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the twelve mortal men
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The Fork Falls highway is three miles from the town, and it is here the chain gang has been working.
The road is of macadam, and the county decided to patch up the rough places and widen it at a
certain dangerous place. The gang is made up of twelve men, all wearing black and white striped
prison suits, and chained at the ankles. There is a guard with a gun, his eyes drawn to red slits by
the glare. The gang works all the day long, arriving huddled in the prison cart soon after daybreak,
and being driven off again in the gray August twilight. All day there is the sound of the picks striking
into the clay earth, hard sunlight, the smell of sweat. And every day there is music. One dark voice
will start a phrase, half-sung, and like a question. And after a moment another voice will join in, soon
the whole gang will be singing. The voices are dark in the golden glare, the music intricately blended,
both somber and joyful. The music will swell until at last it seems that the sound does not come from
the twelve men on the gang, but from the earth itself, or the wide sky. It is music that causes the heart
to broaden and the listener to grow cold with ecstasy and fright. Then slowly the music will sink down
until at last there remains one lonely voice, then a great hoarse breath, the sun, the sounds of the
picks in the silence.
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And what kind of gang is this that can make such music? Just twelve mortal men, seven of them black
and five of them white boys from this county. Just twelve mortal men who are together.
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los doce mortales
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La carretera de Fork Falls se encuentra a tres millas del pueblo, y allí ha estado trabajando la cuerda
de presos. La carretera es de asfalto, y el condado ha decidido rellenar los baches y ensancharla en
cierto paso peligroso. La cuadrilla está compuesta por doce hombres, todos vestidos con el traje de
presidiarios, a rayas blancas y negras, y todos encadenados por los tobillos. Hay un guardián que lleva
un fusil, y sus ojos no son más que unas rajas encarnadas, a causa de la luz. La cuadrilla trabaja todo
el día; los presos llegan amontonados en el coche de la cárcel poco después del alba, y se los llevan
otra vez en el gris crepúsculo de agosto. Todo el día se oye el sonido de los picos que golpean en la
tierra caliza, todo el día hace un sol duro y huele a sudor. Y todos los días hay música. Una voz oscura
inicia una frase, medio cantada, como una pregunta. Y al cabo de un momento se le une otra voz, y
luego empiezan a cantar todos los presos. Las voces son sombrías en la luz dorada, la música es una
intricada mezcla de tristeza y de gozo. La música va creciendo hasta que al fin parece que el sonido no
proviene de los doce hombres encadenados, sino de la tierra misma o del ancho firmamento. Es una
música que ensancha el corazón, que estremece de éxtasis y de temor a quien la escucha. Y después,
poco a poco, la música va cayendo hasta que al final queda una sola voz, luego un respirar bronco, el
sol y el golpear de los picos en el silencio. ¿Quiénes son estos hombres, capaces de hacer una música
así?.
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Sólo doce mortales, siete muchachos negros y cinco muchachos blancos de este condado. Sólo doce
mortales que están juntos.
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from Carson McCuller’s The Ballad of the Sad Café
del blog La audacia de Aquiles
[aquileana.wordpress.com]
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