momento en troya

Pequeñas chiquillas 

flacas y sin fe

en que las pecas desaparezcan de sus mejillas,

que no atraen la atención de nadie,

caminando sobre los párpados del mundo,

parecidas a papá o a mamá,

y sinceramente espantadas por ello,

a la hora de la comida,

a la hora de la lectura,

cuando están frente al espejo,

en ocasiones son raptadas y llevadas a Troya.

En los grandes guardarropas de un-abrir-y-cerrar-de-ojos

se transforman en hermosas Helenas.

Suben por escaleras reales

entre susurros de admiración y de largas colas.

Se sienten ligeras. Saben que

la hermosura es descanso,

que el habla toma el sentido de la boca

y los gestos se esculpen solos

en una negligencia inspirada.

Sus caritas,

que bien valen la expulsión de los embajadores griegos,

se alzan con orgullo sobre los cuellos

dignos de ser sitiados.

Los morenazos de las películas,

los hermanos de sus amigas,

el maestro de dibujo, ay, todos morirán.

Las pequeñas chiquillas,

desde la torre de la sonrisa,

contemplan la catástrofe.

Las pequeñas chiquillas

se encogen de hombros

en un embriagador rito de hipocresía.

Pequeñas chiquillas,

sobre un fondo de devastación

con una diadema de ciudad en llamas

con aretes de lamento universal en los oídos.

Pálidas y sin una lágrima.

Saciadas con el espectáculo. Triunfales.

Tristes sólo por el hecho

de que hay que regresar.

Pequeñas chiquillas,

que regresan.

Wislawa Szymborska

Poesía no completa

Sal, 1962

Edición y traducción de

Gerardo Beltrán, Abel A. Murcia

2ª edición

FCE, México, 2008


 

 

 

 

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