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Hoy, en uno de los devaneos sin propósito ni dignidad que constituyen gran

parte de la substancia espiritual de mi vida, me he imaginado liberado para siempre

de la Calle de los Doradores, del patrón Vasques, del contable Moreira, de todos los

empleados, del mozo, del chico y del gato. He sentido en sueños mi liberación,

como si los mares del Sur me hubiesen ofrecido islas maravillosas por descubrir.

Sería entonces el reposo, el arte conseguido, el cumplimiento intelectual de mi ser.

Pero de repente, y en el propio imaginar, que realizaba en un café durante la

modesta vacación del mediodía, una impresión de disgusto asaltó a mi sueño: sentí

que me daría pena. Sí, lo digo como si lo dijese circunstanciadamente: me daría

pena. El patrón Vasques, el contable Moreira, el cajero Borges, todos los buenos

muchachos, el chico alegre que lleva las cartas a Correos, el mozo de todos los

fletes, el gato cariñoso, todo esto se ha vuelto parte de mi vida; no podría dejar

todo esto sin llorar, sin comprender que, por malo que me pareciese, era una parte

de mí lo que se quedaba con todos ellos, que el separarme de ellos era una mitad y

semejanza de la muerte.

Además, si mañana me alejase de todos ellos, y me quitase este traje de la

Calle de los Doradores, ¿a qué otra cosa me acercaría —porque la otra me habría

de llegar?, ¿con qué otro traje me vestiría —porque con otro me habría de vestir?

Todos tenemos al patrón Vasques, para unos visible, para otros invisible. Para

mí se llama realmente Vasques, y es un hombre saludable, agradable, de vez en

cuando brusco pero sin recámara, codicioso pero en el fondo justo, con una justicia

de la que carecen muchos grandes genios y muchas maravillas humanas de la

civilización, derechas e izquierdas. Para otros será la vanidad, el ansia de más

riqueza, la gloria, la inmortalidad… Prefiero al Vasques hombre, mi patrón, que es

más tratable, en los momentos difíciles, que todos los patrones abstractos del

mundo.

Considerando que yo ganaba poco, me dijo el otro día un amigo, socio de una

firma que es próspera porque tiene negocios con el Estado: «tú estás siendo

explotado, Borges» (95). Me recordó eso que lo soy; pero como todos tenemos que ser

explotados en la vida, me pregunto si valdrá menos la pena ser explotado por el

Vasques de los tejidos que por la vanidad, por la gloria, por el despecho, por la

envidia o por lo imposible.

Los hay a los que explota el mismo Dios, y son profetas y santos en la vanidad

del mundo.

Y me recojo, como al hogar que tienen otros, en la casa ajena, oficina amplia,

de la Calle de los Doradores. Me acerco a mi escritorio como a un baluarte contra la

vida. Siento ternura, ternura hasta el llanto, por mis libros de otros en los que

escribo, por el tintero viejo de que me sirvo, por las espaldas encorvadas de Sergio,

que hace guías de unas remesas un poco más allá de mí. Le tengo cariño a todo

eso —o quizás, también, porque nada valga el cariño de un alma, y, si tenemos que

darlo por sentimiento, tanto vale darlo al pequeño aspecto de mi tintero como a la

gran indiferencia de las estrellas (96).

 

Hoje, em um dos devaneios sem propósito nem dignidade

que constituem grande parte da substância espiritual da

minha vida, imaginei-me liberto para sempre da Rua dos

Douradores, do patrão Vasques, do guarda-livros Moreira,

dos empregados todos, do moço, do garoto é do gato. Senti

em sonho a minha libertação, como se mares do Sul me houvessem

oferecido ilhas maravilhosas por descobrir. Seria então

o repouso, a arte conseguida, o cumprimento intelectual

do meu ser.

Mas de repente, e no próprio imaginar, que fazia num

café no feriado modesto do meio-dia, uma impressão de desagrado

me assaltou o sonho: senti que teria pena. Sim, digo-o

como se o dissesse circunstaciadamente: teria pena. O patrão

Vasques, o guarda-livros Moreira, o caixa Borges, os bons

rapazes todos, o garoto alegre que leva as cartas ao correio, o

moço de todos os fretes, o gato meigo — tudo isso se tornou

parte da minha vida; não poderia deixar tudo isso cem chorar,

sem compreender que, por mau que me parecesse, era

parte de mim que ficava com eles todos, que o separar-me

deles era uma metade e semelhança da morte.

Aliás, se amanhã me apartasse deles todos, e despisse

este trajo da Rua dos Douradores, a que outra coisa me chegaria

— por que a outra me haveria de chegar?, de que outro

trajo me vestiria — por que de outro me haveria de vestir?

Todos temos o patrão Vasques, para uns visível, para

outros invisível. Para mim chama-se realmente Vasques, e é

um homem sadio, agradável, de vez em quando brusco mas

sem lado de dentro, interesseiro mas no fundo justo, com

uma justiça que falta a muitos grandes gênios e a muitas

maravilhas humanas da civilização, direita e esquerda. Para

outros será a vaidade, a ânsia de maior riqueza, a glória, a

imortalidade… Prefiro o Vasques homem meu patrão, que é

mais tratável, nas horas difíceis, que todos os patrões abstratos

do mundo.


Considerando que eu ganhava pouco, disse-me o outro

dia um amigo, sócio de uma firma que é próspera por negócios

com todo o Estado: «você é explorado, Borges» [sic], (95)

Recordou-me isso de que o sou; mas como na vida temos

todos que ser explorados, pergunto se valerá menos a pena

ser explorado pelo Vasques das fazendas do que pela vaidade,

pela glória, pelo despeito, pela inveja ou pelo impossível.

Há os que Deus mesmo explora, e são profetas e santos 

na vacuidade do mundo.

E recolho-me, como ao lar que os outros têm, à casa

alheia, escritório amplo, da Rua dos Douradores. Achegome

à minha secretária como a um baluarte contra a vida.

Tenho ternura, ternura até às lágrimas, pelos meus livros de

outros em que escrituro, pelo tinteiro velho de que me sirvo,

pelas costas dobradas do Sérgio, que faz guias de remessa um

pouco para além de mim. Tenho amor a isto, talvez porque

não tenha mais nada que amar — ou talvez, também, porque

nada valha o amor de uma alma, e, se temos por sentimento

que o dar, tanto vale dá-lo ao pequeno aspecto do meu tinteiro

como à grande indiferença das estrelas. (96)

 

 

 

 

Fernando Pessoa

Del español: 

Libro del desasosiego 78

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición


 

95. Parece un descuido, puesto que Borges es un empleado del que se habla
unas líneas antes.
96. Este texto, subscrito por Fernando Pessoa y atribuido a Bernardo Soares,
estaba preparado para su publicación.

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

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