campo de hambre cerca de Jaslo

Escríbelo. Escribe. Con tinta normal

en un papel normal: no les dieron de comer,

todos murieron de hambre. Todos.¿Cuántos?

Es una pradera grande.¿Cuánta hierba

le tocó a cada uno? Escribe: no sé.

La historia redondea los esqueletos por decenas.

Mil y uno siguen siendo mil.

Ese uno es como si no existiera:

feto imaginario, cuna vacía,

cartilla abierta para nadie,

aire que ríe, grita y crece,

escalera hacia el vacío que baja al jardín,

lugar de nadie en la fila.

Estamos en la pradera donde se hizo hombre.

Y ella calla como un testigo comprado.

Al sol. Verde. Allá, cerca de un bosque

para mascar la madera, para beber por debajo de la corteza

ración del paisaje de una jornada,

hasta que uno pierda la vista. En la altura, un pájaro

que pasaba por la boca con una sombra

de sus alas nutritivas. Se abrían las mandíbulas,

golpeaba diente contra diente.

De noche, en el cielo, brillaba la hoz

y segaba para los panes soñados.

Llegaban volando las manos de ennegrecidos iconos,

con vacíos cálices en los dedos.

En las púas del alambre

se balanceaba el hombre.

Cantaban con tierra en la boca. Un bello canto

que habla de cómo la guerra llega directamente al corazón.

Escribe qué silencio hay aquí.

Sí.

Wislawa Szymborska

Poesía no completa

La sal, 1962

Edición y traducción de

Gerardo Beltrán, Abel A. Murcia

2ª edición

FCE, México, 2008


 

 

 

 

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