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los perros románticos

En aquel tiempo yo tenía veinte años

y estaba loco.

Había perdido un país

pero había ganado un sueño.

Y si tenía ese sueño

lo demás no importaba.

Ni trabajar ni rezar

ni estudiar en la madrugada

junto a los perros románticos.

Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu.

Una habitación de madera,

en penumbras,

en uno de los pulmones del trópico.

Y a veces me volvía dentro de mí

y visitaba el sueño: estatua eternizada

en pensamientos líquidos,

un gusano blanco retorciéndose

en el amor.

Un amor desbocado.

Un sueño dentro de otro sueño.

Y la pesadilla me decía: crecerás.

Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto

y olvidarás.

Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.

Estoy aquí, dije, con los perros románticos

Y aquí me voy a quedar.

Regreso a la Antártida

no importa hacia donde te arrastre el viento

(Sí. Pero me gustaría ver a Séneca en este lugar)

La sabiduría consiste en mantener los ojos abiertos

durante la caída (¿Bloques sónicos

de desesperación?) Estudiar en las estaciones

de policía Meditar durante los fines de semana

sin dinero (Tópicos que has de repetir, dijo

la voz en off, sin considerarte desdichado)

Ciudades supermercados fronteras

(¿Un Séneca pálido? ¿Un bistec sobre el mármol?)

De la angustia aún no hemos hablado

(Basta ya. Dialéctica obscena)

Ese vigor irreversible que abrasará tus derroteros

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En el Distrito V con los sudacas:

¿Aún lees a los juglares? Sí

Quiero decir: trato de soñar

castillos y mercados cosas de ese tipo

para después volver a mi piso y dormir

No hay nada malo en eso

Vida desaparecida hace mucho

En los bares del Distrito V

gente silenciosa con las manos en

los bolsillos Y los relámpagos

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Estos son los rostros romanos del infierno

Prefiero vivir lejos de todo, dije

No ser cómplice Pero esos rostros contemplan

aquello más allá de tu cuerpo Nobles

facciones fosilizadas en el aire

Como el fin de una película antigua

Rostros sobreimpresos en el azul del cielo

Como la muerte, dije

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De sillas, de atardeceres extra,

de pistolas que acarician

nuestros mejores amigos

está hecha la muerte

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Ahora paseas solitario por los muelles

de Barcelona

Fumas un cigarrillo negro y por

un momento crees que sería bueno

que lloviese

Dinero no te conceden los dioses

mas sí caprichos extraños

Mira hacia arriba:

está lloviendo

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Roberto Bolaño

Los perros románticos

Editorial El acantilado

2011 España

 

 

 


 

 

 

 

 

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