cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros
de la muerte...
–
las cosas que digo son ciertas
–
–
Un astro estalla en una pequeña plaza y un pájaro pierde los ojos
y cae. Alrededor de él los hombres lloran y ven llegar la nueva
estación. El río corre y arrastra entre sus fríos y confusos
brazos la oscura materia acumulada por años y años
detrás de las ventanas.
–
Un caballo muere y su alma vuela al cielo sonriendo con
sus grandes dientes ele madera manchada por el rocío. Más
tarde, entre los ángeles, le crecerán negras y sedosas alas con
qué espantar a las moscas.
–
Todo es perfecto. Estar encerrado en un pequeño cuarto de
hotel, estar herido, tirado e impotente, mientras afuera cae
la lluvia dulce, inesperada.
–
¿Qué es lo que llega, lo que se precipita desde arriba y llena
de sangre las hojas y de dorados escombros las calles?
–
Sé que estoy enfermo de un pesado mal, lleno de un agua
amarga, de una inclemente fiebre que silba y espanta a
quien la escucha. Mis amigos me dejaron, mi loro ha muerto
ya, y no puedo evitar que las gentes y los animales huyan
al mirar el terrible y negro resplandor que deja mi paso en
las calles. He de almorzar solo siempre. Es terrible.
–
–
–

blanca varela: canto villano: poesía reunida 1949-1994
colección tierra firme: FCE: méxico: 2ª edición: 1996
octavio paz
prólogo a ·canto villano·
de blanca varela
poesía reunida 1949-1994
FCE
2ª edición 1996
«destiempos»
de blanca varela
No eran tiempos felices aquéllos. Habíamos salido de los años de guerra pero ninguna puerta se abrió ante nosotros:
sólo un túnel largo (el mismo de ahora, aunque más pobre y desnudo, el mismo túnel sin salida). Paredes blancas, grises,
rosas, bañadas por una luz igual, ni demasiado brillante ni demasiado opaca.
Esos años no fueron ni un lujoso incendio, como los de 1920, ni el fuego graneado de 1930 a 1939. Era, al fin,
el mundo nuevo, comenzaban de verdad los «tiempos modernos». Luz abstracta, luz que no parpadea, conciencia que
no puede ya asirse a ningún objeto exterior.
La mirada resbalaba interminablemente sobre los muros lisos hasta fundirse a su blancura idéntica, hasta no ser -ella
también- sino muro uniforme y sin fisura. Túnel hecho de una mirada vacía, que ni acusa ni absuelve, separa o abraza.
Transparencia, reflejo, mirada que no mira, ¿cómo huir, cómo romper los barrotes invisibles, contra quién levantar la mano?
Amo sin rostro, multitudes sin rostro, horizonte sin rostro.
Perdimos el alma y luego el cuerpo y la cara. Somos una mirada ávida pero ya no hay nada que mirar. Alguien nos mira.
¡Adelante! El mundo se ha puesto de nuevo en marcha. Vamos de ningún lado a ninguna parte.
Algunos no se resignaron. Los más tercos, los más valientes. Quizá los más inocentes. Unos se entregaron a la filosofía.
Otros a la política. Unos cuantos cerraron los ojos y recordaron: allá, del otro lado, en el «otro tiempo», nacía el sol cada
mañana, había árboles y agua, noches y montañas, insectos, pájaros, fieras. Pero los muros eran impenetrables.
Rechazados, buscábamos otra salida, no hacia afuera, sino hacia adentro. Tampoco adentro había nadie: sólo la mirada,
sólo el desierto de la mirada.
Nos íbamos a las calles, a los cafés, a los bares, al gas neón y las conversaciones ruidosas. Guiados por el azar -y también
por un instinto que no hay más remedio que llamar electivo- a veces reconocíamos en un desconocido a uno de los nuestros.
Se formaban así, lentamente, pequeños grupos abiertos.
Nada nos unía, excepto la búsqueda, el tedio, la desesperación, el deseo. En el Hotel des États-Unis oíamos jazz, bebíamos
vino blanco y ron, bailábamos. El Alquimista leía poemas de Artaud o de Michaux. Caminábamos mucho.
Un muro nos detenía: sus manchas nos entregaban revelaciones más ricas que los cuadros de los museos. (Fue entonces
cuando, en verdad, descubrimos la pintura.) «En este hotel vivió César Vallejo», me decía Szyszlo. (La poesía de Vallejo
también era un muro, tatuado por el hambre, el deseo y la cólera.)
En una casa de la avenida Víctor Hugo los hispanoamericanos soñaban en voz alta con sus volcanes, sus pueblos de adobe
y cal y el gran sol, inmóvil sobre un muladar inmenso como un inmenso toro destripado. En invierno Kostas se sacaba del
pecho todas las islas griegas, inventaba falansterios sobre rocas y colinas y a Nausica saliendo a nuestro encuentro.
En esos días llegó Carlos Martínez Rivas con una guitarra y muchos poemas en los bolsillos.
Más tarde llegó Rufino, con otra guitarra y con Olga como un planeta de jade. Elena, Sergio, Benjamín, Jacques,
Gabrielle y Ricardo, André, Elisa, Jean Clarence, Lena, Monique, Georges, Brigitte y ustedes, vistas, entrevistas, verdades
corpóreas, sombras.
Gertrude, Dorothy, Mary, Claire, Alberta,
Char!otte, Dorothy, Ruth, Catherine, Emma,
Louise, Margaret, Ferral, Harriet, Sara,
Florence toute nue, Margaret, Toots, Thelma,
Belles-de-nuit, belles-de-jeu, belles-de-pluie,
Le coeur tremblant, les mains cachées, les yeux au vent,
Vous me montrez les mouvements ele la lumiere,
Vous échangez un regard clair pour le printemps,
Le tour de votre taille pour un tour de fleur,
raudace et le danger pour votre chair sans ombre,
Vous échangez l’amou.r pou.r des frissons d’épées,
Des rires inconscients pour des promesses d’aube,
Vos danses sont le gouffre effrayant de mes songes
Et je tombe et ma chute éternise ma vie,
respace sous vos pieds est de plus en plus vaste,
Merveilles, vous dansez sur les sources du ciel.
[Paul Éluard, Capitale de la douleur.]
No creíamos en el arte. Pero creíamos en la eficacia de la palabra, en el poder del signo. El poema o el cuadro eran
exorcismos, conjuros contra el desierto, conjuros contra el ruido, la nada, el bostezo, el claxon, la bomba. Escribir era
defenderse, defender a la vida.
La poesía era un acto de legítima defensa. Escribir: arrancar chispas a la piedra, provocar la lluvia, ahuyentar a los
fantasmas del miedo, el poder y la mentira.
Había trampas en todas las esquinas. La trampa del éxito, la del «arte comprometido», la de la falsa pureza. El grito,
la prédica, el silencio: tres deserciones. Contra las tres, el canto.
En aquellos días todos cantamos. Y entre esos cantos, el canto solitario de una muchacha peruana: Blanca Varela.
El más secreto y tímido, el más natural.
Diez años después, un poco contra su voluntad, casi empujada por sus amigos, Blanca Varela se decide a publicar
un pequeño libro. Esta colección reúne poemas de aquella época y otros más recientes, todos ellos unidos por el mismo
admirable rigor.
Blanca Varela es un poeta que no se complace en sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del
verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo,
un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad.
Y, también, una exploración de la propia conciencia.
En sus primeros poemas, demasiado orgullosa (demasiado tímida) para hablar en nombre propio, el yo del poeta es
un yo masculino, abstracto.
A medida que se interna en sí misma -y, asimismo, a medida que penetra en el mundo exterior-, la mujer se revela y
se apodera de su ser.
Cierto, nada menos «femenino» que la poesía de Blanca Varela; al mismo tiempo, nada más valeroso y mujeril:
«Hay algo que nos obliga a llamar mi casa al cubil y mis hijos a los piojos».
Poesía contenida pero explosiva, poesía de rebelión:
«Los números arden. Cada cifra tiene un penacho de humo,
cada número chilla como una rata envenenada … »
Y en otro pasaje:
«El pueblo está contento porque se le ha prometido
que el día durará 25 horas. Esto es la inmortalidad».
La pasión arde y se afila en una frase que es, a un tiempo, un cuchillo y una herida:
«Amo esa flor roja sin inocencia».
En un número reciente de la Nouvelle Revue Française se compara la anemia de la actual poesía italiana con la
vitalidad de los jóvenes poetas hispanoamericanos (fenómeno en el que, como siempre, aún no han reparado nuestros
críticos).
Y agrega el escritor francés (André Pieyre de Mandiargues):
«Los jóvenes poetas de lengua española; originarios de América Latina, son los hijos pródigos del surrealismo y
la escuela andaluza».
La fórmula, acaso demasiado general, no carece de verdad. No sé si Blanca Varela se reconoce en Lorca, Alberti o
Aleixandre, aunque tengo la certeza de que Cernuda es una de sus lecturas favoritas. En cuanto al surrealismo
(palabra que no dejará de irritar y desconcertar a más de un crítico): en efecto, Blanca Varela es un poeta surrealista,
si por ello se entiende no una escuela, una «manera» o una academia sino una estirpe espiritual.
Pero, en este sentido, también son -o fueron- surrealistas los poetas andaluces (Lorca, Cernuda, Aleixandre) precisamente
en sus momentos más altos. Otro tanto ocurre con los hispanoamericanos de la misma generación.
¿Por qué no decir, entonces, que Blanca Varela es, nada más y nada menos, un poeta, un verdadero poeta?
En Blanca Varela hay una nota, común a casi todos los poetas de su tiempo, que no aparece en los de grupos anteriores,
trátese de españoles, hispanoamericanos o franceses.
Los poetas de la generación anterior se sentían, por decirlo así, antes de la historia; los nuevos, después.
La Víspera y el Día Siguiente. Antes de la Historia: en espera del Acontecimiento, el Salto, la Revolución o como
quiera llamarse al profetizado «cambio final».
No hubo cambio o, si lo hubo, tuvo otro carácter, otras consecuencias y otra tonalidad.
Después de la guerra no salimos al paraíso o al infierno: estamos en el túnel.
La poesía anterior a la guerra se propuso derribar el muro; la nueva pretende explorarlo, como se explora un continente
desierto, una enfermedad, una prisión.
La rebelión, el humor y otros ingredientes son menos explosivos pero más lúcidos. Explorar: reconocer.
La nueva poesía quiere ser un reconocimiento.
El mundo exterior, ayer negado en provecho de mundos imaginarios o de sueños utópicos, comienza a existir -aunque no
a la manera ingenua de los «realistas».
Para algunos nuevos poetas la realidad no es algo que hay que negar o transfigurar sino nombrar, afrontar y, así, redimir.
Operación delicada entre todas, ya que implica una reconciliación con esa realidad, es decir, una búsqueda de su sentido y,
al mismo tiempo, una transformación de la actitud del poeta. (Esa transformación, me apresuro a señalarlo, no puede ser
exterior; no significa un cambio ante el mundo sino un cambio del ser mismo del poeta.)
En el nuevo poema, de una manera que apenas empezamos a sospechar y que sólo comienza a hacerse visible en unas
cuanta obras aisladas, al fin han de reconciliarse las tendencias que desgarran ahora al hombre.
¿Asumir la realidad? Más bien: asunción de la realidad.
Blanca Varela es un poeta de su tiempo. Y por esto mismo, un poeta que busca transcenderlo, ir más allá.
Apenas escrita la última frase, siento su inexactitud: en poesía no hay «más allá» ni «más acá». Vanidad de las clasificaciones
literarias: a nada se parecen más estas líneas de un poeta del siglo XIV (el almirante Hurtado de Mendoza):
A aquel árbol que mueve la hoja,
Algo se le antoja …
que a estos versos de Blanca Varela (que también recuerdan Buson y a Basho):
Despierto.
Primera isla de la conciencia:
Un árbol.
La poesía no tiene ni nombre ni fecha ni escuela. Ella también es un árbol y una isla.
Una conciencia que despierta.
París, 10 de agosto de 1959
–
–

–
–
otoño secreto
–
–
Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido,
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la
mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.
Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada
por la turbia memoria del otoño,
y los días tienen la confusión del desván
donde nadie sube,
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad que amamos antes de conocer,
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta los pálidos candelabros
del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.
–
–
jorge teillier: para ángeles y gorriones: 1953-1956
ediciones puelche
–
–
croquis en la arena
–
–
La mañana se pasea en la playa empolvada de sol.
–
Brazos.
Piernas amputadas.
Cuerpos que se reintegran. Cabezas flotantes de caucho.
–
Al tornearles los cuerpos a las bañistas, las olas alargan
sus virutas sobre el aserrín de la playa.
–
¡Todo es oro y azul!
–
La sombra de los toldos. Los ojos de las chicas que se
inyectan novelas y horizontes. Mi alegría, de zapatos de
goma, que me hace rebotar sobre la arena.
–
Por ochenta centavos, los fotógrafos venden los cuerpos
de las mujeres que se bañan.
–
Hay quioscos que explotan la dramaticidad de la
rompiente. Sirvientas cluecas. Sifones irascibles,
con extracto de mar.
Rocas con pechos algosos de marinero y
corazones pintados de esgrimista.
Bandadas de gaviotas, que fingen el vuelo
destrozado
de un pedazo blanco de papel.
–
¡Y ante todo está el mar!
–
¡El mar!… ritmo de divagaciones. ¡El mar! con su baba
y con su epilepsia.
¡El mar!… hasta gritar
¡BASTA!
como en el circo.
–
–
Mar del Plata, octubre 1920
–
–

oliverio girondo: obra: 20 poemas para ser leídos en el tranvía
editorial losada: buenos aires: 7ª edición. julio 1996

–
–
la espera
–
–
Podía levantarme a cualquier hora,
a cualquier hora mirar por el pasillo,
siempre ahí, sentado, estaba mi padre,
su cabeza oscura hundida
entre las orejas del sillón.
Tan inmóvil que parecía un objeto,
la bata abierta, en las rodillas,
como si en el mundo no hubiera nada más
sino mirar la piscina amanecer. Él sabía
que su muerte había empezado, y la esperaba
como se espera un trabajo por hacer.
No se inmutaba cuando sentía mis pasos: tan suyo,
permanecer inmóvil dejándose mirar,
como una escultura queriendo sentir
la mirada que la acaricia. Esperaba
que el borde de mi camisón entrara en escena
y sólo entonces se dignaba mirarme,
sin mover la cabeza, esperando el beso
que iba hacia él, y no al revés,
el beso que borraba su soledad
mientras intentaba tragar una minúscula
gota de agua: ahí tenía a su hija
con la taza para escupir, su hija
para vaciarla. Pasaba el día entero
mirándolo dormir, mirándolo despertar.
Recién al caer la noche volvía a la cama
con su mujer. No volvería a estar solo
hasta la madrugada siguiente:
centinela del mundo nocturno,
guardián del agua, de la tierra informe,
de las sombras, sentado inmóvil,
como si lo único que esperaba
fuera a su hija.
–
–
sharon olds: el padre: traducción de mory ponsowy
bartleby editores: 2004
–
the waiting
–
No matter how early I would get up
and come out of the guest room, and look down the hall,
there between the wings of the wing-back chair
my father would be sitting, his head calm
and dark between the wings. He sat
unmoving, like something someone has made,
his robe fallen away from his knees,
he sat and stared at the swimming pool
in the dawn. By then, he know he wa dying,
he seemed to approach it as a job to be done
which he knew how to do. He got up early
for the graveyard shift. When he heard me coming down the
hall, he would not turn—he had
a way of holding still to be looked at,
as if a piece of sculpture could sense
the gaze which was running over it—
he would wait with that burnished, looked-at look until
the hem of my nightgown came into view,
then slew his eyes up at me, without
moving his head, and wait, the kiss
came to him, he did not go to it.
Now he would have some company
as he tried to swallow an eighth of a teaspoon
of coffee, he would have his child to give him
the cup to spit into, his child to empty it—
I would be there all day, watch him nap,
be there when he woke, sit with him
until the day ended, and he could get back into
bed with his wife. Not until the next
dawn would he be alone again, night-
watchman of matter, sitting, facing
the water-the earth without form, and void,
darkness upon the face of it as if
waiting for his daughter.
–
–

–
mori ponsowy
la poesía de sharon olds
–
Sharon Olds nació en 1942. Publicó su primer libro más bien tarde, a los
37 años, después de lo que ha llamado su pacto con Satán.
Tal como dijo en una entrevista con Dwight Gamer, «estaba dispuesta a
desprenderme de todo lo que había aprendido hasta entonces en mi doctorado
en la Universidad de Columbia a cambio de poder escribir mis propios poemas».
Desde entonces, ha publicado Satan Says (1980), The Dead and the Living (1983),
The Gold Cell (1987), The Father (1992), The Wellspring ( 1996), Blood, Tin, Straw
( 1999) y The Unswept Room (2002).
Actualmente trabaja como profesora de Escritura Creativa en la Universidad
de Nueva York y en el Hospital Goldwater para personas con parálisis severas.
Ha recibido el premio Lila Wallace-Reader’s Digest, el National Books Critics
Circle Award, el Premio de Poesía Harriet Monroe, el Premio del San Francisco
Poetry Center y fue nombrada Poeta Laureada del estado de Nueva York para el período 1998-2000.
La crítica ha sido unánime en considerar El Padre como su mejor obra.
Quizá una de las diferencias entre los buenos libros y los grandes libros,
aquellos
que marcan en nosotros un antes y un después, sea que los grandes no
pretenden damos respuestas ni simplificar o categorizar el mundo, sino
que lo extienden ante nuestros ojos desnudando su complejidad.
Tal como hace Sharon Olds en El Padre. Los poemas de este libro, escritos
en un lapso de nueve años, forman una secuencia que narra la enfermedad
y la muerte de un padre desde el punto de vista de su hija. No ha sido una
relación fácil la de ellos dos: el padre es alcohólico y la hija nació de una mujer
a quien él nunca amó.
Suficientes elementos para un complejo entramado de emociones que la
autora desmenuza con frialdad de anatomista, sin detenerse nunca en la
superficie de los afectos.
Sharon Olds pertenece a esa corriente tan norteamericana del exteriorismo
y la crónica de dramas familiares.
A través de una neutralidad aparentemente gélida, Olds fija escenas de la
vida cotidiana con distancia y fidelidad periodística, pero, al mismo tiempo,
con una agudeza lírica conmovedora.
Es la suya una mirada que no le teme al horror y que constantemente se
enriquece en la contradicción.
–
Creo que en algún momento miré a mi padre
y pensé Está lleno de mierda. ¿Cómo
sabía que otros padres hablaban con sus hijos,
los besaban? Sabía.
( ..)
Mi padre no era una mierda. Era un hombre
equivocándose en la vida. (..)
A veces, ahora, no me permito decir
que lo amaba, pero siento
que casi amo esas mierdas que viajan dentro de él,
bien formadas, esos fetos marchitos,
mí madre, mí hermana, mí hermano, y yo
en ese purgatorio.
–
Toda traducción es imposible, escribió Eliseo Diego, pero también la poesía
es imposible y no vacilamos en acometerla con audacia y temor y a veces
hasta con no mala fortuna. ¿A qué debe ser fiel el traductor: al significado
de las palabras, a su sentido, a su poder evocativo (que rara vez será el
mismo en dos idiomas), a la música, al ritmo? La jerarquía de fidelidades
establecida por cada traductor es su filosofía a la hora de trabajar.
El mejor de los casos es aquel poema que permite que todas las fidelidades
operen al unísono. Pero esto no siempre es posible. Cuando he tenido que
elegir, he optado por ser fiel a lo que el inglés Walter de la Mare llamaría
«el aroma» del poema.
Algo que no siempre va de la mano con la traducción literal, pero que
pretende conservar la naturalidad del léxico de Olds, su ritmo, su aparente
simplicidad, su fluidez narrativa. Tarea que no pude hacer sin sacrificar
en más de una ocasión la traducción literal.
Quizá toda traducción sea en el fondo también una utopía: ¿cómo hubiera
escrito el autor el poema si hubiera nacido y crecido en nuestro idioma?
Pregunta imposible de responder y que encuentra en la traducción apenas
una conjetura.
–
–
–
girasol
–
A Pierre Reverdy
–
La viajera que cruzó Les Halles a la caída del verano11
Andaba de puntillas
La desesperación rodaba en el cielo sus grandes yaros tan bellos12
Y en el bolso llevaba mi sueño ese frasco de sales
Que solo aspiró la madrina13 de Dios
Los torpores se desplegaban como el vaho
En el Perro que fuma
Donde acababan de entrar el pro y el contra
Que apenas si veían mal y de reojo a la joven
Acaso tendría que vérmelas con la embajadora del salitre
O de la curva blanca sobre fondo negro que llamamos pensamiento
El baile de los inocentes estaba en su apogeo14
Los farolillos se inflamaban lentamente en los castaños
La dama sin sombra se arrodilló en el Puente del Cambio15
En la Calle Yace-el-Corazón los timbres16 ya no eran los mismos
Las noches al fin cumplían sus promesas
Las palomas mensajeras los besos de emergencia17
Se unían a18 los pechos de la bella desconocida
Flechados19 bajo el crespón de los perfectos significados
Una granja prosperaba en pleno París20
Y sus ventanas daban a la vía láctea
Pero nadie vivía en ella aún a causa de los recién llegados
De los recién llegados que como es sabido son más entregados que los aparecidos21
Los primeros al igual que esa mujer dan la impresión de nadar
Y en el amor entra un poco de su substancia22
Ella los interioriza
Yo no soy el juguete de ninguna potencia sensorial
Y sin embargo el grillo que cantaba en los cabellos de ceniza
Un atardecer junto a la estatua de Étienne Marcel23
Me echó una mirada de complicidad
André Breton me dijo pasa
–

andré breton: el sueño y ambos poemas, de clair de terre (1923)
traducción de xoán abeleira
–
–
Sobre los comentarios que el propio Breton hizo
de estos versos y de su carácter profético, ver El
amor loco, Alianza Literaria, traducción de Juan
Malpartida, Madrid, 2000, p. 66-75. Los grandes
poemas saben más que quien los escribe, y, siendo
este uno de esos casos, creemos que «Girasol»
encierra otro tema que, al parecer, se le escapó a
Breton: el de su relación con la poesía, en general,
y con la escritura automática, en particular, durante
aquel período de «cambio», de transición
vital y artística.
–
11 Como explicó el propio Breton en su análisis del
poema, esta imagen fue construida a partir de la
de «la caída del sol». El poeta aludirá más tarde a
estos versos en Fata Morgana, el poema que es
cribió en Marsella, poco antes de exiliarse a Estados
Unidos, dedicado a Jacqueline Lamba.
–
12 El uso del verbo rouler en este verso nos indica que
Breton juega aquí con la etimología latina del género
botánico Arum («aro» o «yaro», un tipo de planta,
aunque en realidad el nombre de esta proviene del
griego aron, que significa «calor»).
–
13 También en el sentido de «dama que presenta a
otra delante de la corte».
–
14 ¿En alusión al «Baile de los Locos», quizás: https://
fr.wikipedia.org/wiki/F%C3%AAte_des_Fous?
–
15 O, literalmente, Puente al Cambio. Puente de París
donde antiguamente se hallaban los puestos
de los cambistas. Debido a su simbología —clave
para descifrar este poema, a nuestro juicio— calle
Gît-le-Coeur (cuyo nombre actual proviene
de una deformación del nombre original: Gilles
le Queux.
–
16 La palabra timbre abarca, en francés, muchas más
acepciones que la palabra «timbre», en español
(aunque esta provenga de aquella). Entre ellas:
«campana inmóvil de un reloj golpeada por un
martillo; tambor de forma redondeada; motivo
musical, melodía conocida a la que se le pone una
letra para crear una nueva canción; cualidad acústica
de las vocales» Y, por supuesto, también las de
«timbre; sello; cualidad específica de un sonido».
–
17 Juego creado a partir de la expresión issue de secours,
lit. « salida de socorro» .
–
18 Como en el sentido de «unirse a un partido, un debate,
una manifestación, etc.»
–
19 Dardés: aquí, seguramente, en la tercera acepción
del verbo original: «Erguir algo puntiagudo». Verbo
que, desde luego, implica la analogía «pechos =
flechas, saetas». Nosotros jugamos con las diversas
acepciones del verbo «flechar» y la expresión
«salir flechado».
–
20 ¿En alusión a las comunas ideadas por Charles
Fourier?
–
21 Breton juega con y contrapone los verbos survenir
(sobrevenir, acontecer, unirse a alguien o a un grupo
inesperadamente) y revenir (volver, reaparecer,
aparecerse un espectro).
–
22 El poeta emplea el verbo entrer en su acepción
científica: «En la composición del amor entra un
poco de la substancia [de los survenants]», queriendo
decir que, al igual que estos, el amor sobreviene,
llega de improviso y sin aviso a nuestras
vidas —suponemos.
–
23 Étienne Marcel (1302/10 – 31 de julio de 1358; París).
«Preboste de los comerciantes de París, que
dirigió la insurrección de la ciudad en 1358. Este
rico fabricante de paños, erigido en portavoz de
los puntos de vista de la burguesía parisina, fue
elegido representante del Tercer Estado en los
Estados Generales de los países de lengua de oil
celebrados en 1355-56. Allí encabezó la demanda
de reformas políticas, que incluían el control de
los impuestos por las asambleas representativas
del reino, exigiendo del delfín Carlos (el futuro
Carlos.V de Francia) la renovación del Consejo
real con consejeros designados por la asamblea.
Aunque sus demandas fueron reflejadas en la
Ordenanza de 1357, ésta no se aplicó, por lo que
Marcel provocó la insurrección de las corporaciones
de París, a imagen y semejanza de los movimientos
comunales que desde hacía décadas
venían protagonizando las principales ciudades
mercantiles de Flandes y el norte de Italia. La
insurrección se dirigió contra el delfín Carlos,
regente en aquel momento, por haber sido capturado
el rey Juan.II por los ingleses; Marcel se
alió con Carlos.II, el Malo, de Navarra, y consiguió
que la insurrección se extendiera al mundo
rural, con el estallido de una sublevación
campesina contra los impuestos y las obligaciones
feudales. Pero el delfín consiguió escapar
de la sangrienta matanza instigada por Marcel
en el Palacio real, reunió de nuevo a los Estados
Generales en Compiègne, recabó el apoyo de la
nobleza y gran parte del pueblo humilde y dejó
aislados a los rebeldes. Sometido París al asedio
de las tropas reales, la causa de Marcel perdió
apoyos entre los burgueses de la ciudad y uno de
ellos lo asesinó, poniendo fin a la rebelión.» (cf.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/
marcel.htm
–
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–
–
tournesol
–
La voyageuse qui traverse les Halles à la tombée de l’été
Marchait sur la pointe des pieds
Le désespoir roulait au ciel ses grands arums si beaux
Et dans le sac à main il y avait mon rêve ce flacon de sels
Que seule a respiré la marraine de Dieu
Les torpeurs se déployaient comme la buée
Au Chien qui fume
Ou venaient d’entrer le pour et le contre
La jeune femme ne pouvait être vue d’eux que mal et de biais
Avais-je affaire à l’ambassadrice du salpêtre
Ou de la courbe blanche sur fond noir que nous appelons pensée
Les lampions prenaient feu lentement dans les marronniers
La dame sans ombre s’agenouilla sur le Pont-au-Change
Rue Git-le-Coeur les timbres n’étaient plus les mêmes
Les promesses de nuits étaient enfin tenues
Les pigeons voyageurs les baisers de secours
Se joignaient aux seins de la belle inconnue
Dardés sous le crêpe des significations parfaites
Une ferme prospérait en plein Paris
Et ses fenêtres donnaient sur la voie lactée
Mais personne ne l’habitait encore à cause des survenants
Des survenants qu’on sait plus devoués que les revenants
Les uns comme cette femme ont l’air de nager
Et dans l’amour il entre un peu de leur substance
Elle les interiorise
Je ne suis le jouet d’aucune puissance sensorielle
Et pourtant le grillon qui chantait dans les cheveux de cendres
Un soir près de la statue d’Etienne Marcel
M’a jeté un coup d’oeil d’intelligence
André Breton a-t-il dit passe
–
