Shelby está tomando el sol, o el sol la está tomando a ella, que está hermosa como un mercurio,

como un acantilado volcánico, como una grieta sin fondo en la tierra.

La penumbra y el chocolate inundan su piel de un color apartado, reciente, extraño, lento, como

si se hubiese extinguido en su piel un extenso fuego o hubiese vivido en una tierra de vientos

oxidados y ardientes.

Está hermosa de inmediatez, quizá porque la piel oscura es más inmediata, más cercana, más próxima

que las pieles blancas, preservadas e inundadas de pálido, sólo manchadas de luz rota.

Tiene la nariz pecosa de un boxeador, la boca de labios abundantes y la mandíbula alta y prominente:

puede cantar con el labio inferior del deseo o puede bajarse a las piedras puras, o escapar del ruido,

o buscar la columna vertebral del universo, o acariciarse las sienes oscuras.

Aunque se trata de un asunto opinable, creo que es el sol el que está tomando cosas de ella, sustancias

dulces o ásperas, escandalosas o austeras, bonitas o despreciables, cosas.

 

 

 


 

 

 

 

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