manuel vilas

 

las arenas de libia

 

ed. huerga & fierro
madrid 1998

 

confesiones

 

 

Melancolía de la mitad del célebre camino
de la vida: «lo que no hagas ahora ya nunca
lo harás».
       Mas ya nada quiero hacer,
sino mirar la decrépita luz de mis pensamientos
y recordar algunos días,
algunas noches de inmerecida ruina,
de inminente olvido.
Nada trajeron los años, frente a lo que pensé.
Las amantes fundaron familias,
—no goza la familia de buena prensa
en las vidas que me gustan—,
inhóspito el corazón, ya no conozco
a nadie.
      Atroz se me antoja la vida última
que no tengo, el tiempo, las tardes muertas,
los recuerdos que ya no recuerdo y bien quisiera
para salvarles con diestra inteligencia,
el cuerpo de la nueva mujer con que me acuesto,
y el mustio advenimiento de la infernal soberbia
de querer en un papel grabar las confesiones
no pedidas; mas toda confesión fue género
de ricos, de burgueses dadivosos y aburridos.

 

 

Dejé de creer en Dios, y cómo me alegro.
En los hombres, en el amor, en el trabajo,
en todo cuanto supusiera un horizonte claro.
La vida es un arsenal de creencias derrotadas,
y debo haberme vuelto egoísta, y un materialista.

 

Y aún me seduce, en las noches del lujoso verano,
buscar alguna pasión inconfesable que me haga sentir
el héroe de novela antigua del que por escrito
hago pública renuncia y amojamado vituperio,
sin que éste empañe la lujuria de Dimitri Karamázov.

 

Al mundo poco le conocí aunque para él
me preparaba leyendo los libros donde dijeron
que él estaba de forma impredeciblemente hermosa.
Una aspirina a la noche con un whisky sin agua,
mirar una eternidad por la ventana,
el descargado e inútil revólver, una antigualla
del año treinta, recuerdo de familia, en la fría mano,
y llorar bajo la quieta oscuridad esta ruina tan adusta.

 

Me quedó inédita la gloria. Es pena aborrecible.
En alguna vida futura, en fervorosa reencarnación,
exigiré tal conocimiento que no viví a mi pesar sediento.
Mas la gloria en el futuro, según va la democracia,
será a lo mejor calderilla del siglo romántico y vanguardista.

 

Adiós, adiós a la vida, como dice la letra,
mas no me resigno, algo en mí, restos, poderosos
restos de juventud,me impelen a esconder
el pasado, y salir a la calle a buscar
la santa felicidad, si bien no dure la búsqueda
ni la mitad del tiempo que perdí soñándola desnudo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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