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wisława szymborska

 

prosas reunidas

 

 

traducción Manel Bellmunt Serrano

Malpaso Ediciones, S. L. U.

Barcelona

1ª edición: enero de 2017

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el peso de la justicia

 

 

 

Dicen que la caza de brujas que hizo estragos en Europa durante los siglos XVI, XVII, y en algunas partes durante el XVIII, se llevó por delante a un millón de víctimas mortales.

Incluso en el caso de que esta cifra fuese un tanto exagerada, esto no empequeñecería el espanto de semejante suceso: las consecuencias del terror no se limitan únicamente a las víctimas mortales, sino que incluyen a un número desproporcionadamente mayor de personas que sobrevivieron, gentes embrutecidas, físicamente destruidas y moralmente humilladas.

Cuantas más brujas se quemaban, más general era la creencia de que existían.

No obstante, siempre ha habido gente dispuesta a protestar y a luchar sin cuartel para que el temporal, al menos, amaine.

Sabemos mucho sobre las atrocidades de esta época, pero muy poco sobre cómo se las combatía, porque sí, se luchaba contra ellas: la brujería no fue una de esas psicosis que desaparecieron solas con el tiempo.

No solo hay que recordar el vergonzoso Martillo contra las brujas, sino también todos esos libros que exhortan a la razón y a la compasión: El tratado sobre las brujas de Jan Vierus, El libro de la conciencia de Fryderyk Spee y Un mundo embrujado de Baltazar Bekker.

También merece la pena mencionar las ciudades y provincias que tenían o que solían disfrutar de una soberanía racional: la República de Venecia o París. Augsburgo, Brema y Ulm se resistieron durante mucho tiempo a participar en esta locura.

En Brujas se aprobó una orden que decía que cualquiera que acusase a otra persona de brujería sería apresada y retenida hasta que ella misma probase las acusaciones. Los delatores se tranquilizaron inmediatamente.

En Inglaterra, la prohibición de hacer uso de la tortura durante la investigación redujo considerablemente el número de denuncias.

Pero, para mí, en las páginas del libro de Kurt Baschwitz sobresale el pueblo holandés de Oudewater, que brilla en la lúgubre noche como una estrella.

Había en dicha población una báscula con la que se pesaba el queso y la harina en los días de mercado y, si era menester, también se pesaba a la gente.

Regía en aquellos tiempos la creencia de que las brujas pesaban menos de lo que indicaba su altura y su corpulencia, y por ello, esta práctica se llevaba a cabo en muchas localidades, siempre con consecuencias fatales para las sospechosas.

La báscula de Oudewater se ganó una gran fama como un oráculo infalible y definitivo. Centenares de fugitivos venidos desde países limítrofes e indigentes asustados y acosados le fueron ofrecidos.

A la hora de pesar se seguía un ceremonial reglamentario en presencia del jurado y el pueblo.

A continuación, ya en el ayuntamiento, después de haber escuchado el informe del jurado, elaboraban un certificado, este se rubricaba con sus firmas y se entregaba sellado al individuo que había sido pesado. ¡Y jamás de los jamases el informe incluyó un veredicto de muerte!

La presunta bruja podía entonces volver a su vida y a su tierra natal sin miedo, con un veredicto que decía por escrito que su peso era el apropiado.

La báscula de Oudewater aún se conserva como si fuera un monumento. Que el destino la conserve a través de los siglos junto con el recuerdo de aquellas gentes que, alrededor de ella, celebraban aquella saludable comedia, sin pestañear, sin dejar entrever que el resultado de la báscula ya había sido determinado de antemano.

No solo eran buenas personas, sino también astutas. La bondad sin astucia no sirve de nada.

 

 

 

 

Brujas: historia de los juicios contra la brujería

Kurt Baschwitz

traducción del alemán de Tadeusz Zabłudowki

epílogo de Bohdan Baranowski

Varsovia

Państwowe Wydawnictwo Naukowe

1971

 

 

 

 

 


 

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