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poemas

john ashbery ha escrito algunos pocos poemas que se entienden de principio a fin, como ·el idiota·


el idiota

Oh cómo me ignora este hosco,
indiferente mundo! Esas rocas, esas casas
no conozcen el tacto de mi carne, ni hay un solo árbol
cuya sombra me haya conocido como a un amigo.
He vagado por todo el mundo.
No he conocido a ningún hombre, ninguna bestia amistosa
ha venido y ha puesto su hocico entre mis manos.
Ninguna criada ha dado la bienvenida a mi cara con un beso.


Sin embargo, una vez que hice la travesía
desde Gibraltar al Cabo de Hornos
conocí a algunos marineros amigables en el barco
y mientras luchábamos para evitar que el barco se hundiera
en una tormenta, las mismas olas parecían amistosas, y el sonido
que hacía la espuma al golpear el frente del barco.


john ashbery, 15 poetas norteamericanos

traducción de alberto girri


el poeta ahogado

El poeta ahogado, horas antes de ahogarse
tenía ojos de remolino, sal en sus muñecas, y exhibía
una acuática afectación. El mar estaba enterado,
como las flores en la cabecera de una herida,
de una responsabilidad inminente,
como un imán tendióse al lado de él durante todo el día azul;
ambiguo como un pulmón.

El observaba a los buzos estudiar un elemento
familiar como las escalas para el músico,
donde nadar es una progresión de vocales largas,
una comunicación que nunca puede ser buscada,
pues en sí misma es completa: evidente como las perlas,
ligada a los acontecimientos.

Ahogarse fue la perfección de la técnica,
la palabra envolviendo su propio sentido, como el Tiempo;
como si habláramos de poemas en un poema,
o en el momento culminante en una sonata citáramos
ejercicios de digitación: un cumplido
para todo logro.


james merrill: 15 poetas norteamericanos

james merrill: 15 poetas norteamericanos

traducción de alberto girri

harold bloom incluye a james merril

en ·La escuela de wallace stevens·

poema

He oído hablar de un hombre
que dice las palabras tan maravillosamente
que con sólo pronunciar sus nombres
las mujeres se entregan a él.

Si estoy mudo junto a tu cuerpo
mientras el silencio florece como tumores en nuestros labios
es porque oigo a un hombre subir las escaleras
y aclararse la garganta al otro lado de nuestra puerta.

leonard cohen: traducción de alberto manzano

leonard cohen: traducción de alberto manzano

Antonio Gamoneda escribió ·Mieres· para uno de sus amigos, ·Alejandro Mieres·, un artista plástico que esculpe y pinta y de quien se dice -con ese término que ya indica estupidez en quien lo usa- que es un artista incombustible. 


 mieres


Alejandro vio luz en el temblor de la tormenta; luz quebrándose en las venas del relámpago.

Vio la germinación de los límites y la fertilidad de los ángulos. Vio la rasante de los vencejos y la

mansedumbre de los centenales. Era la infancia.

                                                                        Vino a Gijón, vino de Astudillo. Vino Alejandro con

su mirada agraria. Trajo un ramo de sueños.

                                                                        Fue un día al mar y lo pensó pacífico.

                                                                                                                                             Y el mar

abrió los abismos del vértigo.

                                             Y el vértigo era semejante a un abismo. No. El vértigo era ciertamente

un abismo; un cesar incesante. En su hondura hervían transparentes triángulos.

                                                                                                                                  Alejandro rehusó

el abismo y levantó la belleza de la geometría profunda. Vio la exactitud de la belleza profunda

y pintó su rítmica, y la rítmica era la sucesión serena de todas las formas.

                                                                                                                                               Alejandro

pintó la serenidad de la tierra y el polígono de la noche. Obró con sus manos la liberación azul de

los rectángulos y llevó el rojo a sus límites.

                                                                              Así, silenciosa y sola, fue la obra pictórica. Más

tarde, Alejandro vivió un pensamiento. El pensamiento entendía de justicia y de fraternidad,

y de poner serenidad en la tierra, y Alejandro supo que el pensamiento fraterno era también

pensamiento pictórico.

He aquí, pues, la geometría y el pensamiento terrestres. Ved la ciudad,

los jardines, el monte; ved los pastos y los huertos tranquilos; vedlos latir en un solo tiempo. Ved

también que los acantilados están siendo duramente batidos. Dura y triste es la piedra de los

acantilados.

                        Pero silencio. Estoy recordando.

                                                                                     Recuerdo un día. Yo asistí al vértigo. Quizá a

un vértigo inverso. ¿Recuerdas, Alejandro?

                                                                      ¿Recuerdas el rojo en su cumbre, la gran luna ebria, y

Cecilia; los ojos de Cecilia?

¿Fue ocasión o causa del instante, de la pura ebriedad lunar, aquella

feliz incandescencia?

                                                 No me contestes; no quiero saberlo. Deja, por favor, Alejandro, este

misterio a mi pobre cabeza visionaria. Gracias.

                                                                                   Salud, Alejandro.

                                                                                                                    Pero silencio. Debo brindar.

                       Brindo por el polígono de la noche, por el verde pacífico, por el satélite rojo y por la

liberación de los rectángulos. Brindo por el pensamiento de la fraternidad. Y por los ojos de

Cecilia. Y por tus ojos.

                                             Salud, Alejandro, amigo mío.

                                                                                        Acuérdate de la soledad de la circunferencia,

acuérdate de mi soledad cismontana.

                                                                     Te espero en el Alto de la Madera. Llévame un

rectángulo.

                                  Llévame también un mendrugo. Un mendrugo sagrado de aquel pan tuyo; de

la gran hogaza de la fraternidad, precisamente. No te olvides. No tardes.


Antonio Gamoneda

[En ocasión de haber intentado alcanzar lo inalcanzable: la ayuda de

William Shakespeare. Algún rastro quedará del vano esfuerzo.]

obra picto/escultórica de alejandro mieres, ·nacimiento·

obra picto/escultórica de alejandro mieres, ·nacimiento·

juan antonio gonzález iglesias publicó ·confiado· en 2015. Tenemos que prescindir de la información del colectivo addison de witt para ignorar que el libro es de ·visor· y que ganó el XXXVI premio internacional ciudad de melilla. 

Con todo, si el tal gonzález iglesias no recibe un extra de inspiración o de sabiduría poética, no pasará a la historia. Y, aunque pasara, los poemas de este libro son prescindibles.

afortunado

Afortunado el hombre que despierta

junto a un treintañero con la barba de oro

al que admira

por la dulzura de sus dones,

y por su integridad y por el gesto

sereno con que afronta lo pequeño y lo grande.

Afortunado el hombre que llama compañero

al que comparte todo con él, en un golpe

de amor que repercute en toda su existencia.

Otros en el futuro se amarán como ellos.

Afortunado el que puede afirmar que confía.

El que habita junto a un valiente.

El que está protegido por su fuerza cercana

y recibe de pronto una mirada suya.

Aunque son vulnerables, ya son invulnerables.

Afortunado el hombre que camina junto a un joven risueño.

juan antonio gonzález iglesias

juan antonio gonzález iglesias

No hemos cedido a la tentación de colgar algún poema de los libros relativamente recientes de agustín fernández mallo, benito del pliego o jordi doce. En casos como este recordamos a pessoa: 

                  «Después los amigos, buenos chicos, buenos chicos, tan agradable estar hablando con ellos, cenar con ellos, y todo, no sé cómo, tan sórdido, tan bajo, tan pequeño.»

En lugar de tales poemas colgaremos otra obra de alejandro mieres:

                                                                      ·monóxido de carbono· 1973, 110 cm

No sé cuándo viró la poesía de vicente aleixandre, tal vez lo hizo de forma paulatina, pero si leemos casi cualquier poema de espadas como labios o de la destrucción o el amor y los comparamos con los de historia del corazón, por poner un poner, hay una pérdida poética tremenda. Aunque no es corto -es decir, es más bien largo, recuerdo cuando leí ·En la plaza·, que debe de ser de los años 50’s. 

Qué desolación, de pronto un aleixandre prosaico, aburrido, pésimo. El poema es tan cualquier otro que se puede leer a saltos, o dejarlo sin acabar: es desechable.


en la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, 
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, 
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.


No es bueno 
quedarse en la orilla 
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. 
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha 
de fluir y perderse, 
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso, 
y le he visto bajar por unas escaleras 
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse. 
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido. 


Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo, 
con silenciosa humildad, allí él también 
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia. 
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo, 
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano, 
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.


Y era el serpear que se movía 
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso, 
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.


Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse. 
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete, 
con los ojos extraños y la interrogación en la boca, 
quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo, 
en un extinto diálogo en que no te oyes. 
Baja, baja despacio y búscate entre los otros. 
Allí están todos, y tú entre ellos. 
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.


Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua, 
introduce primero sus pies en la espuma, 
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide. 
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía. 
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo. 
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza, 
y avanza y levanta espumas, y salta y confía, 
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.


Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor,  en la plaza. 
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo. 
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir 
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

– 

de luis alberto de cuenca, ·La herida·, del libro ·La caja de plata·, 1985. Se trata de un poema legible, digno, sin más, un texto que pertenece a la poesía.

la herida

Nada, ni el sordo horror, ni la ruidosa 
verdad, ni el rostro amargo de la duda, 
ni este incendio en la selva de mi cuerpo 
que amenaza con no extinguirse nunca, 
ni la terrible imagen que golpea 
mis ojos y tortura mi cerebro, 
ni el juego cruel, ni el fuego que destruye 
esa otra imagen de armonía y fuerza, 
ni tus palabras, ni tus movimientos, 
ni ese lado salvaje de tu calle, 
impedirán que encienda en tu costado 
la luz que da la vida y da la muerte: 
tarde o temprano sangrará tu herida, 
y no será momento de hacer frases.

gonzalo rojas: de ·¿qué se ama cuando se ama?

 –

la salvación

Me enamoré de ti cuando llorabas
a tu novio, molido por la muerte,
y eras como la estrella del terror
que iluminaba al mundo.

Oh cuánto me arrepiento
de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,
mientras sonaba el mar entre la niebla
y tú estabas eléctrica y llorosa
bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento
de haberme conformado con tu rostro,
con tu voz y tus dedos,
de no haberte excitado, de no haberte
tomado y poseído,
oh cuánto me arrepiento de no haberte
besado.

Algo más que tus ojos azules, algo más
que tu piel de canela,
algo más que tu voz enriquecida
de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
fatídico de tu alma,
se ha encarnado en mi ser, como animal
que roe mis espaldas con sus dientes.

Fácil me hubiera sido morderte entre las flores
como a las campesinas,
darte un beso en la nuca, en las orejas,
y ponerte mi mancha en lo más hondo
de tu herida.

Pero fui delicado,
y lo que vino a ser una obsesión
habría sido apenas un vestido rasgado,
unas piernas cansadas de correr y correr
detrás del instantáneo frenesí, y el sudor
de una joven y un joven, libres ya de la muerte.

Oh agujero sin fin, por donde sale y entra
el mar interminable
oh deseo terrible que me hace oler tu olor
a muchacha lasciva y enlutada
detrás de los vestidos de todas las mujeres.

¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé
de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?
¿Por qué no te preñé como varón
aquella oscura noche de tormenta?

– 

inédito de charles simic: revista ·Poéticas·

junio 2016; traducción de nieves garcía prados

en el tribunal

El juez parece dormido.

Sus pesados párpados están cerrados

y sus gafas negras reposan

sobre una montaña de documentos.

Quítate los zapatos al entrar,

para no perturbar su descanso.

Pero déjate los calcetines blancos.

El suelo del tribunal está frío.

La última luz del invierno

está a punto de marcharse,

dejando que la oscuridad llegue a nuestras almas

y haga con nosotros lo que le dé la gana.

margaret atwood: traducción de álvaro garcía


tus hijos se cortan las manos

Tus hijos se cortan las manos
al acercarse a través del espejo
donde el ser amado solía guarecerse.

No te lo esperabas,
creías que querían ser felices,
no llenarse de heridas.

Creías que la felicidad
les llegaría simplemente, sin esfuerzo
y sin ningún trabajo,

como el canto de un pájaro,
o una flor en el sendero,
o un banco de peces del color de la 
plata;

pero ahora se han herido
con el amor, y lloran en secreto,
e incluso tus manos están entumecidas;
porque no puedes hacer nada,
porque no les dijiste que no lo 
hicieran,
pues no creías
que fuera necesario,
y ahora te encuentras todo el cristal 
roto
y tus hijos, con las manos 
ensangrentadas,

aún se aferran a las lunas y a los 
ecos,
al vacío y las sombras,
de la misma manera que tú lo hiciste entonces.

joaquín o giannuzzi

 

 

la calle, la gente

 

 

 

Cuántos caminos recorridos, las calles,

los años que pasamos

los pies pegados al pavimento.

La vida que se busca andando,

circularmente hurgando

donde nadie quiere morir y nada se interrumpe.

Amor mío, mira intensamente

por la ventana, hacia abajo, escucha

aquí en la tierra la música humana,

la suave ley de la gravedad

que todo lo recupera, el vivo rumor

del polvo incesante,

las cosas que se declaran conformes y continúan.

La calle está llena de gente inmortal.

 

cuántos

caminos            calles

    años 

pies pegados

                        al pavimento

 

la vida se busca 

              [circularmente] hurgando:

nadie       quiere morir  

nada        se interrumpe

 

amor mío:

            mira [intensamente]

ventana            abajo

           escucha

                la música humana

                la ley de la gravedad

[que todo lo recupera]

                el rumor del polvo [incesante]

                las cosas que  conformes  continúan

 

la calle está llena

                              de gente inmortal

 

 

Ξ

Se trata de desmontar el poema; aunque en este caso, con este poema de Giannuzzi sea innecesario, con los poemas de sintaxis enrevesada puede ser preciso para enterarse del orden del sujeto, verbo y predicado, si es que los tienen. César Vallejo o Aleixandre agradecen este método en el que, en general, al poema le sobran palabras. 

robert bly es un poeta norteamericano y poco conocido, que nació en 1926. El título de uno de sus principales libros, ·Silence in snow fields· puede dar una idea de sus intereses poéticos. Parece un poeta sobrante, de relleno, y quizá lo es. Tampoco parece la alegría de la huerta.
Traducción de isabel duran giménez-rico



   regreso a la soledad

Noche de viento y de luna.

La luna ha desplazado a la Via Láctea.

Las nubes apenas sin vida, y la hierba agitada.

Es la hora del regreso.

Queremos volver, regresar al mar,

Al mar de pasillos solitarios,

Y estancias de noches salvajes,

Explosiones de amargura,

Sumergidas en el mar de la muerte,

Como las estrellas de la Osa errante.

¿Qué encontraremos a nuestro regreso?

Amigos transformados, casas vacías,

Quizás, árboles con hojas nuevas.

robert bly

robert bly

oliverio girondo: de ·espantapájaros (al alcance

todos), de 1932


2

Jamás se había oído el menor roce de cadenas. Las

botellas no manifestaban ningún deseo de incorporarse.

Al día siguiente de colocar un botón sobre una mesa,

se le encontraba en el mismo sitio. El vino y los retratos

envejecían con dignidad. Era posible afeitarse ante

cualquier espejo, sin que se rasgara a la altura de la

carótida; pero bastaba que un invitado tocase la

campanilla y penetrara en el vestíbulo, para que

cometiese los más grandes descuidos; alguna de esas

distracciones imperdonables, que pueden conducirnos

hasta el suicidio.

En el acto de entregar su tarjeta, por ejemplo, los

visitantes se sacaban los pantalones, y antes de ser

introducidos en el salón, se subían hasta el ombligo

los faldones de la camisa. Al ir a saludar a la dueña de

casa, una fuerza irresistible los obligaba a sonarse las

narices con los visillos, y al querer preguntarle por su

marido, le preguntaban por sus dientes postizos.

A pesar de un enorme esfuerzo de voluntad, nadie

llegaba a dominar la tentación de repetir: “Cuernos

de vaca”, si alguien se refería a las señoritas de la casa,

y cuando éstas ofrecían una taza de té, los invitados se

colgaban de las arañas, para reprimir el deseo de

morderles las pantorrillas.

El mismo embajador de Inglaterra, un inglés reseco

en el protocolo, con un bigote usado, como uno de

esos cepillos de dientes que se utilizan para embetunar

los botines, en vez de aceptar la copa de champagne

que le brindaban, se arrodilló en medio del salón para

olfatear las flores de la alfombra, y después de

aproximarse a un pedestal, levantó la pata como un

perro.

josé hierro: de ·cuaderno de nueva york·

espejo

En otro cielo, en otro reino extraño,

mis trabajos se vieron en mi cara.

Lope de Vega

Ese desconocido, ese recién llegado

que habla solo —no sabe que lo escucho—

y que pregunta, no sé a quién, ¿por qué volviste?

mientras borra con una blanca nube

los trabajos tatuados en su cara,

los zarpazos del tiempo,

y que otra vez pregunta ¿por qué volviste?

ese, al que veo y al que escucho

desde el lado de acá del espejo,

¿dónde, con quién estará hablando?

 

constantino cavafis: velas: 1893

traducción de josé maría álvarez



velas

 

Los días del futuro se alzan ante nosotros

como una hilera de velas encendidas —

doradas, vivaces, cálidas velas.

Los días del pasado quedaron tan atrás,

fúnebre hilera consumida

donde las más cercanas aún humean,

velas frías, torcidas y deshechas.

No quiero verlas; su aspecto me aflige,

me aflige recordar su luz primera.

Miro ante mí las velas encendidas.

No quiero volverme, y estremecerme al contemplar

qué rápidamente se alarga la hilera sombría,

qué rápidamente crece con sus velas ya consumidas.

sylvia plath: de ·tulipanes·: ovejas en la niebla

traducción de paulina vinderman

 



ovejas en la niebla

 

Las colinas se adelantan hacia la blancura.
Gente o estrellas
me miran con tristeza: los defraudo.

 El tren deja un trazo de aliento.
Oh lento
cabello del color de la herrumbre,

cascos, campanas dolientes…
toda la mañana
la mañana se ha ido ennegreciéndose,

una flor abandonada.
Mis huesos mantienen una quietud, lejanos
campos funden mi corazón.

Amenazan
dejarme entrar a un cielo
sin estrellas ni padre, un agua oscura.

w.h. auden: traducción de guillermo sheridan


el ciudadano desconocido

(a JS/07/M/378 el Estado

le levanta este Monumento en mármol)

La Oficina de Estadísticas encontró que era

uno de aquellos contra los que no existe queja

           oficial,

y todos los informes sobre su conducta concuerdan

en que, en el sentido moderno de una palabra

           anticuada, era un santo,

pues su actividad toda estaba al servicio de La

           Mayor Comunidad.

Con la excepción de la guerra, hasta el día en que

           se retiró

trabajó en una fábrica y nunca fue despedido,

antes bien complació a sus patrones, Motores “El

          Embuste”, S.A.,

sin ser un esquirol ni hombre de ideas extrañas,

pues reporta su Sindicato que pagaba sus cuotas

(sindicato fuerte, según nuestros reportes)

y nuestros obreros de sicología social descubrieron

que era muy popular entre sus camaradas y a veces

         tomaba una copa.

La Prensa está convencida de que cada día

         compraba su periódico

y de que sus reacciones ante los anuncios eran

         normales

en todos los aspectos.

Pólizas a su nombre prueban que estaba plenamente

         asegurado

y su tarjeta de salud muestra que una vez estuvo en

un hospital pero que había sanado cuando lo

         abandonó.

Tanto los Investigadores de Producción como los

         deVida de Alto Nivel

declaran que era totalmente sensible a los avances

          en Planes de Crédito

y que poseía todo lo necesario para el hombre

           moderno,

un fonógrafo, un radio, un coche y un refrigerador.

Nuestros sondeadores de Opinión Pública se alegran

de que haya sostenido las opiniones apropiadas a

          cada época del año.

Cuando había paz, estaba por la paz; cuando había

         guerra, iba a ella.

Contrajo matrimonio y sumó cinco hijos a la

         población,

lo que, según nuestros expertos en perfeccionar la

         raza,

era lo correcto para un padre de su generación,

y nuestros maestros advierten que jamás interfirió

         en su educación.

¿Era feliz? ¿era libre? La pregunta es absurda.

De haber habido algo incorrecto, sin duda nos

hubiésemos ya enterado.

raymond carver: de ·todos nosotros·

traducción de jaime priede


un paseo

 

Fui a dar un paseo por la vía del tren.

La seguí durante un rato

y me salí en el cementerio del pueblo.

Allí descansa un hombre entre

sus dos esposas. Emily van der Zee,

Esposa y Madre Amantísima,

está a la derecha de John van der Zee.

Mary, la segunda señora van der Zee,

Amantísima Esposa también, a su izquierda.

Primero se fue Emily, luego Mary.

Al cabo de unos años, el propio John van der Zee.

Once hijos nacieron de esas uniones.

También estarán muertos a estas alturas.

Éste es un lugar silencioso. Un lugar tan bueno como

cualquier otro para descansar del paseo, sentarme y

pensar en mi propia muerte, que se acerca.

Pero no lo entiendo, no lo entiendo.

Todo lo que sé de esta vida llena de sudor y delicadezas,

de la mía y de la de los demás,

es que dentro de poco me levantaré

y dejaré este lugar tan insólito

que ofrece amparo a los muertos. Este cementerio.

Me iré. Andando primero sobre un raíl

y luego sobre el otro.

 

wislawa szymborska: de ·hasta aquí·

traducción de gerardo beltrán y abel a. murcia soriano

reciprocidad


Hay catálogos de catálogos.
Hay poemas sobre poemas.
Hay obras sobre actores representadas por actores.
Cartas motivadas por cartas.
Palabras que sirven para explicar palabras.
Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.
Hay tristezas contagiosas al igual que la risa.
Hay papeles que provienen de legajos de papeles.
Miradas vistas.
Casos declinados por caso.
Grandes ríos con gran participación de otros pequeños.
Bosques hasta sus bordes desbordados de bosque.
Máquinas destinadas a construir máquinas.
Sueños que de repente nos arrancan del sueño.
Salud necesaria para recuperar la salud.
Escaleras tan hacia abajo como hacia arriba.
Gafas para buscar gafas.
Inspiración y expiración de la respiración.
Y ojalá de vez en cuando
odio al odio.
Porque a fin de cuentas
lo que hay es ignorancia de la ignorancia
y manos ocupadas en lavarse las manos.

wallace stevens: de ·la roca·

traducción de daniel aguirre

el poema que ocupaba el lugar de una

montaña



Allí estaba, palabra por palabra,
el poema que ocupaba el lugar de una montaña.

Él respiraba su oxígeno,
aun cuando el libro estaba vuelto sobre el polvo de su mesa.

Le recordaba cuánto había necesitado
un lugar al que ir por su propio camino,

cómo había vuelto a componer los pinos,
apartado las rocas y andado con cuidado entre las nubes,

hasta hallar la atalaya que fuera la adecuada,
donde estuviera él completo en un inexplicado completarse:

la roca exacta donde sus inexactitudes
descubrieran, por fin, la vista hacia la cual habían avanzado,

donde pudiera echarse y, fijando los ojos en el mar,
reconocer su única y solitaria casa.