el frasco
Constituye el último poema del ciclo de la señora Sabatier. Aunque no se los envió Baudelaire,
reconoció que estos versos «le pertenecen.»
Sin embargo, desarrollan una idea sugerida en varios poemas anteriores: el poder evocador
del perfume alcanza dimensiones taumatúrgicas al ser capaz de resucitar el cadáver de una
persona amada. Aunque el ambiente parece extraído de un relato «extraordinario* de Poe,
el tema y los dos versos finales, expresión de la identidad de contrarios, son típicos de Baudelaire.
Pese a su brevedad, el título mismo tiene un gran poder evocador: la botella lanzada al mar
con un mensaje, de la que ya habló Vigny, la lámpara de Aladino de la que surge un genio
benéfico en Las mil y una noches,,.
El perfume representa, para Baudelaire, el símbolo perfecto de la evaporación paulatina pero
inexorable de todo ser.
No hay aquí interioridad ni esplendor ni un maridaje fascinante entre elementos opuestos: el
objeto existe por entero en cada partícula olorosa, aunque esa presencia se capte como una
ausencia.
Sartre lo explicó así: Se trata de un cuerpo desencarnado, evaporado que, pese a ser
enteramente él mismo, se ha convertido en un espíritu volátil. Esa volatilidad o, en expresión
de Baudelaire, esa sutileza, esa capacidad que tiene el perfume de esparcir su sustancia en
una infinidad de moléculas impalpables, le convierten en un mensajero ideal porque es
absolutamente inaccesible. Estos perfumes tienen, para él, el poder de darse enteramente
sin reservas y de evocar un más allá inalcanzable.
Son a un tiempo cuerpos y negaciones de un cuerpo. Hay en ellos una especial insatisfacción
que se funde con el deseo que tiene Baudelaire de estar perpetuamente en otras partes.
Por otro lado, como cada parte y cada cuerpo tienen un olor propio y su percepción yace
en la memoria, volver a experimentar un perfume olvidado es resucitar a un fantasma del
pretérito.
Ahora bien, cuando el lector ya está dispuesto a asumir la realidad del ambiente mágico descrito
en las cinco primeras estrofas, el poeta hace un violento giro en la sexta y nos propone
interpretar todo lo anterior como una espléndida metáfora de un amor antiguo.
El poeta es ese frasco y el perfume el recuerdo eterno de la fuerza y la virulencia de una pasión
cuya «forma y esencia divinas» se encargará el amante de guardar. De este modo, el presente
poema termina enlazando con los dos últimos versos del poema 31.
le flacon
Il est de forts parfums pour qui toute matière
Est poreuse. On dirait qu’ils pénètrent le verre.
En ouvrant un coffret venu de l’Orient
Dont la serrure grince et rechigne en criant,
Ou dans une maison déserte quelque armoire
Pleine de l’âcre odeur des temps, poudreuse et noire,
Parfois on trouve un vieux flacon qui se souvient,
D’où jaillit toute vive une âme qui revient.
Mille pensers dormaient, chrysalides funèbres,
Frémissant doucement dans les lourdes ténèbres,
Qui dégagent leur aile et prennent leur essor,
Teintés d’azur, glacés de rose, lamés d’or.
Voilà le souvenir enivrant qui voltige
Dans l’air troublé ; les yeux se ferment ; le Vertige
Saisit l’âme vaincue et la pousse à deux mains
Vers un gouffre obscurci de miasmes humains ;
Il la terrasse au bord d’un gouffre séculaire,
Où, Lazare odorant déchirant son suaire,
Se meut dans son réveil le cadavre spectral
D’un vieil amour ranci, charmant et sépulcral.
Ainsi, quand je serai perdu dans la mémoire
Des hommes, dans le coin d’une sinistre armoire
Quand on m’aura jeté, vieux flacon désolé,
Décrépit, poudreux, sale, abject, visqueux, fêlé,
Je serai ton cercueil, aimable pestilence !
Le témoin de ta force et de ta virulence,
Cher poison préparé par les anges ! Liqueur
Qui me ronge, ô la vie et la mort de mon cœur !
el frasco
Hay fuertes perfumes para los que toda materia
Es porosa. Se diría que penetran el vaso.
Al abrir un cofrecillo llegado del Oriente
Cuya cerradura rechina y se resiste chirriando,
O bien en una casa desierta en algún armario
Lleno del acre olor del tiempo, polvoriento y negro,
A veces encontramos un viejo frasco que se recuerda
Del que surge vivísima un alma que resucita
Mil pensamientos dormían, crisálidas fúnebres.
Temblando dulcemente en las pesadas tinieblas.
Que entreabren su ala y toman su impulso.
Teñidas de azur, salpicadas de rosa, laminadas de oro.
He aquí el recuerdo embriagador que revolotea
En el aire turbado: los ojos se cierran: el Vértigo
Agarra el alma vencida y la arroja a dos manos
Hacia un abismo oscurecido de miasmas humanas:
La derriba al borde de un abismo secular,
Donde, Lazaro oloroso desgarrando un sudario,
Se mueve en su despertar el cadáver espectral
De un viejo amor rancio, encantador y sepulcral.
Así cuando y o esté perdido en la memoria
De los hombres, en el rincón de un siniestro armario
Cuando me hayan arrojado, viejo frasco desolado,
Decrépito, polvoriento, sucio, abyecto, viscoso, rajado,
¡Yo seré tu ataúd, amable pestilencia!
El testigo de tu fuerza y de tu virulencia.
¡Caro veneno preparado por los ángeles! Licor
Que me corroe. ¡Oh la vida y la muerte de mi corazón!
[versión de eduardo marquina 1905]
el frasco
Hay perfumes intensos para los que cualquier materia
es porosa. Se diría que atraviesan el vidrio.
Al abrir una arquilla traída del Oriente
cuyo cierre chirría y se resiste a gritos,
o en una casa desierta algún armario
lleno del acre olor del tiempo, polvoriento y oscuro,
encontramos a veces un viejo frasco que contiene recuerdos,
del que brota vivaz un alma retornada.
Mil ideas dormían, funerarias crisálidas,
temblando dulcemente en las densas tinieblas,
que despliegan sus alas y se lanzan al vuelo,
teñidas de azul, escarchadas de rosa, barnizadas de oro.
Y de pronto el recuerdo embriagador revuela
en el aire turbado; los ojos se cierran; el Vértigo
atrapa el alma vencida y a dos manos la empuja
hacia una sima oscurecida por los miasmas humanos;
y la derriba al borde de un hondón secular, donde,
como Lázaro maloliente rasgando su sudario,
se remueve y despierta el espectral cadáver
de un viejo y rancio amor, encantador y sepulcral.
Así, cuando yo me haya perdido en la memoria
de los hombres, y en el rincón de un siniestro armario
me hayan metido, viejo frasco desconsolado, decrépito,
polvoriento, sucio, abyecto, rajado y viscoso,
¡yo seré tu ataúd, amable fetidez!,
¡el testigo de tu fuerza y de tu virulencia,
querido veneno preparado por los ángeles!, ¡licor
que me corroe, oh vida y muerte de mi corazón!
[versión de pedro provencio]
el frasco
Hay fuertes perfumes para los que toda materia
es porosa Se diría que penetran el cristal.
Al abrir un cofrecito venido de Oriente
en el que la cerradura rechina y gruñe chillonamente,
o en una casa desierta algún armario
lleno del acre olor de los tiempos, polvoriento y negro,
a veces se encuentra un viejo frasco que se recuerda
de donde surge todo viva un alma que retorna.
Mil pensamientos dormían, crisálidas fúnebres,
estremeciéndose dulcemente en las pesadas tinieblas,
que desprenden su ala y emprenden su vuelo
teñidos de azul, velados de rosa, bordados de oro.
He aquí el recuerdo embriagador que gira
en el aire turbio; los ojos se cierran; el vértigo
toma el alma vencida y la arroja con las dos manos
a una sima oscurecida de miasmas humanas.
La abate al borde de una sima secular
donde, Lázaro, odorante, desgarra su sudario,
se mueve en su despertar el cadáver espectral
de un viejo amor rancio, encantador y sepulcral.
Así, cuando yo estaré perdido en la memoria
de los hombres, en el rincón de un siniestro armario
cuando se me habrá tirado, viejo frasco desolado,
decrépito, polvoriento, sucio, abyecto, viscoso, cascado,
¡seré tu ataúd, amable pestilencia!
El testimonio de tu fuerza y de tu virulencia,
¡querido veneno preparado por los ángeles! ¡Licor
que roe! ¡Oh, la vida y la muerte de mi corazón!
[versión de enrique parellada sala]
el frasco
Hay perfumes que en toda materia hallan igual
lo poroso. Diríase que filtran el cristal.
Cuando abrimos un cofre venido del oriente
y cuya cerradura rechina levemente,
o bien, en una casa desierta, algún armario
que exhalando vejez se pudre solitario,
encontramos, a veces, ese frasco olvidado,
alma-aroma a la que hemos resucitado.
Pensamientos dormidos, cual fúnebres crisálidas
latiendo dulcemente en lejanías pálidas,
las alas entreabren en un vuelo sonoro,
tintas de azul, lunadas de rosa, vivas de oro.
Y ya revolotea el recuerdo embriagante
en el aire; los ojos se cierran al instante.
El vértigo posee nuestra alma vencida
y la lanza otra vez a lo hondo de la vida.
La tumba al borde de un abismo milenario,
donde –Lázaro ungido, desgarrado el sudario–
resucita el yacente cadáver espectral
de un viejo amor, a un tiempo hermoso y sepulcral.
Así, cuando de mí ya no quede memoria,
podré gozar aún de una siniestra gloria,
cuando me hallen igual que ese frasco olvidado,
decrépito, podrido, sucio, abyecto, humillado.
Y yo seré tu féretro, amada pestilencia,
testigo de tu fuerza y tu virulencia.
¡Veneno preparado por ángeles! ¡Licor
que me fue consumiendo!… ¡Oh vida, muerte, amor!
[versión de ángel lázaro]
0 comentarios