balconcillos 9

 

Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo

 

Es tanto el silencio aquí. Es tanta la realidad, es tanta la belleza, es tanto el dolor. ¿Y el lado frágil?

Mmmm. A estas alturas, quizá no sea ya necesario que preguntemos por quién doblan las campanas.

Conocemos -creemos conocer- las cámaras de los horrores, las atmósferas alteradas, los lugares sin

líquidos, las intemperies interminables. Es tanto el silencio aquí.

¿En qué consiste el juego de la muerte?, nos preguntamos con sammy mccoy, también parados, como él,

en los dos niños -el que fue y el que sería-. Sammy no se rindió, defendiéndose con nada: con todo lo que

iba rezando o padeciendo, con una cucharita perdida, con su pelea. Cuando sammy murió croaron las estrellas

tiernas -en la escala de las heridas y de los edificios deshabitados-, mientras la gente, con cada deseo en su

rompeolas, buscaba silencios de almohada.

¿En qué consiste el juego de la muerte? preguntó sammy mccoy una y otra vez. No le respondieron, nadie

supo decirle, por ejemplo: ya no tendrás razón contra el invierno; nadie supo decirle, por ejemplo: mira, sammy,

su juego consiste en su inexacto fin, sometido a un -más o menos- desesperado anhelo personal. Hay más,

mucho más, sammy mccoy, pero puedes empezar con esto, por ejemplo, por qué no.

No tendrás que amar a trechos ni hablar de cosas inacabadas -eso dicen, eso dicen-; no volverás ya a esos

repentes que ahora te cambian el mundo a gran distancia: estarás muerto, sammy, y la muerte es una muñeca

rarísima.

Nadie supo decirle, por ejemplo: el cielo se te hará grande igual que el techo de los grandes palacios. Estarás

ante la noche, puro, y el agua nocturna lavará por fin tus ojos. Y ya no quedará nada. Y dios no estará allí pero dios

estará allí. Y avanzarás, por ejemplo, por qué no. Todo esto, además, lo pagará el seguro, sammy.

Es tanto el silencio aquí, es tanta la realidad, es tanta la belleza. Y el dolor, sí, es tanto el dolor. Somos el lado

frágil, pero estamos vivos, vivos, a veces ocultos, sumergidos en un taburete como si fuese abstracto estar en tres

sitios simultáneamente.

Vivos, vivos: el cisne color flamingo desplazándose como un barco de guerra bajo los sauces de oxford, ahí hay

vida. Movimiento, colores divergentes, memoria del calor, vergüenzas animales. Como si el mundo fuese una rosa cruda.

Es tanta la realidad aquí. Y la belleza, también la belleza. Tal vez sammy habría cambiado de pregunta si hubiese visto

al chico -el mecedor de abedules- en acción: subía hasta las ramas más altas y, sin soltarlas, se lanzaba pataleando

en el aire hasta llegar al suelo, hasta el piso de helechos. Una vez doblados, los abedules ya nunca volvían a enderezarse:

años más tarde, sus troncos arqueados seguían arrastrando sus hojas por el suelo: niñas a gatas con los cabellos

esparcidos sobre la tierra para que el sol los secara.

Tal vez sammy habría cambiado de pregunta si hubiese visto a la hormiga adquiriendo la experiencia de cargar un tallo:

desde el lecho de flores hasta el césped y, girando en redondo, de vuelta al punto de partida, abandonando entonces el tallo

como si se tratase de un trasto inútil -tal vez, realmente, lo fuera-. Es tanto el silencio aquí, es tanto el dolor.

A veces la vida consiste, como le sucedía a philip (larkin), en buscar famosos del criket en la arena de la playa -estaba

feliz de encontrarse libre-. ¿Y la muerte? Mmmm. Bien, por poner un poner: marilyn monroe -sin maquillaje- viaja ya sin

velocidad, sola como un astronauta frente a la (inmensa) noche espacial (ésta es una escena por la que un astrónomo

daría sus ojos). No entiende ni sus huesos ni su piel ni ese tamtam que la convoca a un eterno retorno; llegan largos alaridos

por el sur de la noche seca. Tal vez los ángeles la buscan; los fariseos le gritan: esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche,

llenas de perdigones; esa maldita vaca, maldita, maldita, no nos dejará dormir.

Marosa se acuerda de los repollos; de las altas acelgas azules; del tomate -riñón de rubíes-; de las cebollas como bombas

de azúcar, de sal, de alcohol; se acuerda de las fumadoras luciérnagas; y concluye, concluye: ¡me acuerdo de la eternidad!.

Wow, vaya con marosa.

El mar ensimismado, todo ese mar y los gestos de las olas, el sol, las azucenas dilatadas: sobre las vastas arenas pálidas,

somnolientos, a orillas del amor, maduramos nuestra muerte, cuando la oscuridad nos envolverá, solidificándose, hasta convertirse

en tierra. ¿Es para terminar en rostro geométrico, en difunto, es para eso que morimos tanto? ¿Para sólo morir tenemos que morir

a cada instante? ¿Y mi patata, y mi carne, y mi contradicción bajo la sábana? Cordero de mí, sensato: ay, este pellejo.

Desde los balconcillos verás esas extrañas cosas, al parecer de otro mundo y casi eternas: nieves, cremas, hongos purísimos,

rocíos, huevos, espejos: para marosa son fácilmente descifrables; enrique (lihn), en cambio, no las alcanza: a ese pequeño sistema

planetario, dice, le falta la cuarta dimensión. Mmmm. Asomado a estos amenos balconcillos podrás conocer, si te interesa, la historia

del piantao, matarife de un pulcro frigorífico del sur que mantuvo relaciones carnales con equívocas flores. Acusado, condenado y

recluido entre rejas, forjó el sentido de su vida, de su muerte: la (altiva) petalización de los actos, la explosión florida. Sin duda, en

días venideros, las umbrías flores del orco lo recordarán.

Conocerás, si te interesa, la curiosa historia de günter: al abrir la ventana, la habitación se le llenó de (molestos) arenques y de

(más molestos) marineros, capitanes y timoneles que con frecuencia se acercaban a la ventana para pedirle fuego -el tabaco que fumaban

era malísimo, al parecer-. Y la también muy curiosa historia del búmerang y el perro coli -un coliperro, un colibúmerang-: cuando los

lanzaba, retornaban tiernamente de lo eterno. Cuando estaban lejos eran un colibrí; al acercarse, un caribú, o traían entre las alas más de

un maribú. Pero lo más hermoso de la historia es: al lanzarlos: cada beso / cada ave / cada suave / cada vuelo / cada suelo / cada ala / cada

ola / cada cola / caracola / cada alma / cada oro / cada hora / cada ahora / el corazón.

El corazón, sí, los insectos van hacia el corazón de gamoneda y, claro, tiene miedo. Oye la fermentación del rocío. Las flores se

abrasan, las semillas se calcifican, arden los huesos: alguien llora bajo los árboles torturados. Uf. Scorza vivía tranquilo en un pueblo

pequeño, oyendo el diálogo de musgo de las tardes: pasó su patria cojeando y conoció el odio: cadáveres detrás de cada sílaba

que escribe; un hombre ardiendo detrás de cada letra. Uf.

Aunque no sé si será visible desde los balconcillos -de agradable clima-, parece que el azar distribuye un defecto fundamental entre

las cosas: una conspiración del desacierto, una noche quebrada. De aquí el error de las cosas cuando se caen o la equivocación de las

hojas que no caen sobre la tierra, por ejemplo: no tienen malos modales, no están maleducadas: los fantasmas que pueblan el mundo

son los que provocan el defecto, el desacierto, la quiebra, el tamaño de una oscuridad, la charla de un idiota, una dirección falsa que

suma ruido al ruido de la realidad. Uf.

Nunca termina el espectáculo en estos balconcillos -de amable temperatura-: verás cómo la luz se flexiona / se lesiona / reflexiona

sobre su parte oscura: su sombra, que también reflexiona / se lesiona / se flexiona. La sombra de la cosa es otra cosa viva. La línea

desobedece a las matemáticas, es infiel a la geometría, y se desborda en charcos, en escaleras que levitan, en simulacros, en vacíos. Uf.

Ella sabe dónde se reproducen las moscas. Ella oye el sonido de las esferas siderales; el zumbido de los cables submarinos que

recorren la sumergida lentitud de los fondos arenosos; oye las amarillas ondas que fatigan y deterioran los espacios cósmicos del universo.

A lo largo de cada lento siglo de su movimiento va dando vueltas a mi dolor. Luego gira su cabeza
 hacia mí, se incorpora, estira su cuerpo,

me da la espalda y finalmente se aproxima demasiado, con los ojos bajos, la sonrisa fija y una tremenda corona de higos negros, gruesos y

macerados.

Ella es calva y salvaje. En el desierto de su tiempo me somete a su orgía, a la prostitución del alma: y allá voy a venderme y a comprarme,

allá donde no hay lluvia, ya transfigurado, mitad basura y mitad belleza, en fuga, sin tocar la tierra, abandonando la ciudad.

Enseguida es otro el precio. Comienza la subasta: rojos son los brazos de las sillas de la lujuria. Se necesita un cuerpo, un carnet

de adversario y, en el mejor de los casos, una vida completamente distinta.

Ella: perfumada y demasiado próxima, llena de errores. Todo es orgiástico, devorador, inquietante: enjoyada en su risa y en su leyenda,

regida por la orientación instantánea de sus ojos y por el conocimiento de la pérdida. Los fríos pliegues de su ego y un despliegue de

pétalos ardientes. Un fondo de desprecio y esa cabeza insuficientemente hermosa: la perfección que ella reclama y teme.

¿Hay algo allí, algo contenido allí, algo real, algo que se pueda sentir? Sus elementos: el carretón; el escorpión límite y

el escorpión completo; el espíritu de los astros moribundos; los magistrados del círculo; la reencarnación de los oficios.

Cuando todo acabó, estaba desterrado en lo externo del mundo, en las zonas frías y planetarias, como si hubiera ido a la deriva 
por la vida,

por el mar, por la pureza del espacio. Caído en una zanja, miraba el paisaje. Las cosas estaban limpias, en orden, dobladas y guardadas

en cajones inmóviles. Pero nadie en lo oscuro pudo darme distancias.

 

 

 

 

 

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