacedemonios sobre los que escribió el bueno de herodoto. El (espléndido) jerjes quiso saber (asombrado, incrédulo) por qué los 300 peinaban y repeinaban sus largos cabellos antes de la batalla. Le respondieron lo que ya (más o menos) sabemos: cuando estos hombres van a perder la vida, quieren que sus cabezas estén hermosas. A eso se le llama, aquí, entre nosotros, tenerlo claro.

Con la que está cayendo y allá va almudena con la chaquetita de angorina rosa y botones de nácar que le regaló su… amante. Pasaron un fin de semana en santiago, pero no pudieron encender una velita al apóstol porque, justo en ese momento, un niño se dio un (tremendo) cabezazo contra la piedra de la pila bautismal (wow, cómo duele eso) y tuvieron que consolarlo, claro. Ay, almudena y sus amores con señores y ustedes.

Aquí, en los balconcillos, en los asuntos del amor y de la vida y de la muerte (y en todos los demás) cada uno va por libre, sin encomendarse a dios ni al diablo. Hay momentos, cuando todo el mundo duerme, en que las preguntas se vuelven demasiado profundas para un hombre tan sencillo como yo. ¿Quieres decirme, por favor, lo que hemos aprendido? Sé que suena absurdo pero, por favor, dime quién soy. Y cuidado con lo que dices o te van a llamar radical, liberal, fanático y criminal. Son los supertramp, claro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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