julieta valero       los heridos graves

 

 

Musa a las 9
2014

 

A mi madre, que me enseño a amar
A mi padre, que me enseño a jugar al póquer

 

 

canción de los que han puesto casa

 

 

Sí quiero esta lentitud herida donde tampoco nos

estamos cumpliendo pero afuera la noche es polar.

Sí quiero seguirte encantando en torno al sueño que

nunca tuvimos

con el salto que hacen las aves desde los basurales a la

ilusión

decirte que apenas les supone esfuerzo y que ignoro

si su facilidad la disfrutan

decirte que el crepúsculo las avala y es por ellas

invadido

que tú sufres, yo sé, con saltar de la cama,

con las huellas que han dejado los druidas en la

noche por la casa,

con mi rabia sin mundo, por el pan adulterado,

por la miseria, que se hizo con tu llave,

sufres, pero acaso también las aves,

 

y para ayudar a que amanezcas no debo darte más.

 

Sí quiero seguir acomodando el oído a tu pecho como

decisión o postura para recibir la eternidad, la paga, el

mensaje que de las minas de Moría parta en mi busca.

 

He aprendido a vivir con esa mañana de sábado en que

digas «veo que ha llegado nuestra noche sin noche», y

el plexo se me rompa, y me trague un abismo de curas

y llagas y álbumes por toda la ciudad.

Se da la circunstancia de cristal pero extrema de que te

vi, me viste, investigamos, cumplieron años las fases

de la luna y se fueron desplomando de inanición por

las veredas las niñas y gatas que el sol me había

provocado.

Heme aquí en el colmado de mi juventud jurando tu

nombre como una caliente ceguera.

Me he enamorado de esta armonía convicta donde

suceden cosas bajo el titulo de nuestra edad.

Sucede en ocasiones que tú o yo desatamos una

hambruna y desde el salón la Tierra se vuelve

inhabitable hasta que el amor dice basta y nos

pregunta con hastío: «¿es que acaso sabríais

encontrar de nuevo mi casa?».

 

Otras veces es tu perfil al acecho de ternura o el

hipnótico que pone en tus vértebras la vida o lo bien

que te mueres en todo cuanto haces o, esto sí, tu

transparencia, tu transparencia hecha de lagos que

nunca responden.

Sucede que ya no levanto hojarasca a mi paso ni llevo

los ojos como simas donde caen los transeúntes

extraviados.

Porque no consiento.

Pero veo mi alma disponible como nunca y cada hueso

me crece agradecido de esta suerte tras la que sé lo

que me aguarda.

La atroz, tristísima, vulgata; la pérdida con su postre de

silencio. La pérdida, que no será revelación ni profecía

ni tragedia de mi nombre para el hombre. Será un

paseo por los bulevares sin ti y con luz de día.

Mientras tanto.

 

Me he enamorado de los paisajes que se abren cuando ya

no es posible el comercio.

Me he enamorado de esta tormenta encofrada en una

quietud que no me distrae del mundo.

 

Así hemos fundado la casa.

No concebimos una muerte mejor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ü

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