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wisława szymborska

 

prosas reunidas

 

traducción Manel Bellmunt Serrano
Malpaso Ediciones, S. L. U.
Barcelona
1ª edición: enero de 2017

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zuzia

 

 

 

 

Las aves domésticas se distinguen de las de corral en que las guardamos en jaulas exclusivamente

para satisfacer el placer estético.

El nuestro, claro. Del placer que sienten las aves condenadas a ver a sus dueños, no sé nada.

El libro describe ochenta y ocho tipos de aves diferentes que, mal que bien, hacen soportables sus

vidas sobre la varilla de alambre.

Cada descripción viene ilustrada con una imagen en color del macho.

Las hembras, pese a tener un aspecto muy diferente al de los machos en algunas especies,

han sido omitidas.

Este libro tan bellamente editado estimula la cría de aves, pero si alguien decide dar finalmente ese

paso, animado por la lectura del libro, deberá fiarse de la palabra de honor del vendedor si su

deseo es el de comprar una hembra.

No hace mucho, escribí sobre un álbum, muy parecido a este, dedicado a las mariposas.

En él, de manera muy similar, había una actitud discriminatoria hacia las orugas.

No diré que se trata de un completo sinsentido, pero se le aproxima. Pero volvamos a las aves.

De entre todas ellas, las aves que imitan la voz humana constituyen uno de los grupos más

impresionantes.

Por desgracia, nunca he tenido la oportunidad de oír a un estornino «parlante», y mucho

menos a un papagayo.

Al único papagayo con el que entablé una cierta amistad, siendo muy niña, fui incapaz de

hacerlo hablar. En casa, las mujeres trataban de animarlo para que repitiese expresiones

de cortesía, tales como «buenos días», «buenas noches», «buen provecho» o «gradas».

Sin embargo, al mismo tiempo, los hombres se pusieron manos a la obra con el propósito

de que Zuzia (pues así se llamaba) repitiese expresiones mucho menos apropiadas para

el saloncito en donde se encontraba su jaula.

El pobre animal, atrapado justo en el medio de dos sistemas educativos antagónicos, se

bloqueó cabezonamente y no concedió ni una sola palabra hasta el final de su, por otra

parte, corta vida.

En cambio, sí reaccionaba al reloj. Se ponía hecha una furia cuando el reloj comenzaba

a dar las horas, agitaba sus alas multicolores y emitía un chillido terrible, estridente

y gutural. Un chillido que me aterrorizaba y que, incluso hoy, oigo con claridad. Entonces

tenía siete u ocho años y, a esa edad, aún no se piensa en el paso del tiempo.

Pasaba una hora y empezaba otra, ¿y qué? Pero me parece que a Zuzia era algo que

no le gustaba demasiado.

Gritaba como si quisiera ahuyentar algo imposible de ahuyentar, o, al menos, protestar

contra algo que, pese a todo, no escucharía sus protestas.

«¡Qué pequeño es aquello contra lo que luchamos, pero, lo que contra nosotros lucha,

qué grande es!», escribió Rilke. Pero leí a Rilke mucho después. Antes tuve a Zuzia,

a la que simplemente le encolerizaba el sonido del reloj.

 

 

 

 

 

 

 

 

Aves domésticas

J. Feliks

traducción del checo de Barbara Bzowska-Zych

ilustraciones de Dagmar Cerna

Varsovia

Pañstwowe Wydawnictwo Rolnicze i Lesne

1974

 

 

 


 

 

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