los buenos salvajes
nos dolía el vientre de tanto pensar
sólo pensábamos en hacer daño
en llamar a los timbres
en levantar las faldas de las niñas
en tirarles los altramuces
en saltar tapias para robar limones
y después arrojarlos al suelo con desprecio
yo era el peor de todos
aunque llevara un lazo atado en la melena
yo sabía a qué hora jugaban a los cromos
y en qué portal
yo incitaba a los niños a las mayores fechorías
así perdí la posibilidad de tener amigas
y gané fama de salvaje
la niña con gafas que no le temía a nada
isabel bono, Lo seco, bartleby editores, octubre 2017


qué tarde fue siempre para todo
pasado era los restos del desayuno
sobre la mesa del patio a merced de las hormigas
presente no había
la vida era flotar,
el murmullo sólido del agua
rozando las púas moradas de los erizos
futuro era la ducha en el jardín
antes de la merienda
el agua nunca volvió a ser más limpia
ni mi cabeza tan hueca
con el tiempo, aprendimos
a guardar las distancias
a guardar la ropa, a no nadar
a hundirnos con prudencia
sin sobresaltos sin drama
sin tiempo para tomar aire
a partir de ahora
cada uno será responsable de su dolor,
oímos decir
todo ahora ya (y para siempre)
alguien me oyó decir
quiero ser ese niño
que limpia sus labios de arena
en los puños del jersey
ese otro
que abandona sus zapatos en la orilla
despreocupado
esa niña, vestido al viento
que no sabe de modales
que grita incansable
quiero ser esos niños
que corren por la playa
no uno, todos
cada tarde la misma canción
cuando los niños se iban a sus casas
yo me sentaba bajo el muro del rompeolas
con los brazos cruzados
esperando a que subiera la marea,
esperar era mi juego
las babosas negras brillaban para nada
los gritos de mi madre brillaban para nada
con la espalda apoyada en el muro
sentada tercamente sobre la arena negra
y sin apartar la vista del horizonte
yo esperaba detener la marea
nunca supe donar sangre sin temor al desmayo
jugábamos a apedrear a las niñas
para ver manar su sangre de una ceja
jugábamos a comer tierra
a descabezar escarabajos
a perseguir murciélagos
a escondernos en armarios ajenos
y en portales muy oscuros
la luz nos dolía
jugábamos a pincharnos
con hierros oxidados
para demostrar nuestro valor
y a quedarnos muy quietos
frente a un espejo
que nos devolvía a la nada
jugábamos a estar muertos
jugábamos hasta morir
qué poco hemos cambiado
y agosto era invierno
Fernando Fernández Freijo
ya no te acuerdas
pero siempre hacía frío
se nos helaban las rodillas de esperar
se nos helaban las palabras en la punta de la lengua
porque a nadie interesaba nuestro miedo
crecíamos a lo loco, en silencio
éramos zarzas en los descampados
éramos zarzas en los escalones
el mármol nos alimentaba
éramos zarzas entre las zarzas
y las palabras ahí, detenidas
y el frío ahí, para siempre
nido de abeja
éramos uno a la hora de la siesta
el grito ahogado
un enjambre de malas intenciones
nos unía la monotonía de la luz
morían las farolas a pedradas
morían los insectos, morían los perros
pero nunca relacionamos aquello con la muerte
murió una niña
supimos de golpe
que un día estaríamos todos muertos
que un día se acabarían las ganas de hacer ruido
y el vértigo de no saber, de no entender
qué era la vida
al salir de la iglesia
fuimos uno a la hora de reír, y reímos
el resto del verano
sin mirarnos a los ojos
nostalgia de futuro
nos alimentaba la luz de las farolas
nos alimentaba el dolor
de no saber qué predecir qué sería de nosotros
si las casas seguirían en pie
y nosotros sentados,
si debíamos o no apuntalar cada recuerdo
nos alimentaba el desconcierto
y la tierra negra de las uñas
ya para siempre en el estómago
veranos de escalones
donde se gestaba el futuro
y el futuro no llegaba,
llegaban las tardes
escupiendo a nuestros pies
las cáscaras del tiempo
nadie notaba que crecíamos
al margen de los días
si el miedo era el mismo, ¿qué nos separó?
para sacudirnos el miedo
hablábamos de otras calles
del tiempo que tardaríamos
en conquistarlas
ahogábamos la risa
en portales oscuros y ajenos
después de apedrear una farola
adivinábamos el futuro
en el eco del ladrido de los perros
al vacío
sabía que existía
porque oí sus muchas voces
muchas veces
tantas veces tan cerca
pendiendo de su eco
como un trapo de un tendedero
al vacío, pensaba
y pensaba en caer
siempre hacia abajo
hoy levanté la vista
hoy lo he mirado a los ojos
