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Alabanza de los sueños


En mis sueños

pinto como Vermeer van Delft.

Hablo fluidamente griego

y no sólo con los vivos.

Conduzco un auto

que me obedece.

Tengo talento,

escribo poemas largos, grandiosos.

Escucho voces

no menos que los grandes santos.

Se sorprenderían

de mi virtuosismo en el piano.

Floto en el aire como se debe,

es decir, por mí misma.

Si caigo del techo

puedo aterrizar suavemente en el verde césped.

No me es difícil

respirar bajo el agua.

No me puedo quejar :

he logrado descubrir la Atlántida.

Me complace que justo antes de morir

siempre me las arreglo para despertar.

Inmediatamente tras el estallido de la guerra

me vuelvo a mi lado favorito.

Soy, mas no necesito ser,

hija de mi tiempo.

Hace unos pocos años

vi dos soles.

Y antes de ayer un pingüino,

con toda claridad.
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El número pi



El admirable número Pi

tres coma uno cuatro uno.

Las cifras que siguen son también preliminares

cinco nueve dos porque jamás acaba.

No puede abarcarlo seis cinco tres cinco la mirada,

ocho nueve ni el cálculo

siete nueve ni la imaginación,

ni siquiera tres dos tres ocho un chiste, es decir, una comparación

cuatro seis con cualquier otra cosa

dos seis cuatro tres de este mundo.

La serpiente más larga de la tierra suma equis metros y se acaba.

Y lo mismo las serpientes míticas aunque tardan más.

El séquito de digitos del número Pi

llega al final de la página y no se detiene,

sigue, recorre la mesa, el aire,

una pared, una hoja, un nido de pájaros, las nubes, hasta llegar

directo al cielo,

perderse en la insondable hinchazón del cielo.

¡Qué breve la cola de un cometa, cual la de un ratón!

¡Qué endeble el rayo de un astro si se curva en la insignificancia

del espacio!

Mientras aqui dos tres quince trescientos diecinueve

mi número de teléfono la talla de tu camisa

el año mil novecientos sesenta y tres sexto piso

el número de habitantes sesenta y cinco céntimos

dos pulgadas de cintura una charada y un mensaje cifrado

que dice vuela mi ruiseñor y canta

y también se ruega guardar silencio,

y se extinguirán cielo y tierra,

pero el número Pi no, jamás,

seguirá su camino con su nada despreciable cinco

con su en absoluto vulgar ocho

con su ni por asomo postrero siete,

empujando, ¡ay!, empujando a durar

a la perezosa eternidad.

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Las cuatro de la madrugada


Hora de la noche al día.

Hora de un costado al otro.

Hora para treintañeros.

Hora acicalada para el canto del gallo.

Hora en que la tierra niega nuestros nombres.

Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.

Hora de y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.

Hora vacía.

Sorda, estéril.

Fondo de todas las horas.

Nadie se siente bien a las cuatro del madrugada.

Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,

habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,

si es que tenemos que seguir viviendo.

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Noticias del hospital


Echamos suertes quién debía ir a verlo.

Me tocó a mí. Me levanté de la mesa.

Se acercaban ya las horas de visita al hospital.

No respondió nada a mi saludo.

Quería cogerle de la mano, la apretó

como un perro hambriento que no suelta su hueso.

Parecía como si le diera verguenza morir.

No sé de qué se habla con alguien como él.

Nuestras miradas se evitaban como en un fotometraje.

No dijo ni quédate, ni vete.

No preguntó por nadie de los de nuestra mesa.

Ni por tí, Juancho, ni por tí, moncho, ni por tí Pancho.

Empezó a dolerme la cabeza. ¿Quién se le muere a quién?

Exalté la medicina y las tres lilas del vaso.

Hablé del sol y fuí apagándome.

Qué bien que haya peldaños para salir corriendo.

Qué bien que haya una puerta para poder abrirla.

Qué bien que me esperáis en esa mesa.

El olor a hospital me provoca náuseas.

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Wislawa Szymborska

El gran número; Fin y principio y Otros poemas

2ª edición

Hiperión 1998

Madrid

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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