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«Desgraciadamente, no puedo decir más sobre Il trovatore porque, aunque yo mismo he interpretado muchas veces esta ópera, a día de hoy aún no sé demasiado bien de qué va…»

Leo Slezak, el célebre tenor vienés, dejó esta confesión en sus memorias. ¡Y menudo peso me he quitado de encima! Resulta que no soy la única persona de la sala que no siempre sabe quién canta contra quién, por qué aquel que se había disfrazado de sirviente, de repente, resulta ser una virgen pelirroja y pechugona, y por qué esa virginal joven tan bien alimentada se desmaya al ver a una segunda doncella, bastante más mayor, que la llama su queridísima y finalmente encontrada hijita.

Así que no soy solo yo, la gente que sale a escena tampoco sabe qué está pasando.

Según parece, las guías operísticas como la de Józef Kański son necesarias a ambos lados de la candileja.

No tengo por qué promocionar el libro: la primera edición se ha esfumado en un visto y no visto. Solamente puedo decir que examina doscientas óperas desde Monteverdi hasta los años sesenta de nuestro siglo. Dedica una breve biografía a cada uno de los creadores, una detallada descripción del contenido de la obra y, finalmente, habla de los rasgos característicos de su música.

No puedo decir que haya conseguido leer las doscientas óperas de un tirón. Pero he leído todos los listados de personajes que actúan y las características de sus voces.

Una dura política de personal reina en el mundo de la ópera. Un código tan inquebrantable como el de las primeras tribus rige las relaciones familiares. La soprano debe ser hija de un bajo, esposa de un barítono y amante de un tenor. Los tenores no pueden engendrar una contralto ni tener relaciones carnales con una. Un amante barítono es una rareza y, en cualquier caso, es mejor buscarse un mezzosoprano. A su vez, las mezzosopranos deben tener mucho cuidado con los tenores: el destino suele condenarlas al rol de ser la otra o a la aún más triste posición de amiga de los sopranos.

La única mujer barbada de la historia de la ópera (véase El ascenso del libertino de Stravinski) es una mezzosoprano, y, naturalmente, no logra la felicidad.

Por regla general, salvo los padres espirituales, cantan como bajos los cardenales, las fuerzas del infierno, los funcionarios de prisiones y, en una ocasión, el director de un hospital para enfermos mentales.

Lo expresado más arriba no conduce a ninguna conclusión. Admiro la ópera, que no es la vida real, y admiro la vida, que es en ocasiones una verdadera ópera. 

 

 

 

 

 

La guía operística

Jósef Kański

Cracovia

Polskie Wydawnictwo Muzyczne

2. ª edición

1968

 

 

 

 


 

 

 

 

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