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«Se acerca el tiempo de los poetas menores.
Adiós Whitman, Dickinson, Frost. Bienvenido tú cuya fama nunca llegará
más allá de tu círculo familiar, o quizás a uno o dos buenos amigos
reunidos después de cenar alrededor de una jarra de vino tinto…
mientras los niños se adormilan y se quejan del ruido que haces al escudriñar por los armarios buscando tus viejos poemas, temeroso
de que tu esposa los hubiera tirado en la limpieza de la última primavera.»
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charles simic:
el maestro del disfraz
traducción de ezequiel zaidenwerg

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el maestro del disfraz
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Seguramente anda entre nosotros
de incógnito: el cajero de un negocio,
el pibe del delivery, la chica
que atiende en la farmacia, un peluquero,
el tipo todo inflado del gimnasio,
la bailarina exótica, el joyero,
–
el paseador de perros, el cieguito
que pide “Una moneda, por favor,
¿no me puede ayudar?” por los vagones.
Alguien que está encendiendo una fogata
falsa en la chimenea también falsa
de una vidriera, mientras miran desde
–
el sillón con el rictus congelado
de una sonrisa un padre y una madre,
cuando la calle se vacía y llega
la hora de cerrar del funerario
y hasta el último mozo se va a casa.
Ese mendigo viejo, ahí parado
–
en el portal, la cara medio oculta;
y no descartaría ni a ese gato
negro que acaba de cruzar la calle,
ni al foquito desnudo que en el túnel
del subte está colgado de su cable,
y que se mueve cuando el tren se para.
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charles simic
club de medianoche
traducción de rené higuera
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club de medianoche
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¿Eres el único propietario de un sórdido club nocturno?
¿Eres su único cliente, su único barman,
el único camarero que merodea entre las mesas vacías?
¿Montas de madrugada espectáculos de bailarinas
con difuntas estrellas de películas en blanco y negro?
¿Tu oficina está subiendo las escaleras,
encima de las luces de neón
o abajo en el oscuro sótano lleno de ratas?
¿Barbudos pensadores rusos son tus silenciosos socios?
¿El portero responde al nombre de Dostoievski?
¿Vendrá Fumanchú esta noche?
¿Y Miss Emily Dickinson?
¿Tienes un alma inmortal
o la furtiva sospecha de que no tienes ninguna?
¿Es por eso que lanzas un par de blancos dados
en la oscuridad, mucho después de que
el antro haya cerrado?
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alejandro garcía abreu entrevista a charles simic
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charles simic: espero que a la muerte
le gusten mis bromas
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alejandro garcía abreu
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Charles Simic (Belgrado, 1938) es uno de los escritores contemporáneos más importantes de la lengua inglesa. En esta entrevista con Alejandro García Abreu (ciudad de México, 1984), Simic conversa sobre la relación entre la poesía y la pintura, el insomnio, la evolución de su obra, los orígenes del acto poético, sus recuerdos en blanco y negro, la traducción, el jazz y el blues.
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Alejandro García Abreu: En el ensayo de corte autobiográfico “En el comienzo…” reveló que cuando era joven pintaba más de lo que escribía, pero la poesía era su ambición secreta. ¿Cuál es la relación entre la poesía y la pintura?
Charles Simic: Empecé a pintar cuando tenía alrededor de 15 años. Lo hice hasta finales de mis 20. En la pintura tratas con el espacio, los lienzos, una cierta forma, y en este marco tienes que acomodar las cosas, hacer que algo suceda. Uno empieza a escribir un poema muy pronto cuando se tiene una idea, una intuición de cuán extenso será. Para mí las palabras y las páginas rodeadas por espacios en blanco son el tema. El poema es esa cosa ahí dentro. Hay semejanza entre la poesía y la pintura. Hay mucha composición. Elaboras algo, ya sea en un lienzo o en un pedazo de papel con palabras.
AGA: ¿Cómo percibe la evolución de su obra poética desde Lo que dice la hierba hasta El amo de los disfraces y Poemas nuevos y escogidos 1962-2012?
Simic: Es difícil ser realmente objetivo. Cuando elaboraba el gran libro que incluye mi obra poética de 50 años noté algunos cambios. Cuando empecé a escribir —y por mucho tiempo— estuve interesado en poemas impersonales. Escribía sobre piedras, cuchillos, tenedores y zapatos. Pero no quería escribir más esos poemas. Después comencé a incluir mi propia vida en la poesía de una manera más directa. Ahí está ese cambio: pasé de ser impersonal y un poco objetivo a ser más personal. También estaba interesado en imágenes y metáforas muy fuertes: mi influencia surrealista. Durante los primeros 20 años —incluso por más tiempo— mi obra incluyó esas imágenes. En algún momento empecé a apreciar los poemas escritos con claridad, en los que el lenguaje es muy simple: el tipo de poemas que un perro puede entender. Quizá cada perro tiene un vocabulario de dos mil palabras. Podrías crear un poema y decir algo como “¡ve!” o “¡fuera!” y menearía la cola. Yo quería un poema que fuera totalmente accesible, en el que el lector quedara desarmado, contrario a la idea de cuando estás leyendo un poema y piensas “esto va a ser difícil” y no sabes qué diablos significa el poema. Se trata de dar a los lectores un poema al que puedan acceder con facilidad. Pero luego les tiendes trampas. Parece sencillo, pero cuando lo terminen van a decir: “algo más está pasando aquí”. Apuesto a que releerán el poema. Entonces los tienes atrapados.
AGA: Tradujo a poetas como Vasko Popa e Ivan Lalic. ¿Cómo fue esa experiencia?
Simic: La traducción es una de las lecturas más cercanas que puedes hacer de otro poeta. He traducido bastante, diferentes tipos de poemas. Participé en una antología de poesía yugoslava. Era un encargo, no elegí los poemas. Había un rango muy amplio de poetas: marxistas, simbolistas, pastorales rurales, sonetistas, surrealistas. Aprendí mucho. Tienes que entrar al poema de una manera muy minuciosa. Di clases de literatura durante gran parte de mi vida. Recuerdo cuando enseñaba un poema. Nunca sentí esa cercanía como cuando traducía. Realmente te das cuenta de cómo está hecho, empiezas a comprender.
AGA: “A lo largo de los años he visto la película unas cuantas veces más, y siempre pienso lo mismo: éste es el aspecto en blanco y negro, granuloso, de mi infancia”, afirmó sobre Ladrón de bicicletas —filme de Vittorio de Sica— en Una mosca en la sopa. Memorias.
Simic: Son recuerdos en blanco y negro, como las películas de los años cuarenta. En Europa no hubo color en los tiempos de guerra y no lo hubo años después. Todo era gris y negro. Nunca se vio un vestido brillante, no hubo colores brillantes en absoluto. El estilo de esos filmes y mi recuerdo de aquellos años coinciden. Recordar ese periodo fue como ver una película de De Sica o un film noir estadunidense de los años cuarenta.
AGA: En “Composición”, texto incluido en La incierta certeza, escribió acerca de los orígenes del acto poético.
Simic: Estaba más seguro de que sabía algo cuando escribí “Composición” hace mucho tiempo. Realmente no entiendo completamente cómo se producen los poemas, ya que pueden ser creados de maneras diferentes. Hay poemas que llegan cuando recuerdo algo que pasó y quiero recrearlo, volver a ese momento, pero también hay poemas que ocurren tan sólo por algunas palabras interesantes en una página. Abres una vieja libreta, lees una frase y eso pone en marcha una serie de asociaciones. El poema está hecho de esta frase inicial y da giros que no podías predecir ni concebir. Te das cuenta de que tiene que ir por ese camino, por lo que está sucediendo en el idioma. Una vez hablé sobre el uso de las palabras en la página y dije: “que hagan el amor, que vuelen”. Si las miras encuentras relaciones y después de un tiempo comienzas a percibir argumentos, y más allá de los argumentos, significados. No hay nada accidental al respecto. Antonin Artaud dijo que no hay azar, que el azar es nosotros mismos. Vemos algo y tenemos que hacer conexiones, distinguimos analogías. Esos poemas son los mejores, provienen de la nada. Más allá de eso es muy difícil describirlo porque no siempre es lo mismo, es impredecible, no existe una norma.
AGA: ¿Cómo ha procedido al incluir evocaciones autobiográficas en la mayoría de sus ensayos?
Simic: Casi nunca he escrito un ensayo para luego enviárselo a alguien. Alguien me pidió que lo escribiera. Conocía a directores de revistas literarias y me decían: “—Charlie, ¿por qué no escribes sobre salchichas? —¿Por qué sobre salchichas? —Siempre estás hablando de las salchichas. —Ok, voy a escribir sobre salchichas”, aunque podía ser sobre algo más, como la fotografía. No importaba el tema. Durante la guerra de los Balcanes, a partir del inicio de la década de los noventa, me llamaban desde los periódicos yugoslavos y me decían: “Alguien dijo esto sobre ti. ¿Quieres responderle?”. Entonces pensaba qué debía responder y les contestaba: “Está bien, lo haré”. Así que siempre es por encargo, alguien más lo encomienda. Los temas fueron sugeridos por amigos y extraños que querían que escribiera sobre algo. Mencionabas Ladrón de bicicletas. Escribía artículos para el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. El editor me llamó —en aquellos días no había internet, eran los años noventa— y me dijo: “Estamos haciendo una pequeña serie. Recuerda cuál es la primera película que viste y te gustó, no por la trama, sino porque había algo en ella que te cautivó, que querías ver una y otra vez”. Me comentó: “Miras una cosa pero ocurre otra”. Me di cuenta de inmediato de que era algo interesante y no me tomó más de un par de horas enviar un fax de vuelta para decirles que quería escribir acerca de Ladrón de bicicletas. Recuerdo que me encantaban sus cualidades cinematográficas, todos sus atributos estéticos, cómo era contada la historia. Traté de explicarlo a mis mejores amigos y no entendieron lo que estaba diciendo, así que me callé. No tenía manera de explicarlo, tenía tal vez 13 o 14 años. Así es como llegan las cosas, de alguien externo.
AGA: El monstruo ama su laberinto incluye epigramas, aforismos, notas y citas que apuntó en libretas. ¿Aún las revisa?
Simic: Tengo varias libretas y a veces las reviso. Muchas de ellas no funcionan. Tal vez hay materiales apuntados a lo largo de 15 o 20 años en diferentes libretas.
AGA: En una conversación mantenida con Eric D. Williams y J. Patrick Craig publicada en la revista Artful Dodge aseveró que “Cajas chinas y teatros de títeres” —ensayo sobre Emily Dickinson— tenía 14 páginas o más y luego lo redujo a tres. Y en “Palabras maravillosas, verdad silenciosa” afirmó que admira la observación de Claude Lévi-Strauss de que todo el arte es esencialmente reducción. ¿Por qué prefiere las formas breves?
Simic: Es la reducción. Hay un dicho en el ámbito poético en Estados Unidos que dice: “menos es más”. Sí me gustan los poemas más largos y he escrito algunos más extensos, como secuencias, pero tiendo a reducir. Incluso cuando tengo un texto de sólo dos páginas. Me gusta cuando tengo dos páginas. Pero poco a poco, al pensar en el poema, me llegan ideas de cómo hacerlo más y más pequeño. Es una cuestión de gusto; es una cuestión de temperamento. Siempre me han sorprendido los poemas cortos. Cualquiera de cuatro a 10 líneas que sea terriblemente simple pero que parezca decirlo todo. Los haikus —formados por 17 sílabas— serían, por supuesto, el mejor ejemplo de eso. Podrías releerlos una y otra vez por el resto de tu vida.
AGA: ¿Cómo recuerda su experiencia en la revista de fotografía Aperture?
Simic: Era una revista pequeña. Fui gerente. Había una enorme biblioteca sobre fotografía y una gran cantidad de material de fotógrafos contemporáneos. Pasaba horas revisando las fotografías y me eduqué en el tema; fue la mejor parte. Antes sabía muy poco al respecto. Fue muy importante para mí.
AGA: ¿Cuáles fueron sus responsabilidades como Poeta Laureado de Estados Unidos?
Simic: Una vez fui invitado a la Casa Blanca a un encuentro con el presidente Bush y les dije que no quería ir. Me contestaron: “Ok, no tiene que asistir”. No es una actividad oficial, la Biblioteca del Congreso tiene esa posición. Al Poeta Laureado se le da muy poco dinero, porque es una posición de financiación privada. Pagan los gastos para viajar a Washington, te hospedan en una modesta habitación de hotel algunos días —o un mes, si quieres— y eso es todo. La gente en Estados Unidos tiene la impresión de que es algo oficial, como ocurre con los Poetas Laureados británicos. Si la reina estornuda y le da un resfriado, tienen que escribir un poema deseándole su recuperación. Nosotros no tenemos ninguna obligación. Por supuesto que atraes mucha atención, te entrevistan mucho, consigues algunas lecturas. Es una cosa muy extraña. No estuve tan involucrado como otros Poetas Laureados. Les dije: “Muy bien, es muy agradable, pero no me llamen de nuevo”.
AGA: Aludió al insomnio en los ensayos “Leyendo filosofía de noche”, “En el comienzo…”, “Poesía e historia”, “El renegado” y “Yo y mi insomnio”, y en los libros de poesía La voz a las tres de la madrugada y Hotel Insomnio.
Simic: Soy insomne, nunca duermo bien, lo cual es conveniente ya que de noche es cuando mejor pienso. En algunos de mis ensayos y poemas no podía evitar tocar un tema que es la base o fundamento de mi vida psíquica: el hecho de que no puedo dormir.
AGA: ¿Cuál es el origen de su amistad con Mark Strand?
Simic: Dimos una lectura juntos hace muchos años, en 1968, en Nueva York. Esas cosas pasan, hemos sido amigos desde entonces.
AGA: “Me di cuenta de que [Sonny] Rollins, Charlie Parker y Thelonious Monk eran mucho mejores modelos de lo que un artista podía ser que muchos poetas”, escribió en “Días neoyorquinos, 1958-1964”. ¿Cómo lo han influido el jazz y el blues?
Simic: No han influido tanto en mi escritura como en mi vida. Paso muchas noches escuchando jazz y blues. En los viejos tiempos solía ir a los clubes de jazz con mucha más frecuencia que ahora. Llevo toda una vida escuchando a los músicos de jazz y pienso en ellos como un modelo de libertad: la vida que tenían, el tipo de música que tocaban, la irreverencia, la revolución de su calidad. Al mismo tiempo está el entretenimiento. No sólo ibas a apreciar esos elementos, sino también a pasar un buen rato. Por un lado está el aspecto avant-garde y por otro simplemente el entretenimiento, complacer a la gente.
AGA: En una entrevista con Mark Ford publicada en The Paris Review mencionó que escribe para hacer reír a la Muerte. ¿Qué agregaría a esta idea?
Simic: No hay nada más que decir, excepto que espero que a la Muerte le gusten mis bromas. Si no, estaré en problemas [ríe]. ~
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Nexos, número 444, diciembre de 2014
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salmo
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Te has tomado mucho tiempo para decidirte,
Oh señor, acerca de estos hombres locos
que gobiernan el mundo. Su mano es larga
y sus garras deben de haberte espantado.
Con su sombra uno de ellos me encontró.
El día se hizo glacial. Yo oscilaba
entre el terror y el valor
en el rincón más oscuro del dormitorio de mi hijo.
Te busqué con mis ojos, a Ti en quien no creo.
Has estado ocupado haciendo las flores bonitas,
que los corderos sigan a sus madres,
¿o quizás ni siquiera has hecho eso?
Era primavera. Los asesinos se divertían mucho
y se regocijaban, y tus predicadores
estaban justo a su lado, para asegurarse
de que nuestros últimos adioses fueran dichos adecuadamente.
–
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de ·el lunático: traducción de jordi doce


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La cita proviene de Una mosca en la sopa:
«El anhelo secreto de la poesía es detener el tiempo. Rescatar un instante, un rostro, un estado de ánimo un árbol y tomar una fotografía mental de ese momento en que el lector se reconoce a sí mismo. Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos
a nosotros mismos.»
–



Mi identidad secreta es
el cuarto está vacío
y la ventana abierta
–
mariposa negra
–
Barco fantasma de mi vida,
sobrecargado de ataúdes,
zarpando
con la marea del atardecer.
–
del libro ·el lunático·
del blog ·rima interna· de martín lópez- vega 2015

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el diccionario
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Tal vez haya alguna palabra por ahí
que describa el mundo tal y como es esta mañana,
una palabra para cómo la luz temprana
se deleita en apartar la oscuridad
de los escaparates y los portales.
Y otra palabra para el modo en que se detiene
sobre un par de gafas de alambre
que alguien perdió en la acera
la noche pasada, tambaleándose a ciegas
hablando consigo mismo o rompiendo a cantar.
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siete consejos de Simic a los jóvenes poetas
entrevista de lino gonzález veiguela, de fronteraD: 2011
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Hace unos años, Charles Simic escribió una lista de siete consejos destinados a los jóvenes poetas. Esos consejos constituyen además una buena definición de la poesía de Simic.
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El primero de los consejos decía: “No les cuentes a los lectores lo que ya saben sobre la vida”.
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Para ejemplificar este consejo con un poema de Simic, creo que se podría elegir un poema en prosa de su libro El mundo no se acaba y otros poemas que, en mi opinión, ejemplifica el primero de los consejos: el poeta trabaja con escenarios y objetos cotidianos que sin embargo significan otra cosa.
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“En un bosque de interrogantes no eras mayor que un asterisco.
¡Ah, la estación de las lloviznas! Alguien hizo sonar el cuerno de caza.
El diccionario decía que tú eras un signo que indicaba una omisión;
luego cambiaba de tema bruscamente y hablaba de “asterismos”,
lo cual se supone que tiene que ver con cristales que muestran
una figura luminosa semejante a una estrella. No te creíste ni una palabra.
Los interrogantes tenían dedicatorias de amor grabadas en sus troncos,
así no mirarías hacia arriba y no te fijarías en las cuerdas.
Cuerdas grasientas con lazos corredizos para niños”.
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El mundo no se acaba y otros poemas recibió en 1990 el premio Pulitzer. Las dos terceras partes del libro son poemas en prosa. Es tal vez la obra más libre de Simic y la más representativa de su creación poética.
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“Es uno de mis libros preferidos”, me dice Simic mientras caminamos hacia la Mezquita. “Nunca tuve intención de escribir ese libro. A lo largo de los años fueron acumulándose en mis cuadernos de notas entradas escritas en diferentes momentos que, en un principio, no guardaban relación entre sí”.
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Para Simic un poema en prosa es el resultado de dos impulsos contradictorios, la escritura en prosa y la escritura de un poema, que en teoría no pueden conciliarse. Y, sin embargo, el poema en prosa existe y constituye uno de los medios más significativos a disposición de un poeta para cuadrar el círculo entre géneros. Los poemas en prosa suelen suponer también todo un desafío para los lectores mediocres que clasifican el arte literario según definiciones de géneros limitadas, que se relacionan entre sí como compartimentos estancos: es decir, no relacionándose en absoluto.
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En los fragmentos en prosa que forman El mundo no se acaba aparecen muchas de las obsesiones de Simic. La principal tal vez sea nuestra dificultad para asumir el pasado y el presente mediante un discurso lógico. En muchos casos, las imágenes empleadas por el poeta juegan con las ganas del lector de encontrarles una utilidad antes de desintegrarse con una reverencia burlesca:
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“Las cosas no eran tan negras como algunos las pintaban.
Había un bello niño vestido de negro y jugaba con dos manzanas negras.
O era una chica. Fuera lo que fuera, tenía unos pequeños dientes blancos.
El paisaje al que daba su ventana había sido oscurecido con un brochazo de pintura
pesado y tosco. Todo era muy teológico, salvo cuando el niño sacó su lengua roja”.
–
En un par de los poemas en prosa, el poeta entabla un diálogo con Friedrich Nietzsche. Simic me confiesa que cuando lee filosofía le interesa sobre todo recolectar estados de ánimo. En ambos poemas en prosa también podría decirse que Nietszche se convierte en un personaje más de la galería de personajes excéntricos que habitan en los poemas de Simic:
–
“Querido Friedrich, el mundo todavía es falso, cruel y bello…
Antes, esta noche, observé al lavandero chino, que no lee ni escribe
en nuestra lengua, pasar las páginas de un libro que se dejó un cliente
sin prisas. Me hizo sentir feliz. Yo quería que fuese un libro de ensueños,
o un tomo de versos tontamente sentimentales, pero no lo vi de cerca.
Ahora es casi medianoche, y todavía hay luz. Tiene una hija que le trae
la cena, que lleva faldas cortas y anda a zancadas. Ella se retrasa,
se retrasa mucho, por eso él ha dejado de planchar y mira a la calle.
Si no fuera por nosotros dos, allí sólo habría arañas tendiendo sus redes
entre las farolas de la calle y los árboles oscuros”.
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Hace un día soleado. Mientras atravesamos el puente romano sobre el río Guadalquivir que da acceso al centro histórico de Córdoba Simic me explica la importancia que tiene la imaginación no sólo en su obra sino también en el modo de entender cuanto le rodea.
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“Soy partidario de que la imaginación participe en la visión del mundo, y por eso dejo que me ayude a escribir mis poemas. Puedes mirar el mundo con los ojos abiertos. Y puedes mirar el mundo con los ojos cerrados. Esos modos de ver el mundo te proporcionan miradas distintas pero, en mi opinión, complementarias. La realidad es demasiado compleja para abarcarla sólo a través de su descripción objetiva”.
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En otras palabras, no sólo somos lo que hemos vivido sino también lo que hemos imaginado –soñado o sentido- que somos. Si nos detenemos a pensar en los momentos que han sido importantes para nosotros a lo largo de nuestra vida, comprobaremos que los estratos geológicos de nuestras vivencias se han sedimentado en nuestra memoria en formaciones no homogéneas de datos objetivos y percepciones subjetivas. En El mundo no se acaba, Simic fotografía escenas que su memoria conserva a pesar de que tuvieron lugar. Son ejemplos de cómo trabaja la memoria en sus niveles más profundos, cercanos al surrealismo, cuando la subjetividad aliada con la imaginación lo deforma todo para explicarlo todo de un modo más preciso:
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“Todos saben lo que nos sucedió a mí y el Dr. Freud”,
dice mi abuelo.
“Nos gustaba el mismo par de zapatos negros en el escaparate
de la misma zapatería. La tienda, por desgracia, estaba siempre cerrada.
Había un cartel:
DEFUNCIÓN DE UN FAMILIAR o VOLVEREMOS DESPUÉS DE COMER,
pero no importaba cuanto esperase, nadie venía a abrir.
“Una vez sorprendí al Dr. Freud allí admirando sin pudor los zapatos.
Nos miramos enfadados el uno al otro antes de que siguiéramos
nuestros propios caminos, para nunca más volvernos a encontrar”.
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El cuarto consejo que Simic ofreció a los poetas jóvenes tiene que ver con la construcción de un discurso poético propio que prescinda de los discursos elaborados y se construya sobre imágenes y metáforas: “El uso de imágenes, símiles y metáforas aporta concisión a los poemas. Cierra tus ojos y deja que tu imaginación te diga qué hacer”.
–
Hojeando la obra de Simic encuentro el siguiente poema que, creo, ejemplifica lo contenido en ese cuarto consejo:
–
Haciendo el cuervo
¿Estás autorizado a hablar
en nombre de los árboles desnudos?
¿Eres capaz de explicar
lo que pretende el viento
con la camisa y el camisón
abandonados en la lavandería?
¿Qué sabes tú de las nubes negras?
¿Y de los estanques repletos de hojas muertas?
¿De coches antiguos oxidándose en la entrada?
¿Quién te ha dado permiso
para mirar la lata de cerveza en la cuneta?
¿Y la cruz blanca junto a la carretera?
¿El columpio en el jardín de las viudas?
Pregúntate a ti mismo si las palabras bastan
o si sería mejor agitar tus alas
de árbol en árbol
y seguir haciendo el cuervo.
–
Simic cree que el éxito comunicativo de las imágenes y metáforas sobre las que el poeta construye su poema no depende completamente del autor.
–
“Los poetas pueden no comprender del todo sus propias imágenes y metáforas. No considero que esto sea un problema”, me dice Simic. Hablamos de su lectura constante del folclore serbio y de los nativos americanos. Me explica que durante un tiempo se dedicó a anotar las imágenes de corte surrealista más sorprendentes que encontraba en las profecías, los sueños y los cantos de nuestros ancestros. “Poseían una gran riqueza expresiva. Lo lógico y lo irracional formaban parte de su modo de ver y de expresar el mundo”, comenta Simic. Menciona a uno de sus maestros, el poeta serbio Vasko Popa, que también buceó en el folclore serbio para enriquecer su estilo. Una adivinanza o un conjuro pueden decirnos tanto acerca del mundo como el aforismo de un moralista francés.
–
Otro de los principios poéticos de Simic es la concisión. La mayoría de los poemas de Simic no son muy largos. Simic me comenta que la concisión expresiva, además de ser uno de sus principios, es el resultado natural del trabajo de corrección que realiza habitualmente sobre los borradores.
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“Lo más frecuente, cuando termino de corregir un poema, es que el número de versos se reduzca. Además, suele ocurrirme que meses después de haber publicado un poema –cuando lo releo por ejemplo con motivo de un recital- siga detectando versos que podrían suprimirse o, al menos, reformularse para hacerlos más concisos”, comenta Simic.
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No es de extrañar, por tanto, que el consejo número tres que les da a los jóvenes poetas tenga que ver con la economía expresiva: “Algunos de los más grandes poemas que se han escrito son sonetos o poemas con no muchos más versos, así que no escribas más de lo necesario”.
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Mientras hablo con Simic pienso en uno de sus poemas más breves:
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La voz a las tres de la madrugada
¿Quién ha puesto risas enlatadas
en la escena de mi crucifixión?
Es uno de los poemas más perturbadores de Simic. Uno de los momentos destacados en sus recitales. Simic no recuerda cuántos recitales ha podido dar al cabo de su vida. Cientos. Dice que le gustan. Ha dado ya uno en Cosmopoética y participará también en el recital de clausura. La próxima semana viajará a Madrid donde impartirá una charla y ofrecerá una lectura en la Residencia de Estudiantes, los último actos de su estancia en España, país en el que nunca había estado.
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“Como te comentaba antes, algunos poemas han sufrido correcciones tras haber pasado la prueba de ser recitados en voz alta. Correcciones que no tienen que ver sólo con reducir el número de versos, claro. No existe eco mejor para comprobar la musicalidad del poema que el proporcionado por un recital. Se escuchan los poemas en voz alta semanas o tal vez meses después de haberlos escrito. Durante el proceso de corrección uno está demasiado cerca y demasiado dentro del poema y algunas de las cacofonías no le suenan tan mal”.
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Simic dice que, en algunos casos, tras meses de búsqueda de un solución rítmica y expresiva, sólo ha logrado encontrarla tras haberlo recitado el borrador casi definitivo de un poema ante un auditorio. Obviamente, ese trabajo de sonoridad no sólo se puede comprobar en un recital, lo importante, como señala Simic en su quinto consejo a los jóvenes poetas, es que esa prueba de resistencia estructural de un poema se lleve a cabo en voz alta: “Recita las palabras que has escrito en voz alta para decidir qué palabra será la siguiente”.
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También recomienda a los jóvenes poetas en su consejo número seis que no acepten todo lo que su “inspiración” les dicte en esos inexplicables momentos de fluidez mental en los que puede llegar a sentirse que uno se limita a transcribir un poema “perfecto”: “Lo que estás escribiendo es un borrador al que necesitarás realizar pequeños ajustes, tal vez durante meses, e incluso durante años”.
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En ocasiones, esos ajustes no son tan pequeños. Simic me recuerda la anécdota que cuenta en sus memorias, tituladas Una mosca en la sopa, publicadas hace unos meses en España por la editorial Vaso Roto.
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En el invierno de 1962, Simic se encontraba sirviendo en el Ejército americano, destinado en un cuartel situado a las afueras de un pequeño pueblo francés. Le había pedido a su padre que le enviara desde Estados Unidos una carpeta donde guardaba todos sus poemas escritos hasta entonces. La misma noche en la que le llegó la carpeta se sentó en su catre y se puso a leer. El resto de sus compañeros de barracón sacaban brillo a los zapatos, jugaban a las cartas o escuchaban la radio mientras él leía su poesía completa.
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“Quizá al haber permanecido tanto tiempo apartado de ellos y al encontrarme en unas circunstancias tan distintas pude juzgarlos con claridad. Reconocí las influencias obvias y los errores de estilo. Había unas doscientas páginas. Las hice pedazos rápidamente y las tiré a la basura. Me avergonzaba de esos poemas. Quería escribir poesía, pero no como esa”, señala Simic en sus memorias.
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“Sí, podríamos decir que aquella decisión implicó una seria de ajustes bastante drásticos en mi poesía completa”, bromea Simic.
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Unos días después de nuestra conversación en Córdoba, durante la charla que mantuvo con el poeta Luis Muñoz sobre sus memorias en la Residencia de Estudiantes, Simic amplió el relato de esta anécdota. Al parecer, aquella noche tras romper sus poemas y haberlos arrojado a la basura, regresó al barracón, se metió de nuevo en su catre y trató de dormir. Pero no pudo. Volvió a salir al patio del cuartel, se acercó al cubo de la basura y rompió los ya rotos papeles con sus poemas en pedazos más pequeños.
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“Sólo entonces pude conciliar el sueño”, confesó antes de una carcajada.
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Años más tarde, un viejo amigo llamó a Simic para decirle que había encontrado en un cajón unos viejos poemas firmados por él. Simic cuenta que la mayor parte de esos poemas eran los mismos que había roto años atrás, mientras realizaba el servicio militar en Europa. “Volví a leerlos y encontré algunos versos aquí y allá. Tal vez no debería haberlos destruido con tanta saña, pensé”, comenta Simic terminando la anécdota y riéndose de nuevo.
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En sus memorias, Simic se ocupa sobre todo de sus primeras tres décadas de vida. Las décadas de su formación como ciudadano y como artista. Su primera vocación fue la pintura, que abandonó cuando comprendió que no tenía el talento suficiente, volcando todo su esfuerzo y creatividad en la poesía. Escribe sobre sus primeros recuerdos infantiles, relacionados todos con la Segunda Guerra Mundial. Simic nació en Belgrado en 1938. Al terminar la guerra, su padre emigró para buscarse la vida fuera de Serbia. La familia no se reuniría con él hasta años más tarde, cuando la madre, el hermano Simic y el propio Charles viajaron a los Estados Unidos para reunirse con el cabeza de familia tras haber pasado unos cuantos meses refugiados en París.
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A pesar de todas las dificultades, Simic no recuerda su infancia con acritud. Al contrario, trata muchos de sus episodios biográficos con bastante sentido del humor. Como cuando afirma –al recordar, la guerra, el exilio en Francia y su posterior llegada como emigrante a los Estados Unidos- que en aquella época Hitler y Stalin fueron sus agentes de viajes.
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“No supongas que eres el único que sufre en el mundo”, escribe Simic en su segundo consejo a los jóvenes poetas.
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En algunos de sus poemas se puede entrever todo el horror que se vivió en Europa durante los años de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. Pero siempre con ese tono, entre resignado y lúcido, con el que Simic parece contemplar las cosas negativas de esta vida.
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Guerra
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de bajas
en la tarde de la primera nevada.
La casa es fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos.
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“A estas alturas de siglo la historia de mi vida”, escribe Simic en el primer párrafo de sus memorias, “no parece tener nada de particular. Son tantas las personas desplazadas, tan dispares los destinos individuales y colectivos que han tenido que afrontar que sinceramente resulta imposible, para mí o para cualquier otro, afirmar que alguien posee un estatus especial en virtud de su condición de víctima. Sobre todo si se tiene en cuenta que lo que me sucedió a mí hace cincuenta años sigue ocurriendo en la actualidad en Ruanda, en Bosnia, en Afganistán, en Kosovo, entre los kurdos, humillados hasta la saciedad, y en muchos otros lugares. Cincuenta años atrás eran el fascismo y el comunismo los que amargaban la vida a la gente. Ahora son el nacionalismo y el fundamentalismo”
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En otro de sus libros, Simic ha escrito: “Una de las ventajas de haber crecido en un lugar donde uno podía ver hombres ahorcados en los postes de las farolas mientras iba camino de la escuela es que procuras quejarte lo menos posible de la vida conforme te vas haciendo mayor”.
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En relación con lo anterior, le pregunto a Simic si el sentido del humor es una de las alternativas con las que contamos a la hora de observar cuanto nos rodea, y para observarnos a nosotros mismos, para evitar caer en la auto compasión.
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“El sentido del humor es muy importante para mí, así que me parece lógico que esta preferencia se muestre en mis poemas. En varias ocasiones he escuchado que en Estados Unidos no hay buenos poetas con sentido del humor. No es cierto. Tenemos por ejemplo a James Tate, un espléndido poeta y un buen amigo. Gran parte de su poesía es de carácter humorístico”, afirma Simic. Añadiendo que muchos lectores, incluidos aquellos que suelen leer poesía, consideran el sentido del humor como algo incompatible no ya con la buena poesía, sino incluso con la poesía como género.
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“Recuerdo una anécdota que puede ejemplificar este prejuicio. Acudí a un recital de James Tate y pude comprobar cómo la gente reía a mandíbula batiente. Al salir del recital, escuché una conversación entre un hombre y una mujer. ‘Ha sido estupendo’, le dijo ella. ‘Oh, sí, muy bueno’, dijo él. ‘Aunque, supongo que sabes que eso no es poesía, ¿no?’, cuenta Simic sin poder evitar una sonrisa. “Es una lástima que haya gente que crea que sólo se encuentra ante buena poesía cuando lee poemas en los que el autor lamenta lo desgraciado que es, qué fuerte es su amor no correspondido, etcétera. Cuando pienso en ese tipo de lectores, siempre me viene a la mente una cita de Tate que me gusta repetir: ‘Es una historia trágica, y por eso es tan divertida’”.
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Cuando salimos de uno de los patios cordobeses que hemos visitado, Simic y su mujer deciden regresar al hotel. Faltan aún un par de horas para la hora de comer y quieren descansar un rato.
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Los Simic se orientan ya con bastante soltura a través de la red de callejuelas del centro histórico de Córdoba. Dicen que han recorrido la ciudad en varias ocasiones durante los últimos días disfrutando de su belleza y del clima soleado. Cuando abandonaron su casa de New Hampshire hace apenas menos de una semana, aún se veían restos de nieve en los campos.
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La mujer de Simic, Helen, me dice que en New Hampshire llevan una vida tranquila. Tal vez demasiado, aunque tiene sus ventajas. Fue el lugar perfecto para criar a sus hijos y ahora ya se han acostumbrado a contemplar el paso de las estaciones desde su casa de campo situada a la orilla de un lago. Helen reconoce, sin embargo, que no termina de acostumbrarse a tener que depender del coche para todo. Nada que ver con Nueva York, la ciudad favorita de ambos, en la que poseen un casa y que visitan siempre que pueden.
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Incluso antes de llegar al país siendo un niño, los Estados Unidos en general y Nueva York en concreto eran para Simic la patria del cine más notable y de la música blues y jazz, que aún escucha con pasión. Hablamos de Armstrong, de las grandes big bands, como de la Count Basie o Duke Ellington. También de bluesmen primitivos como Robert Johnson o Charlie Patton. Muchas noches de su juventud, cuando era un pintor bohemio escaso de efectivo, transcurrieron en los clubes neoyorkinos donde tocaban las grandes figuras del bebop, como Thelonious Monk.
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Algunos poemas de Simic parecen compuestos como canciones bop, reinterpretaciones de viejas tonadas estándars con un lenguaje completamente nuevo que, sin embargo, no olvida de dónde viene y qué pretende expresar. Le pregunto hasta qué punto cree que el jazz ha influido en su escritura. Simic me dice que seguramente le haya influido, aunque no sabría decir hasta qué punto y en qué modo.
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En su séptimo consejo a los jóvenes poetas, Simic escribió: “Recuerda que al escribir un poema estás construyendo una máquina del tiempo, un vehículo que permitirá a otros viajar por su propia mente, así que no te sorprendas si no te resulta fácil lograr que todas las piezas de ese mecanismo funcionen correctamente”.
En sus memorias recuerda las dificultades que tuvo que afrontar cuando era joven mientras intentaba encontrar una voz propia: “Mis poemas se publicaban a un ritmo muy lento. Todos los días encontraba en el buzón una nota de rechazo. Recuerdo que en una de ellas el editor me envió una nota personal que decía así: ‘Querido señor Simic, es obvio que es usted un joven inteligente. ¿Por qué pierde el tiempo escribiendo sobre cerdos y cucarachas?’”.
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“El poema que me gustaría escribir es un imposible. Un piedra que flote en el agua”, ha escrito Simic. Le pregunto al poeta norteamericano si tras varias décadas de oficio se siente más seguro a la hora de escribir un poema, si cree que los años de práctica le permiten controlar los resortes que permiten lograr un buen resultado. “No creo que en este sentido sea muy distinto a otros creadores, el oficio puede ayudar a sentirse menos inseguro, pero es una especie de engaño que creemos para no reconocer que nada de lo que hayas escrito antes te puede ayudar a escribir un siguiente poema que sea tan bueno como pretendes”, comenta Simic. Le digo a Simic que recuerdo haber leído un frase suya en la que decía que cuando escribe pretende crear algo que aún no existe pero que tras su creación parezca haber existido siempre. “¿He escrito yo eso”, pregunta Simic y suelta una carcajada. “Bueno, si escribí eso, tal vez se podría considerar de mal gusto si me contradijera, ¿no?”, concluye con una sonrisa.
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“He dedicado mi vida a hacer una pequeña verdad hecha de una infinidad de errores.”
«El poeta ve lo que el filósofo piensa.»
“La estupidez es el condimento secreto que los historiadores tienen problemas para identificar en esta sopa que seguimos sorbiendo.”
“Soy miembro de esa minoría que se rehúsa a ser parte de una minoría oficialmente reconocida.”
“Religión: transformar el misterio del Ser en una figura que nos recuerda a nuestro abuelo sentado en la bacinica.”
«Poema corto: sé breve y dinos todo.»
«Finalmente una guerra justa. Todos los muertos inocentes deben considerarse suertudos.»
«La Gestapo y la KGB también creían que lo personal era político. La virtud por decreto era su otra creencia.»
«La eternidad es el insomnio del Tiempo. ¿Alguien dijo eso o es una idea mía?»
«Nueva York es un sitio demasiado complicado para un solo dios y un solo diablo.»
«La ambición de la teoría literaria de hoy parece ser encontrar el modo de leer literatura sin imaginación.»
“Para los amantes, hasta el nombre de pila es poesía.”
«Una teoría del universo: el Todo es mudo, las partes gritan de dolor o a carcajadas.»
«Adoro el dicho de Mirna Loy: ningún hombre con una vida sexual satisfactoria se convirtió en censor moral.»
«El nacionalismo es el amor al olor de nuestra mierda común.»
«Una película de horror para vegetarianos: Salchichas grasientas cayendo del cielo a su sopita de verduras.»
«Deidades momentáneas, así es como los griegos–creo–concebían a las palabras.»
«La poesía y la filosofía producen lectores lentos y solitarios.»
«Mi queja del surrealismo: adora la imaginación por vía intelectual.»
«Enterrador: la verdad es oscura bajo tus uñas.»
«La belleza de un momento fugaz es eterna.»
“Quisiera mostrarle a los lectores que las cosas más familiares que los rodean son ininteligibles.”
“Entre la verdad de lo que se oye y la verdad de lo que se ve, prefiero la silenciosa verdad de lo visto.”
“Crear algo que no existe pero que, tras haber sido creado, parezca como si hubiera existido siempre.”
“Nota a los historiadores del futuro. No lean el New York Times. Lean a los poetas.”
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hotel insomnia
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Me encontraba a gusto en mi pequeño agujero
la ventana daba a una pared de ladrillo.
En el cuarto de al lado había un piano.
Algunas tardes al mes
un viejo inválido venía a tocar
‘My Blue Heaven’.
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Pero normalmente era un lugar tranquilo.
Cada cuarto tenía su araña con un pesado abrigo
y una mosca atrapada en su tela
de humo de cigarros y ensueño.
Estaba tan oscuro que no alcanzaba ni a ver mi cara
en el espejo cuando iba a afeitarme.
–
A las cinco de la mañana el sonido de unos
pies descalzos en el piso de arriba.
Era el gitano adivino.
Alguien en el local de la esquina
se levantaba a mear después de una noche de amor.
Una vez oí, también, el llanto de un niño.
Estaba tan cerca que pensé,
por un momento, que era yo quien lloraba.
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ALGUNAS COSAS A TENER EN MENTE CUANDO TE SIENTAS A ESCRIBIR UN POEMA
–
No le digas a los lectores lo que ya saben de la vida.
No asumas que eres el único que sufre de este mundo.
Algunos de los más grandes poemas son sonetos y poemas no mucho mayores,
así que no escribas de más.
El uso de imágenes, símiles, y metáforas hace poemas concisos.
Cierra tus ojos, y deja que tu imaginación te dicte qué hacer.
Recita tus palabras en voz alta y deja que tu oído decida qué palabra sigue.
Lo que estás escribiendo es un borrador que necesitará reflexión adicional, quizás
durante muchos meses, e incluso años de reflexión.
Recuerda, un poema es una máquina del tiempo que estás construyendo, un vehículo
que permitirá a alguien viajar en su propia mente, así que no te sorprendas si tarda
un tiempo que todas las partes de su motor funcionen apropiadamente.
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–
anochecer
–
El caracol emana quietud.
La hierba es bendecida.
Al final de un largo día
El hombre encuentra gozo; el agua, calma.
–
Que sea simple, todo. Que todo permanezca
Sin dirección final.
Aquello que te trajo al mundo
Para alejarte de la muerte
Es uno y lo mismo;
La sombra larga y puntiaguda
Es su iglesia.
De noche algunos entienden lo que dice la hierba.
La hierba sabe una o dos palabras.
No tantas. Repite la misma palabra
Una vez y otra, pero no muy fuerte…
La hierba está segura del mañana.
–
–
traducción de rené higuera

–
–
mis zapatos
–
Zapatos, rostro secreto de mi vida interior
dos bocas sin dientes muy abiertas,
Dos pieles de animales parcialmente descompuestas
olor a nido de ratones.
–
Mi hermano y hermana que murieron al nacer
continúan en vosotros su existencia,
y guían mi vida
hacia sus inocencias incomprensibles.
–
¿Para qué quiero los libros
cuando leer en vosotros es posible
el Evangelio de mi vida en la tierra
y aún más allá, de cosas por venir?
–
Quiero proclamar la religión
que he concebido por vuestra perfecta humildad
y la extraña iglesia que construyo
con vosotros de altar.
–
Maternales y ascéticos, resistís:
parientes de bueyes, de santos, de hombres
condenados, con vuestra muda paciencia,
formáis la verdadera igualdad de mí mismo.
–
–
traducción de rené higuera



–
–
al destino
–
Siempre fuiste para mí más real que Dios.
Montando el atrezo de una tragedia,
martilleando los clavos
con solo unos pocos amigos invitados a mirar.
–
Solo para parecer cercano hiciste coja a una chica guapa
y arrollaste a un niño con una moto.
Se me ocurren un montón de ejemplos similares.
Lo dicho: cómo ambos nos seguimos encontrando.
–
La máquina de chicles que predice el futuro en Chinatown
puede que tenga la respuesta,
una vieja y chirriante puerta abriéndose en una película de terror,
un paquete de cartas que olvidé en una playa.
–
Puedo sentir cómo te acurrucas a mi lado por la noche,
con tu aliento caliente –tus manos frías–,
y yo, como si fuera un piano antiguo colgado
de una ventana al extremo de una soga.
–
–
de Mi séquito silencioso
traducción de antonio albors


con una sola carta.
Al final del extenso muelle
una aburrida gaviota levanta de vez en cuando una pata
y luego olvida bajarla.
En el aire se cierne una amenaza
de tragedias por venir.
–
Ayer en la noche, creíste escuchar la tele
en la casa vecina.
Estabas seguro de que estaban reportando
sobre algún horror nuevo.
Así que saliste para averiguarlo.
Descalzo, con apenas una pantaloneta.
Era tan solo el mar que sonaba cansado
después de tantas vidas
de pretender apresurarse hacia algún lugar
sin lograr jamás llegar a él.
–
Esta mañana parece domingo.
El cielo hizo su parte
y no proyectó ninguna sombra en la acera
o en la hilera de cabañas vacías.
Entre ellas, una pequeña iglesia
con una docena de tumbas grises arropadas
como si también tuviesen escalofríos.
traducción: gustavo solórzano alfaro
–
–
descripción de algo perdido
–
Nunca tuvo nombre,
y tampoco recuerdo cómo lo encontré.
Lo llevaba en mi bolsillo
como un botón perdido,
aunque no era un botón.
–
Películas de vampiros,
cafeterías abiertas toda la noche,
bares oscuros
y salas de billar
en calles aceitadas por la lluvia.
–
Llevaba una existencia tranquila y anodina,
igual que una sombra en un sueño,
un ángel en un alfiler,
y entonces lo perdí.
–
Los años transcurrieron con su hilera de estaciones sin nombre,
hasta que alguien me dijo, «Es ésta», y, estúpido de mí,
me bajé en un andén desierto
sin ninguna ciudad a la vista.
–
–
traducción de josé luis justes amador

–
–
una vida de fragmentos
–
Como una caja con fotografías viejas
Algunas ya rotas
Que encontraste en la basura
Y de las que salvaste algunas
mientras se llevaba el viento las otras.
–
Era un fría tarde azul de otoño
Cuando las dispusiste en la mesa
De la cocina y encontraste un rostro
Que te recordó a una muchacha
A la que una vez seguiste a la salida de la escuela.
–
Ella nunca se volvió a mirarte
Hasta hoy en que es todo sonrisa
Con los ojos apenas cerrados
Porque le molestaba el sol
O estaba a punto de pedir un deseo.
–
–
traducción de josé luis justes amador
traducción de josé luis justes amador
–
Usted tiene una concepción de la poesía como algo fuera de toda ideología, pero, ¿es posible escribir en este tiempo sin tomar partido,
sin reaccionar ante lo que sucede?
–
Mis poemas siempre han reaccionado a lo que está sucediendo. Como muchos poetas americanos desde Whitman, no pertenezco a ninguna iglesia, ni me acojo a ninguna ideología ni divulgo ninguna idea colectiva sobre la verdad. Para mí los grandes poetas son espíritus independientes.
Si no creyera eso, no merecería la pena hacer lo que hago.
–
–
«Los críticos se han referido a menudo a los poemas de Simic
como «cohesionados puzzles cúbicos chinos». El propio Simic ha manifestado: «Las palabras hacen el amor en la página como
moscas en el calor del verano y el poeta es solo el espectador desconcertado». La cita apunta a la filosofía de Simic de que el
arte debe ser mayor que la persona que lo creó.»
–
–
–
motel paraíso
–
Habían muerto millones, inocentes todos.
Yo me quedé en mi cuarto. El presidente
hablaba de la guerra como de una poción de amor.
Los ojos se me abrían del asombro.
Mi cara en el espejo me parecía
una estampilla con dos sellos.
–
Vivía bien, pero la vida era horrible.
Había tantos soldados ese día,
tantos refugiados que llenaban las calles.
Naturalmente, al tocarlos con la mano
desaparecían todos.
La historia se lamía las comisuras de su boca ensangrentada.
–
En el canal de pago, un hombre y una mujer
intercambiaban besos voraces y se arrancaban
la ropa entre ellos mientras yo los miraba
sin volumen y con la habitación a oscuras
excepto por la pantalla donde el color
tenía demasiado rojo, demasiado rosa.
–
traducción de sandra toro

–
víctor manuel mendiola, del grupo Milenio, de México, escribe en un artículo sobre Simic:
–
Simic es un maestro en la invención de metáforas «invisibles» que no captamos de manera inmediata y que nos hacen albergar la ilusión de que podemos expresar la realidad en cualquier frase y de cualquier modo.
Por eso, en un primer momento podemos suponer que la lírica del poeta laureado, igual que la de Pacheco, nos ofrece un realismo espontáneo y una lírica prosaica.
Pero cuando avanzamos un poco en la lectura, nos damos cuenta que imágenes poderosas, nimias y sustanciales, llenas de vitalidad, han atrapado nuestra conciencia y resuenan, a menudo, con una claridad violenta, brutal:
«Un perro que intenta escribir un poema sobre el porqué ladra,
¡Ese soy yo, querido lector!»
En otras ocasiones los versos nos revelan el carácter inopinado de las cosas y de lo que vemos como cuando dos niños, de paseo en el bosque, vislumbran «un montón de nieve».
En realidad miran a una pareja desnuda «sobre el suelo pelado» en el momento del amor.
Y en otras más aparece una espiritualidad que solo puede surgir del contacto con los seres que nosotros —los urbanos— hemos perdido.
En el poema «El árbol que nadie visita», Simic comprende:
«Aun el viento, que siempre está inventando
pequeños juegos para que jueguen sus hojas,
hoy no tiene ninguna prisa para perturbar la paz»
la paz del árbol.
–
–