un país mundano

 

nuevos poemas

 

john ashbery

 

 

Traducción e introducción de Daniel Aguirre Oteiza Lumen Editores, Barcelona (2009)

 

 

 

 

UNA NOCHE, UN TREN

 

 

¿Aún estás en ello, amigo?

A Dios le gusta que nos enteremos de estas cosas

por nosotros mismos. En muchos sentidos es una lotería.

No es que seamos unos asquerosos, sólo un poco raros,

igual que el hielo en un helado. Así que, ¿sabes qué?:

Eres libre de marcharte y llevarte tus cosas de afeitar

cuando quieras. Estamos hartos de la gente como tú.

 

Majesté, discúlpeme. Esperaba un poco

de cooperación aquí, cierta voluntad de acuerdo, si está usted de acuerdo.

Hablaste con varias personas

y sacaste una ley, una entre menos de seis en este áspero

hemisferio que consideramos nuestro; nos corresponde,

al arrodillarnos, buscar negras caídas

en el seto, esperando en todo momento que nos absuelvan

de un crimen que nunca cometimos, que sólo presenciamos.

Fue como si madurar fuera de algún modo opcional,

y uno pudiera elegir entre eso y la tortura de la gota china.

Quizás no hallemos al enemigo, lo recibamos,

lo invitemos a pasar, lo plantemos en nuestras votaciones primarias;

sin embargo en alguna parte se habrán divertido

a nuestra costa. Ahora, en cuanto a ese currículum…

 

Una cosa me gustó: desgastar las elásticas

palabras a lo largo de la pared. Conforme se ponía seria la estación

pareció que el garaje dejaba de respirar.

Era o él o nosotros, sin duda,

pero, ¿cuántos más testigos se presentarían

en aquel momento remoto y, confesémoslo, no

terriblemente halagüeño? Porque se ve

que, cuando todos los huéspedes se han ido,

quedan una o dos crisis claras a las que ganar la baza.

A los pesos medio, pesos mosca y pesos gallo

es preciso proveerlos. Además, hay salteadores de caminos

que burlar o despistar de algún modo.

Me temo que es terriblemente complicado,

aunque bastante sencillo cuando se mira directamente.

 

No sé cómo se llama ella.

No la conozco bien.

 

 

 

 

 

One Evening, a Train

 

 

 

Still at it, friend?

God likes us to find these things out

for ourselves. In many ways it’s a crapshoot.

It’s not that we’re creeps, only a little strange,

like ice in ice cream. So guess what:

You’re free to leave and take your shaving kit

with you. We’ve had our fill of your sort.

 

Majesté, excuse me. I was hoping for a little

cooperation here, a bending of wills, if you will.

You spoke to several people

and derived a law, one of less than six in this rough

hemisphere we call ours; it behooves us,

as we kneel, to look for black drops

in the hedge, all the while hoping for acquittal

of a crime we never committed, only witnessed.

It was as if growing up were somehow optional,

that one could choose between it and Chinese water torture.

We may not find the enemy, meet him,

invite him in, plant him in our caucus,

yet somewhere, fun will have happened

because of us. Now, about that résumé . . .

 

I liked one thing—wearing out the elastic

words along the wall. As the season grew serious

the garage seemed to stop breathing.

It was it or us, surely,

but how many more witnesses would come along

at that remote and, it must be owned, not

terribly auspicious moment? For it is seen

that when all the boarders have checked out,

one or two distinct crises remain to be finessed.

The welterweights, flyweights and bantamweights

must be administered to. In addition, there are highwaymen

to be foiled, or thrown somehow off the scent.

I’m afraid it’s terribly complicated,

though simple enough when gazed at directly.

 

I don’t know what her name is.

I don’t know her well.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ß

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