me asusta el cielo limpio
–
–
Ay, el enorme número de poetas que (no) pasan a la historia -sin pena ni gloria-, que se quedan ahí, no se sabe dónde, suspendidos en el aire, porque ya nadie los recuerda ni los incluyen en las antologías masivas, documentales -si es que alguna vez los incluyeron-.
Tenían, al parecer, un destino singular, extraño, que en sus tiempos los hizo sentirse elegidos de los dioses o de las musas, tocados por la gracia, especiales en algún sentido. Pronto -enseguida- se dieron cuenta -porque la vida y sus contemporáneos les informaron- que no, que no, que sus poemas eran de segunda: débiles, derivativos, consabidos.
Así, aunque renunciaron a vivir de la poesía, no se resignaron a abandonarla por completo: contra toda evidencia siguieron esperando a que su alto destino de poetas se pusiera en marcha; ingenuamente esperaron levantarse un buen día distintos, nuevos, iluminados por el lenguaje.
Pero un buen día se levantaron más bien bruscamente viejos, cansados, con la energía justa para sobrellevar el deterioro y sus abundantes malestares. Perplejos, con los pequeños ojos redondos, opacos y malignos de las gallinas, la simple mención de la poesía les pareció una ofensa, una frivolidad, considerando el grave estado de su salud, sus muchos males, la respiración de la muerte en la nuca.
Y no ha habido pocos poetas -sino bastantes, muchos- a quienes las cosas les han ido, en apariencia, mejor: durante algunos años fueron incluso candidatos a la Poesía -con mayúscula-, a la Historia a través de la Poesía.
Ganaron los premios: no sólo la XXV edición del Carlos Pérez a la Poesía Sobrante, y el II Premio Internacional de la UNSECO, que los llevaron en volandas a la Real Academia de la Academia, sino que -con los años- se hicieron merecedores del Príncipe de Abulias, y del Reina Torcida, y -por fin- del Premio Cesantes, que fue el broche de su brillante y dilatada carrera poética.
Sin embargo, aunque la gente, el personal, el público, los consideró poetas y bien vivieron de tal oficio -por los cargos adjuntos que conlleva la literatura a tales niveles- tampoco fueron mucho más allá que los poetas fracasados, ya que la cosa de su vida quedó más bien como una ceremonia entre personajes, un estúpido minué, y también fueron enseguida olvidados, si es que alguna vez fueron realmente verdaderamente- recordados.
me asusta el cielo limpio
–
–
–
José Barroeta (Pampanito, Trujillo, Venezuela, 1942)
Todos han muerto. Poesía completa (1971-2006)
Editorial Candaya, Canet de Mar, 2006
Anclado en el horizonte,
como una palmera
que le ha nacido al mar,
un barco en llamas
que nunca se consume
me espera:
me lleva esperando
desde siempre.
–
Algún día soltaré el lastre
de este dolor tan firme
como la tierra
donde me hundo.
Algún día,
quizá alguna noche,
sabré descoser
los pespuntes de miedo
de mi vestido
y nadaré desnuda hasta él.
–
El sueño vencido
de las algas
en la guerra de las mareas
guiará mi camino.
El sueño rebelde
de la tripulación de mi deseo
me tenderá la escala
para trepar a cubierta.
–
–
Almudena Guzmán (Navacerrada, Madrid, 1964)
El príncipe rojo. Ediciones Hiperión, Madrid, 2005
–
antes que llegue la noche
–
–
Antes que llegue la noche sobre el mar
y avente el viento de la tramontana
mis húmedas cenizas hacia la nada.
Antes que los gastados gestos se disuelvan,
igual que una sonrisa que se transforma en mueca
o los cansados espasmos de un amor extinguido.
Antes, todavía, como este sol sobre las islas,
terco punto de luz, color intenso,
que mis palabras dibujen mi fantasma,
salvado y perdido, en la pura intensidad de la vida.
–
poema
–
–
¿Sabes tú cómo ha de ser
un poema?
¿Por debajo, por un lado, por detrás?
¿Cifras? ¿Letras?
¿Y de qué color?
–
¿Ha de parecerse a las olas?
¿Y entonces a cuáles:
mares, lagos, ríos?
¿Ha de poder entrar cualquiera?
¿Y cuánto ha de costar?
–
He conocido poemas tan viejos
que había que ayudarlos
a cruzar la calle.
Otros estaban ciegos,
y también había mujeres
en la flor de la juventud,
con pensamientos como el lechazo
y labios de testamento.
–
No existen leyes,
dijo el Maestro, a veces
se parece a las acciones,
y otras al mazapán,
y se puso a bailar en las escaleras de mármol
del viejo mausoleo
la víspera de morir
de un soneto
envenenado.
–
–
Cees Noteboom (La Haya, 1933)
Luz por todas partes. Antología.
Visor Libros, Madrid, 2013
Traducción de Fernando García de la Banda
–
–
Lo más difícil ha sido siempre desaparecer uno mismo
para reaparecer después como algo completamente diferente:
la almohada de una muchacha enamorada,
una pelusa haciéndose pasar por una araña.
–
El negro aburrimiento de noches lluviosas en el campo
hojeando los escritos de ilustres adeptos
que dan consejos sobre cómo proceder a la transmutación
de una ilusión de tiempo en una eternidad.
El verdadero maestro, uno de los elegidos,
necesita al menos cien años para perfeccionar su arte.
–
Mientras tanto, el pequeño arcano de la sartén en el fuego,
el olor del aceite de oliva y ajo flota
de habitación vacía en habitación vacía, la gata negra
se restriega contra tu pierna desnuda
mientras arrastras los pies hacia la luz distante
y el tintineo de vasos en la cocina.
–
the lives of the alchemists
–
The great labor was always to efface oneself,
Reappear as something entirely different:
The pillow of a young woman in love,
a ball of lint pretendig to be a spider.
–
Black boredoms of rainy country nights
Thumbing the writins of ilustrious adepts
Offering advice on how to proceed with the transmutation
Of a figment of time into eternity.
The true master, one of them counseled,
Needs a hundred years to perfect his art.
–
In the meantime, the small arcana of the frying pan,
The smell of olive oil and garlic wafting
From room to empty room, the black cat
Rubbing herself against your bare leg
While you shuffle toward the distant light
And the tinkle of glasses in the kitchen.
–
–
El viento,
el que arranca los árboles de cuajo,
el que enfurece el mar,
el que arrasa las costas
sin clemencia,
–
sí, el mismo,
míralo ahora,
–
siguiéndote por la calle,
jugando con tu melena,
–
tonto perdido.
–
–
Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959)
La piel de la vida
Ediciones de Baile del Sol,
Teguise, Tenerife, 2013
–
Nunca lo olvides:
sobre las noches negras de mi patria
era capaz
de besarte en los ojos.
Contémplame. ¿No es cierto
acaso, que es el dolor
el que regresa, el que vuelve a ocupar
la misma casa, el que anda perdido
ante el mismo dintel,
y no se atreve;
ante los mismos campos,
y solloza;
ante el mismo huracán,
y se le lleva
¡oh fiel bondad! al hombre
su escapulario único y sencillo?
Nunca lo olvides.
Estamos esperando; de un momento a otro
vendrá el aire. No serán necesarios
nuestros sueños, nuestros turbios aullidos, nuestras primeras
elocuencias.
Bajo la noche
arde el silencio, tiembla
la soledad, crujen las sombras
de la muerte; alguien
desfavorablemente besa a una mujer, se enfrenta a solas.
–
–
Te pido que no lo olvides, que no lo olvides
nunca. Aquella madrugada y aquel himno guerrero nos recuerdan.
Estos son mis dos brazos, mis dos escalofríos, dos unidades
con temblor. Y, sin embargo, ves,
pueden herirte
dos momentos alegres, dos pulseras de cobre inofensivas
bajo la soledad, pura arcilla aldeana.
Así he querido alzarte:
como a un sueño lejano y galopar contigo
bajo la dura siembra, el testamento duro
de la noche.
Así te tuve, única y amarga
como el buen peregrino, el necesario caminante
de la tierra vencida; como el que sabe
que su amor es único, que es único su mal
y eleva su pregunta, y va así caminando
bajo la alta palabra, bajo el mundo tranquilo
de su estrella, hombre
con su dolor, bestia nacida
llegando ya el vacío.
Te pido que no olvides
mi voz; supo nombrarte.
Descabalgué
cuando la tierra estaba dolorida, desmantelado
el hombre;
sobre las noches negras de mi patria
era capaz
de besarte en los ojos.
–
–
Como una sombra más se levantan los árboles;
arde el reloj con el incendio, nieva sobre el helado
refugio de la vida.
Todo
como una sombra más, como un último adiós
se ilumina y nos grita.
–
–
Te pido que no olvides. Aquella magia era
nuestro celeste mal, y puedo hablarte
de cuando el hombre estaba a solas
hace ya muchos siglos.
–
Diego Jesús Jiménez (Madrid, 1942-2009)
La ciudad
Bartlebu Editores, Madrid, 2015
–
Luis Rosales (Granada, 1910-Madrid, 1992)
Poesía.
Editorial Trotta, Madrid, 1996.
En cuanto a las despedidas, apenas existen gestos más allá
de las pancartas: abrazos y lágrimas en el control de
seguridad,
una cámara para que el momento exista
tras el regreso. ¿Tú qué prefieres? Wislawa, por favor, reza
por ella. De pequeña te confundían con un niño
por el pelo corto y la sangre en las rodillas. Tienes una
cicatriz en el labio superior
porque te caíste al servirnos la merienda. Al crecer te
cambiaron el nombre:
alguien te llamó Pentecostés. Todas las lenguas
las conoces tan sabia como un dios.
–
–
Bestia del norte, ahora vivirás a ciento ochenta grados:
cuando yo actúe,
tú en mi oposición. Del dolor (tú también, Celan, reza
por ella),
aquí no nos enteraremos: finge que todo marcha bien.
También yo fingiría
que todo marcha bien. Podría aconsejarte. De pequeña
te confundían con un animal porque golpeabas con furia
y después rumiabas estiércol y perdón. Tienes aún el deje
de quien hace
y luego piensa. Al crecer te dejaste la melena larguísima.
Quién te imaginara
en aquellos días salvajes como ahora quién
te imaginaría
en aquellos días salvaje como un dios.
–
–
Voy a velar tus libros y tu ropa; voy a velar desde mi
adolescencia
para que no te ocurra lo que a mí. ¿Tú qué prefieres
guardar en la maleta? He recogido los zapatos, he tocado
su suela
demasiado fina. El dolor, te lo recuerdo: representa
bien. Sé cómo se hace. De pequeña te confundían con una
de esas fábricas
que encadenan turnos y humo. Tus ojos
azules encendidos. Como un niño que sangra y como un
animal que muerde: así te exigen otros
así te exigen inmisericorde como un dios.
Quizá algún día desconozcas esta lengua.
Por si acaso, buen Yeats, por favor, reza con ella.
–
–
Miriam Reyes (Ourense, 1974)
Haz lo que te digo
Bartleby Editores, Madrid 2015
–
Te pedí que te cortaras el pelo
para que volviera a su suavidad natural
Como todo lo demás, lo hiciste a medias
A medias me rompieron la cara en tu nombre, a la vuelta de la esquina
a medias me esperabas, entretanto, en la casa, pues partiste enseguida
a refugiarte en otra. Y a medias le había dicho al agresor
que me amabas. Pero, eso sí, le diste mi nombre y mi dirección
pues no todo ha de hacerse a medias
tuviste la honradez de pensar
en un cincuenta por ciento.
–
–
Pablo García Casado (Córdoba, 1972)
Fuera de Campo (Poesía reunida).
Visor Libros, Madrid, 2013
A mi madre le gusta ir a ese café de sobrias lámparas,
pedir galletas de vainilla,
tomar dos tazas de té negro con parsimonia
como en un acto ceremonial.
Hoy la he traído, pues, cediendo al gesto filial
mi tarde laboriosa.
Tras los enormes ventanales vemos correr la vida afuera
mientras hablamos de otros días
y la tibieza del lugar sugiere que la felicidad no es más
que esto.
De repente,
como recuperando las palabras de un sueño
ella dice: «Qué lástima que todo se termina».
Lo dice con sonrisa liviana, pues sabe
que ser trascendental no conviene a la tarde.
(Mi madre cumplió setenta y cuatro años
y alguna vez fue bella).
Al fondo de las tazas el té pinta sus signos.
Yo no sé qué decir.
Miramos la avenida, las caras planas de los transeúntes,
los árboles que callan. Anochece.
–
Piedad Bonnett (Amalfi, Colombia, 1951)
Tretas del débil.
Valparaíso Ediciones, Granada, 2013
–
Solamente si alguna vez amaste
con uñas y con dientes,
sin red,
sin salvavidas,
aciertes a entender el vértigo insondable
que se extiende a los pies del desengaño.
–
Ella creyó encontrar la fuente del principio
cuando lo conoció en medio de la tierra
sin más escudo que su piel de hombre
bruñida por el sol igual que el oro viejo.
Lo amó sin precipicios ni preguntas,
tiernamente, en silencio,
con esa gratitud voluptuosa
que provoca la lluvia en primavera.
–
Todo era tan sencillo.
Los versos plateados de poetas infinitos
parecían seguirla a todas partes,
como si el corazón se hubiera convertido
en un fiel animal domesticado.
–
Porque no existe nada que dure eternamente,
una noche aprendió, como tantos lo hicieran
antes y después de ella,
que el amor es un río con cataratas propias
– y remansos ajenos
que siempre desemboca en el océano.
–
Míralo de este modo: la vida te ha enseñado,
siguiendo su costumbre de incansable maestra,
cómo el alma dibuja
serenas cicatrices sobre viejas heridas.
–
–
–
toda la piel del mundo
–
–
Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.
–
Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.
–
Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.
–
Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.
–
Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela —preciosa— que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.
Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla…
–
Esa cosa. Mi bolso.
–
Que va a dar al mar.
–
–
Juana Castro (Villanueva de Córdoba, 1945)
Heredad (seguido de Cartas de enero)
Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2010.
–
–
–
Roger Wolfe (Westerham, Kent, Inglaterra, 1962)
Gran esperanza un tiempo
Editorial Renacimiento, Sevilla, 2013
–
–
Un círculo y una pequeña cruz
grabados con carbón en su frente nos cuentan
que un dia, cuando era bebé,
su madre quiso protegerla del mal de ojo
y desearle una vida de plácidos quehaceres.
–
Luego vinieron los fríos inviernos de los pastores,
los fríos inviernos sin más fuego que esas lascas,
los fríos inviernos.
Ella se tocó la frente y dijo: Al fin y al cabo, tengo suerte,
esta es mi casa, mira, aquí puedo dormir.
–
Luego vinieron los hombres rondando la casa,
el hombre aquel, aquellas cadenas.
Ella se tocó la frente y dijo: Al fin y al cabo, tengo suerte,
alguien me va a cuidar, peor sería haberme quedado sola.
–
Luego vino el día de la desgracia, del exilio,
las flores rotas de la cordura, la sal en la llaga.
Ella se tocó la frente y dijo: Al fin y al cabo, tengo suerte,
ahora puedo irme, aquí estaba peor.
–
Luego vino el niño dorado,
niño de nadie,
niño hermoso de la gran ciudad.
Ella se tocó la frente y dijo: Al fin y al cabo, tengo suerte,
ha sido varón.
–
Luego vino el día en que el joven se fue,
saltó mares, no tenía
buzón.
Ella se tocó la frente y dijo: Al fin y al cabo, tengo suerte,
allí tendrá una casa hermosa y una bella mujer.
–
Sentada en la calle, la anciana
mendiga -ropa negra, cabeza
cubierta- ante una tienda
de leche y pan.
Se toca la frente y dice: Al fin y al cabo, tengo suerte,
estoy viva, tengo mis dos manos, puedo ver.
–
Un círculo y una pequeña cruz
grabados con carbón en su frente nos cuentan
que un día, cuando era bebé,
su madre quiso protegerla del mal de ojo
y desearle una vida de plácidos quehaceres.
¿qué pueden saber ellos?
alejandrinos blancos para un nadador en cierne
–
Se entro en erupción
ninguén está a salvo.
Desde neniña sei
que no fondo estou feita
de lava prófuga.
A miña columna de fume
ascende vértebra por vértebra
á estratosfera
Abrázote.
Abrásote.
–
–
–
Si entro en erupción
nadie está a salvo.
Desde pequeña sé
que en el fondo estoy hecha
de lava prófuga.
–
Mi columna de humo
asciende vértebra a vértebra
a la estratosfera.
–
Te abrazo.
Te abraso.
–
–
Olga Novo (Vilarmao, A Pobra do Brollón, Lugo, 1975)
Cráter
Toxosoutos, Noia, 2011
Versión de Andrés Vara
–
No me preguntes cómo pasa el tiempo.
El caso es que ya estoy un poco sordo
y el pelo me blanquea. Sin embargo,
aún siento un no sé qué, algo muy tenue
(como un temblor de luna en un estanque),
aquí, justo en la boca del estómago,
cada vez que te miro. Qué curioso,
qué curioso, ¿verdad? Qué raro: el tiempo,
que en Babilonia destruyó las rosas,
que terminó con Júpiter y a polvo
redujo los imperios y las caras
(que todo se lo lleva por delante
como un rinoceronte enloquecido),
me parece que hoy se va a dejar
los dientes (por lo menos), en su inútil
empeño de ir borrándote esos ojos
que intactos -yo lo quiero- aquí se quedan.
–
–
lo que voy a pedirte
–
Lo que voy a pedirte no se pide
ni se dice en una vida ni en varias.
Porque es el exacto ruego de los ahogados últimos,
es la cosa que no
llega a ser más que un vago intento,
una presunción de materia
entre el grito y la furia de lo que sí que existe;
la lluvia, el mar, los árboles talados
que esperan en la nieve.
Esto que quiero decirte hoy
se murmuró en las cuevas con terror,
en noches de noviembre cuando noviembre aún
estaba por descubrirse
y la gente se reunía porque no había otra cosa
que la gente, el calor de la miseria compartida.
Es el mismo favor que viaja lento,
todavía, bajo las masas heladas que amaron los pioneros,
donde no ha nacido nadie y al final han muerto todos.
Es también
el mensaje que encontraron pintado sobre la proa
de un buque sin tripulantes
ni pasajeros, que atravesaba a solas el Pacífico
persiguiendo las noches maoríes;
estaba escrito en el dialecto peligroso
de los pájaros extintos,
con las palabras bárbaras
que supieron domar los pueblos fieros
que conquistaron el sol
y luego ya no fueron nada:
mayoristas sin mácula en las islas
del mar Mediterráneo.
Vendrá la amenaza
persiguiendo mis palabras, exigiendo tu silencio,
vendrá la duda y debes recordar
―en el centro del miedo trata de recordar―
que lo más improbable era nacer
y que encontrarte después
―descubrir cómo encontrarte―
era aún más difícil.
Así que piensa en los pozos
de las vastas llanuras cuando escuches el viento
―lo que voy a pedirte―,
cuando ponga en mi boca
la sencilla pregunta de los tiempos sencillos.
–
–
Ben Clark (Ibiza, 1984)
La fiera
Editorial Sloper,
Palma de Mallorca, 2014
–
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