Aunque Erika está todavía medio inmersa en la zona púber de la vida, ya le asoman las longitudes

individuales de adolescente alta y una sonrisa tímida que tiene algo de personal.

Le faltan todavía las referencias propias, o son muy vagas, y aún se siente más parecida a su gato

que a sí misma.

Sabemos que hay cosas conocidas y cosas desconocidas, y en medio están las puertas: Erika no

tiene nada claro cuáles son unas y otras, y no sabe dónde están esas puertas, pero está muy hermosa

con el pelo castaño que la luz enrojece, con el blusón larguísimamente blanco de fantasma, los calcetines

calados y esos como botines con plataforma.

Tiene miedo y desconfía de la extraña con la que comparte el cuerpo, así que más bien espera, sin

esperar, a que se le presente la que será ella misma, pero viniendo desde fuera, y le diga cuál es su

destino, y así podrá dejar de sentirse tan casual, tan prescindible, tan innecesaria.

De momento sabe que en la vida hay que tener en orden los labios, mantener en orden el adentro y

el afuera y poner orden entre las gallinas.

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

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