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Retrato del casoar
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La primera cosa que hace el casoar es mirarlo a uno con altanería desconfiada.

Se limita a mirar sin moverse, a mirar de una manera tan dura y continua que es casi

como si nos estuviera inventando, como si gracias a un terrible esfuerzo nos sacara de la nada

que es el mundo de los casoares y nos pusiera delante de él, en el acto inexplicable de estarlo

contemplando.

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De esta doble contemplación, que acaso sólo es una y quizá en el fondo ninguna, nacemos al casoar y yo,

nos situamos, aprendemos a desconocernos. No sé si el casoar me recorta y me inscribe

en su simple mundo; por mi parte sólo puedo describirlo, aplicar a su presencia un capítulo

de gustos y disgustos.

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Sobre todo de disgustos porque el casoar es antipático y repulsivo. Imagínese un avestruz con una cubretetera

de cuerno en la cabeza, una bicicleta aplastada entre dos autos y que se amontona en sí misma,

una calcomanía mal sacada y donde predominan un violeta sucio y una especie de crepitación.

Ahora el casoar da un paso adelante y adopta un aire más seco; es como un par de anteojos cabalgando

una pedantería infinita.

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Vive en Australia el casoar; es cobarde y temible a la vez; los guardianes entran en su jaula con altas botas

de cuero y un lanzallamas.

Cuando el casoar cesa de correr despavorido alrededor de la cazuela de afrecho que le ponen,

y se precipita con saltos de camello sobre el guardián, no queda otro recurso que abrir el lanzallamas.

Entonces se ve esto: el río de fuego lo envuelve y el casoar, con todas las plumas ardiendo, avanza sus últimos

pasos mientras prorrumpe en un chillido abominable.

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Pero su cuerpo no se quema: la seca materia escamosa, que es su orgullo y su desprecio, entra en fusión fría,

se enciende en un azul prodigioso, en un escarlata que semeja un puño desollado, y por fin cuaja en el verde

más transparente, en la esmeralda, piedra de la sombra y la esperanza.

El casoar se deshoja, rápida nube de ceniza, y el guardián corre ávido

a posesionarse de la gema recién nacida. El director del zoológico aprovecha siempre ese instante

para iniciarle proceso por maltrato a las bestias y despedirlo.
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¿Qué más diremos del casoar después de esta doble desgracia?

 

 

 

 

Julio Cortázar

 

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Retrato del casoar

De Material plástico

En Historias de cronopios y de famas, Alfaguara, 1995

 

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