francis ponge

 

la pomme de terre

 

 

 

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Peler une pomme de terre bouillie de bonne qualité est un plaisir de choix.
Entre le gras du pouce et la pointe du couteau tenu par les autres doigts de la même main, l’on saisit — après l’avoir incisé — par l’une de ses lèvres ce rêche et fin papier que l’on tire à soi pour le détacher de la chair appétissante du tubercule.
L’opération facile laisse, quand on a réussi à la parfaire sans s’y reprendre à trop de fois, une impression de satisfaction indicible.
Le léger bruit que font les tissus en se décollant est doux à l’oreille, et la découverte de la pulpe comestible réjouissante.
Il semble, à reconnaître la perfection du fruit nu, sa différence, sa ressemblance, sa surprise — et la facilité de l’opération — que l’on ait accompli là quelque chose de juste, dès longtemps prévu et souhaité par la nature, que l’on a eu toutefois le mérite d’exaucer.

C’est pourquoi je n’en dirai pas plus, au risque de sembler me satisfaire d’un ouvrage trop simple. Il ne me fallait — en quelques phrases sans effort — que déshabiller mon sujet, en en contournant strictement la forme : la laissant intacte mais polie, brillante et toute prête à subir comme à procurer les délices de sa consom­mation.
…Cet apprivoisement de la pomme de terre par son traitement à l’eau bouillante durant vingt minutes, c’est assez curieux (mais justement tandis que j’écris des pommes de terre cuisent — il est une heure du matin — sur le four­neau devant moi).

Il vaut mieux, m’a-t-on dit, que l’eau soit salée, sévère : pas obligatoire mais c’est mieux.
Une sorte de vacarme se fait entendre, celui des bouillons de l’eau. Elle est en colère, au moins au comble de l’in­quiétude. Elle se déperd furieusement en vapeurs, bave, grille aussitôt, pfutte, tsitte : enfin, très agitée sur ces char­bons ardents.
Mes pommes de terre, plongées là-dedans, sont secouées de soubresauts, bousculées, injuriées, imprégnées jusqu’à la moelle.
Sans doute la colère de l’eau n’est-elle pas à leur pro­pos, mais elles en supportent l’effet — et ne pouvant se déprendre de ce milieu, elles s’en trouvent profondément modifiées (j’allais écrire s’entrouvrent…).
Finalement, elles y sont laissées pour mortes, ou du moins très fatiguées. Si leur forme en réchappe (ce qui n’est pas toujours), elles sont devenues molles, dociles. Toute acidité a disparu de leur pulpe : on leur trouve bon goût.
Leur épiderme s’est aussi rapidement différencié : il faut l’ôter (il n’est plus bon à rien), et le jeter aux ordures…
Reste ce bloc friable et savoureux, — qui prête moins qu’à d’abord vivre, ensuite à philosopher.

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la patata

 

 

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Pelar una patata hervida de buena calidad es un placer de primera.

Se la toma -tras haberla cortado- por uno de sus labios, entre la yema del pulgar y la punta del cuchillo agarrado por los otros dedos de la misma mano, este áspero y fino papel que se tira hacia uno mismo, para separarlo de la carne apetitosa del tubérculo.

La fácil operación deja una sensación de satisfacción indecible, cuando se ha conseguido llevarla a cabo sin demasiados tropiezos.

El ligero rumor que hacen los tejidos al desprenderse es dulce al oído , y el descubrimiento de la pulpa comestible, regocijante.

Hay que reconocer la perfección del fruto desnudo: con su diferencia, su semejanza, su sorpresa -y la facilidad de la operación- parece como si se hubiera realizado así algo justo, previsto y deseado por la naturaleza desde hacía tiempo, algo que sin embargo ha tenido a bien otorgar.

Por esta razón no diré nada más, bajo el riesgo de parecer que me contento con una obra excesivamente sencilla. Me bastaba -en algunas frases sin esfuerzo- con desnudar mi tema contorneando estrictamente la forma: dejándola intacta pero pulida, brillante y lista, tanto para sufrir como para procurar las delicias de su consumación.

…Esta domesticación de la patata por el tratamiento con agua hervida durante veinte minutos, es bastante curiosa (justo mientras escribo unas patatas se están cociendo -es la una de la mañana- sobre el horno, delante mío).

Es mejor, me dijeron, que el agua esté salada, cargada: no es obligatorio pero sí más aconsejable.

Una especie de alboroto llama la atención, es el de las burbujas de agua. Está enfurecida o por lo menos en el culmen de la inquietud. Se pierde furiosamente en vapores, babes, luego abrasa, pftute, tsita: en definitiva, está muy agitada sobre estos carbones ardientes.

Mis patatas, sumergidas aquí dentro, están sacudidas, trastornadas, injuriadas, impregnadas hasta la médula.

Sin duda, la ira del agua no es por su causa, pero ellas soportan el afecto -y no pudiendo desprenderse de este ámbito, se encuentran profundamente modificadas (iba a describir “se entreabren”…).

Al final se las deja por muertas, o por lo menos muy cansadas. Si su forma se salva (lo que no siempre sucede) quedan blandas, dóciles. Toda la avidez ha desaparecido de su pulpa: se les encuentra un gusto bueno.

Su epidermis también se distingue rápidamente, hay que deshacerla (ya no sirve para nada) y tirarla a la basura…

Queda este bloc desmenuzable y sabroso que tan sólo presta el servicio de vivir ante todo, después de filosofar.

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Francis Ponge

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

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