30

 

 

viaje nunca hecho

 

 

 

Fue por culpa de un crepúsculo de vago otoño por lo que partí para ese viaje que nunca hice.

El cielo —imposiblemente me acuerdo— era de un resto cárdeno de oro triste, y la línea agónica de los montes, clara, tenía una aureola

cuyos tonos de /muerte/ le penetraban, suavizadores, en la /astucia/ de su contorno.

Desde la otra amurada del barco (hacía más frío y era más de noche sobre ese lado del toldo) el océano temblaba hasta donde el horizonte

este se entristecía, y donde, poniendo penumbras de noche en la línea /líquida/ y oscura del mar extremo, un hálito de tiniebla flotaba como

una niebla en un día de calor.

El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con fugas onduladas de vaga luz —y era todo misterioso como una idea triste

en un momento de alegría, profético no sé de qué.

Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi

viaje era ir en demanda de puertos inexistentes —puertos que fuesen tan sólo el entrar-hacia puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos

entre ciudades irreprensiblemente irreales.

Pensáis, sin duda, al leerme, que mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.

¿Partí yo? Yo no os juraría que partí. Me encontré en otras partes, en otros puertos, pasé por ciudades que no eran aquélla, aunque ni aquélla

ni ésas fueran ciudades ningunas.

Juraros que fui yo quien partió y no el paisaje, que fui yo quien visitó otras tierras y no ellas las que me visitaron —no puedo hacéroslo.

Yo que, no sabiendo lo que es la vida, no sé si soy yo quien vivo o si es ella quien me vive (tenga este verbo al «vivir» el sentido que quiera tener),

seguro que no iré a juraros nada.

He viajado. Creo inútil explicaros que no llevé ni meses, ni días, ni otra cantidad cualquiera de cualquier tiempo viajando. Viajé en el tiempo, es

cierto, pero no del lado de acá del tiempo, donde lo contamos por horas, días y meses; fue del otro lado del tiempo por donde yo viajé, donde el

tiempo no se cuenta con una medida.

Transcurre, pero sin que sea posible medirlo.

Es como más rápido que el tiempo que hemos visto vivirnos. Me preguntáis a vosotros, seguro, qué sentido tienen estas frases. Nunca erréis así.

Despedíos del error de preguntar el sentido a las cosas y a las palabras. Nada tiene un sentido.

¿En qué barco hice ese viaje? En el vapor Cualquiera. /Os reís./ Yo también, y de vosotros tal vez. ¿Quién os dice, y a mí, que no escribo símbolos

para que los comprendan los dioses?

No importa. Partí por el crepúsculo. Tengo todavía en el oído el ruido férreo de alzar el ancla a vapor. En el soslayo de mi memoria se mueven

todavía lentamente, para entrar por fin en su posición de inercia, los brazos del guindaste de a bordo que hacía horas había abrumado a mi vista

de continuos cajones y barriles.

Éstos rompían súbitos, cogidos alrededor por una cadena, de por cima de la amurada donde tropezaban, arañando, y después, oscilando, se iban

dejando empujar, empujar, hasta quedar por cima de la bodega, hacia donde, súbitos, bajaban (…), hasta, con un choque sordo de madera, llegar

aplastante-mente a un lugar oculto de la bodega.

Después sonaban allá abajo al desatarlos; en seguida subía sólo la cadena agitándose en el aire, y volvía a empezar todo, como inútilmente.

¿Para qué os cuento yo esto? Porque es absurdo estar contándoslo, visto que es de mis viajes de lo que dije que hablaría.

He visitado Nuevas Europas, y Constantinoplas otras han acogido a mi llegada /velera/ en Bósforos falsos. ¿De llegada velera os espantáis?

Es como lo digo, así mismo. El vapor en que partí llegó hecho un barco de vela al puerto […]

Que esto es imposible, decís. Por eso me ha sucedido.

Nos llegaron, en otros vapores, noticias de guerras soñadas en Indias imposibles.

Y, al oír hablar de esas tierras teníamos inoportunamente añoranzas de la nuestra, dejada tan atrás, /quién sabe si en aquel mundo/.

 

 

 

 

viagem nunca feita

 

 

 

Foi por um crepúsculo de vago outono que eu parti para essa viagem que nunca fiz.

O céu – impossivelmente me recordo – era dum resto roxo de ouro triste, e a linha agónica dos montes, lúcida, tinha uma auréola cujos tons de morte lhe

penetravam amaciadores, na astúcia do seu contorno. Da outra amurada’ do barco (estava mais frio e era mais noite sob esse lado do toldo) o oceano

tremia-se até onde o horizonte leste se entristecia, e onde, pondo penumbras de noite na linha líquida e obscura do mar extremo, um hálito de treva pairava

como uma névoa em dia de calor.

O mar, recordo-me, tinha tonalidades de sombra, de mistura com figuras ondeadas de vaga luz – e era tudo misterioso como uma ideia triste numa hora de

alegria, profética não sei de quê.

Eu não parti de um porto conhecido. Nem hoje sei que porto era, porque ainda nunca lá estive. Também, igualmente, o propósito ritual da minha viagem era

ir em demanda de portos inexistentes – portos que fossem apenas o entrar-para-portos; enseadas esquecidas de rios estreitos entre cidades irrepreensivelmente

irreais.

Julgais, sem dúvida, ao ler-me, que as minhas palavras são absurdas. É que nunca viajastes como eu.

Eu parti? Eu não vos juraria que parti. Encontrei-me em outras partes, vi outros portos, passei por cidades que não eram aquela, ainda que nem aquela nem essas

fossem cidades algumas. Jurar-vos que fui eu que parti e não a paisagem, que fui eu que visitei outras terras e não elas que me visitaram – não vo-lo posso fazer.

Eu que, não sabendo o que é a vida, nem sei se sou eu que a vivo se é ela que me vive (tenha esse verbo oco «viver» o sentido que quiser ter), decerto não vos

irei jurar qualquer coisa.

Viajei. Julgo inútil explicar-vos que não levei nem meses, nem dias, nem outra quantidade qualquer de qualquer medida de tempo a viajar. Viajei no tempo, é certo,

mas não do lado de cá do tempo, onde o contamos por horas, dias e meses; foi do outro lado do tempo que eu viajei, onde o tempo se nao conta por medida.

Decorre, mas sem que seja possível medi-lo. É como que mais rápido que o tempo que vemos viver-nos.

Perguntais-me, a vós, de certo, que sentido têm estas frases; nunca erreis assim.

Despedi-vos do erro infantil de perguntar o sentido às coisas e às palavras. Nada tem um sentido.

Em que barco fiz essa viagem? No vapor Qualquer. Rides. Eu também, e de vós talvez.

Quem vos diz, e a mim, que não escrevo símbolos para os deuses compreenderem?

Não importa. Parti pelo crepúsculo. Tenho ainda no ouvido o ruído férreo de puxar a âncora a vapor. No soslaio da minha memória movem-se ainda lentamente,

para enfim entrarem na sua posição de inércia, os braços do guindaste de bordo que havia horas haviam magoado a minha vista de contínuos caixotes e barris.

Estes rompiam súbitos, presos de roda por uma corrente, de por cima da amurada onde esbarravam, arranhando, e depois, oscilando, se iam deixando empurrar,

empurrar, até ficarem por cima do porão, para onde, súbitos, desciam, até, com um choque surdo e madeirento, chegarem esma#gadoramente a um lugar oculto do

porão.

Depois soavam lá em baixo o desatarem-os; em seguida subia só a corrente chincalhante no ar, e recomeçava tudo, como que inutilmente.

Eu para quê vos conto isto? Porque é absurdo estar-vos a contá-lo, visto que é  das minhas viagens que disse que vos falaria.

Visitei Novas Europas e Constantinoplas outras acolheram a minha vinda veleira em Bósforós falsos. Vinda veleira espantais?

E como vos digo, assim mesmo.

O vapor em que parti chegou barco de vela ao porto […].

Que isto é impossível, dizeis. Por isso me aconteceu.

Chegaram-nos, em outros vapores, notícias de guerras sonhadas em Índias impossíveis.

E, ao ouvir falar dessas terras, tínhamos importunamente saudades da nossa, deixada tão atrás, quem sabe se naquele mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Libro del desasosiego

Fernando Pessoa

Traducción del portugués, organización,

introducción y notas de Ángel Crespo

Livro do Desassossego

Segunda edición en esta colección: julio de 1997

Ática S. A. R. L, Lisboa, 1982

Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Barcelona (España)

Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Te puede interesar

eternidad

 

La vida vibrante entrando a borbotones; barriendo toda duda.

seis de corazones

 

Pero si lo piensas
con ese amor que sigue latiendo, cuando
el corazón deja de latir