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alabama

 

 

 

círculo de tiza
cuarta edición (ampliada)
febrero 2020

 

   el fracaso no existe

MV

 

 

alabama

 

 

 

El estado de Alabama es el lugar idóneo para desaparecer.

Conduzco mi Mini Cooper desde la ciudad de Atlanta, en el estado de Georgia, hasta la ciudad universitaria de Auburn, en el estado de Alabama. Entre el estado de Georgia y el de Alabama hay distinto huso horario, hay una hora de diferencia. Una traducción aproximada del fenómeno equivaldría a decir que cuando en Madrid son las dos de la tarde, en Toledo es la una del me­­diodía.

Auburn es más universidad que ciudad, y dentro del campus universitario hay un estadio gigantesco de rugby. Es como si hubieran construido el Santiago Bernabéu en medio de la Complutense. Al lado de la Universidad de Auburn está un pueblecito que se llama Ope­­lika.

 

Me alojo allí, en un hotel magnífico. Me siento en la silla de mi habitación y me pongo a pensar en la irrelevancia de la cultura española: se nota mejor aquí.
Uno ya la intuye en España, pero fuera de España es real. ¿A qué se debe esa irrelevancia? No me pagan por encontrar culpables.

 

Al lado de mi hotel hay una armería de unos tres mil metros cuadrados, como una planta del Museo del Prado. Las armas están en vitrinas bajo llave. Pero las balas no. Así que me entretengo abriendo cajas de balas de distinto calibre. Si no has tenido nunca una bala en la mano, me temo que no has vivido. Es una parte muy pequeña de la bala la que entra en el cuerpo y mata, el resto sirve para la propulsión. Me gustan las balas porque son baratas. Cualquiera tiene veinte dólares para comprarse una caja de balas, que es lo que cuestan las más económicas.
Una bala vale menos de un dólar.
No se ha descubierto nada que mate mejor que una bala. De hecho, algunos estados están pensando en volver al fusilamiento como forma de ejecución de la pena de muerte. Abro una caja de balas y sostengo varias en mi mano. Con balas los pobres consiguieron igualarse a los ricos. Las balas son como la Coca-Cola, eso lo ves aquí, en Alabama.

Venden en la armería camisetas negras de cazador, de un algodón áspero, fabricadas en Honduras. Me compro varias porque son baratas. Cuestan cinco dólares cada una. Y sientan bien. Son tan ásperas que laceran mi piel. Mejor, así sabes que sigues vivo.

 

Doy un par de lecturas de mis poemas en la Universidad de Auburn.
En alguno de mis poemas salen negros. Y Alabama está llena de negros. Así que donde pone negro en mi poema digo mendigo y se entiende igual. Neil Young compuso una canción titulada «Alabama», perteneciente a su disco Harvest de 1972, un disco excepcional. En esa canción denunciaba el racismo sureño.

Unos tipos que se llamaban Lynyrd Skynyrd escribieron una canción muy famosa que se titula «Sweet Home Alabama», en donde contestan a Neil Young, que sale citado en la canción. Venían a decirle a Neil Young que en el Sur no necesitaban sus consejos. Pero el mosqueo quedó en nada, y el cantante de Lynyrd Skynyrd se hizo amigo de Neil y dos años después se mató en un avión y el grupo se fue hundiendo poco a poco.

 

El 24 de julio de 1900 nace en Montgomery, capital del estado, Zelda Sayre. A Francis Scott Fitzgerald lo destinaron a Camp Sheridan, un cuartel de Alabama, para su adiestramiento militar, antes de ser destinado a combatir en la Primera Guerra Mundial. Se conocieron en Montgomery, al lado del río Alabama. Y se enamoraron. Y Zelda se convirtió en Zelda Fitzgerald, la blanca más bella de Alabama.

 

Toco el agua aún fría del río Alabama con mi mano negra. Como soy un poco médium, oigo los gritos y los latigazos, oigo el terror de los negros del siglo XIX. Dan ganas de bañarse en el río, y desaparecer bajo sus aguas.

En Montgomery dio un concierto Lou Reed en 1978 y dio la espantada, como hizo en España el 20 de junio de 1980, cuando abortó su concierto en el campo de fútbol del Moscardó. Tocó veinte minutos y se largó. Fue un escándalo. Ya había hecho algo parecido en Alemania.

Lou tuvo su historia de amor con España. Al final de su vida lo conocían más en España, Francia e Italia que en los Estados Unidos. En el siglo XXI Lou venía a Madrid ya en plan leyenda, como gran artista de la vanguardia neoyorquina. Desde 1975 hasta el año 2012 Lou Reed no dejó de venir a España. Cambiaron a la vez, España y Lou. Parecían dos colegas. España sigue viva de milagro y Lou ya se largó para siempre, pero bueno, eso es otra historia que no viene a cuento ahora, aunque yo acabo midiendo los Estados Unidos y sus ciudades en función de si Lou Reed estuvo allí o no, y si estuvo, qué demonios hizo allí.

 

En 1955, la negra Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un blanco en un autobús. Ese autobús se exhibe hoy en el Henry Ford Museum. No es una réplica, es el mismo autobús. América es así. Y eso me fascina: América quiere lo verídico, le entusiasma el coleccionismo, la restauración, la conservación de cosas, y eso tiene que ver con los basements, y con la capacidad de almacenamiento de esos sótanos de las casas americanas: nada se tira: hay un lugar para guardar lo que fuimos: el basement, la bodega del terror.

 

Y es un autobús precioso. Te entran ganas de subirte a él y no cederles el asiento ni a blancos ni a negros ni a amarillos ni a rojos ni a verdes ni a naranjas. Por la noche voy con mi Mini al histórico pueblo de Selma. Está desierto. Camino por el puente por el que caminó Martin Luther King cuando en marzo de 1965 inició la célebre marcha de Selma a Montgomery, ochenta y siete kilómetros de vía crucis. Se cumplen cincuenta años del acontecimiento.

 

Martin Luther King no llegó a presidente de los Estados Unidos porque medía un metro sesenta y cinco centímetros. Había que esperar al uno ochenta y cinco de Barack Obama. El puente de Selma está desierto ahora. Solo estoy yo, es decir, nadie. La Historia de repente se ha vaciado y ya no hay nadie en ninguna parte.

 

Solo el Mini Cooper y la irresponsable sombra que lo conduce.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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