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DESCUBRIR EL POEMA
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Luisa Castro
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1. Poesía y Realidad
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El poema es siempre un descubrimiento, algo que estaba ahí y que aún nadie se había atrevido a formular.
El poema no consiste en palabras, no es su forma lingüística, más o menos sencilla, más o menos compleja, lo que lo define.
Podríamos dar ejemplos innumerables de composiciones construidas con bellas y bien elegidas palabras, y vacíos de poema,
de descubrimiento.
De la misma manera nos vemos sorprendidos por composiciones que nadie consideraría dentro de la categoría de lo poético
y que sin embargo contienen un poema.
Nadie dice lo que es un poema. El poema está ahí.
Existe la ley de la gravedad. Algo tan sencillo como la observación de que los cuerpos tiendan a caerse, no era ni siquiera tenida
en cuenta hasta que Newton la formuló. Hasta él, esa caída se producía sin que nadie pensara en ella.
Del mismo modo, los poemas están ahí, en el aire, entre nosotros, flotando entre los cuerpos, o adheridos a la ropa como los
ácaros, pero invisibles hasta que alguien los descubre y consigue aproximarse a través del lenguaje a su formulación, hasta que
alguien que lo siente, o que lo presiente, o que lo ve, se pone a la tarea de describirlo.
Sería bueno excarcelar al poema de ese mundo privado de las interioridades subjetivas que hasta ahora ha sido considerado
como su territorio por excelencia.
Si a un poeta le preguntan de dónde nacen sus poemas, la respuesta más habitual, y más honrada suele ser: de mis sentimientos.
O bien, de mis experiencias. Pero ni la intensidad de un sentimiento, ni la gravedad de una experiencia garantizan la existencia
de un poema, en absoluto.
Ese sentimiento o esa experiencia subjetiva no son más que los síntomas de la percepción del poema, que como un cuerpo extraño
entra en nuestra alma para alterarla y manifestarse a través de ella. Gracias a nosotros el poema se hace visible y se objetiva, somos
su carne pero no su fuente.
Una vez que se descubre el poema todos podemos apreciar su realidad, su objetividad, y su significado nos concierne directamente
a cada uno de nosotros, como la ley de la gravedad, exactamente.
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Es una realidad que estaba ahí, actuando.
Aunque su única vía de entrada sea el alma, el poema no pertenece al alma, es más bien un cuerpo extraño que la agita.
Podemos decir que el poema es esa cosa que el alma no entiende, algo que hace hablar al alma, que la obliga a expresarse.
Imaginemos la Razón como una mujer parloteadora, o como un señor que para todo tiene explicaciones.
La razón, esa maquinaria incesante que suele estropearse y pasarse de vueltas más de una vez, es sin duda un buen instrumento
para nuestra vida diaria, nos orienta en nuestros objetivos, nos previene de los peligros, nos indica el camino a seguir.
Pero hay muchas situaciones en las que la razón se ve sobrepasada. El dolor es una de esas situaciones.
El dolor difuso, que no se puede muy bien concretar, es algo que la razón no puede explicar.
El amor y su capacidad transformadora es otra situación para la cual la razón no aporta nada.
El amor y el dolor la razón podrá quizás explicarlos, pero no puede comprenderlos porque no los acepta. Son procesos que nos afectan
y que nos dominan, que no dominamos.
¿Cómo podríamos controlar el instante justo en que la vida empezó a ser para nosotros un trago amargo, y cómo tratar de evitarlo, y por qué?
Uno mira atrás y puede aislar momentos de su vida que transcurrían entonces con apariencia de placidez pero que estaban dejando una huella
de dolor. Una pequeña huella de dolor, como la cagada de una mosca, imperceptible, inapreciable, como el descubrimiento del mal o de la muerte,
como el conocimiento de la traición.
Los primeros guiños de la guerra.
La razón, con su parloteo incesante, nos dice que de todo eso se aprende, pero no es cierto, todo eso permanece incomprendido y sellado en
el alma, como sacos de veneno sin abrir.
El alma, a la que imagino muda como una sábana, como un fantasma. El alma no habla porque si hablara su vocabulario sería torpe y soez.
Las palabras le son ajenas, molestas, torpes.
El alma sobrevive en la elocuencia del silencio, en nuestra primigenia y natural condición cósmica, el alma es el único almacén de nuestra memoria
preparado para albergar ese número de experiencias que la razón, es decir, el lenguaje y el logos, no pueden digerir.
Cuando ya la razón parloteadora ha perdido todas las partidas, el alma callada abre sus compuertas y acepta un peso más, una carga más.
Cada uno de esos bultos rechazados por la razón, cada una de esas cargas que el lenguaje expulsa de su sistema de signos, cada uno de esos
sacos de pienso sin abrir, es un poema.
Razón. Ha hecho su aparición la palabra clave. Siempre he pensado que los grandes poetas son seres fundamentalmente razonables,
furibundamente razonadores.
Tanto que hasta intentan razonar aquello que no se puede razonar. Creo que en esa lucha se forja un poeta, en la locura de intentar razonar
lo irrazonable, en la locura de intentar comprender lo que no se puede comprender, en el empeño de dotar de lenguaje a todo aquello que está
fuera del lenguaje.
Ese empeño es lo que el poeta pone de su parte.
Pero hay algo que no está en su mano, y es la percepción del poema. En la percepción del poema el poeta es siempre lo de menos, un segundón,
un elegido a boleo, el primero al que le cae la cagada de gaviota en la cabeza.
El poema es esa cagada, y el poeta pasaba por allí. Luego hay los poetas profesionales, los mejores, aquellos que han elegido ponerse toda su
vida a la intemperie de ese vuelo de gaviotas cargadas de poemas difíciles de digerir.
La poesía está fuera de nosotros, es todo aquello que no comprendemos, lo bello y lo siniestro, lo grande y lo pequeño, lo que se escapa sin decir
su nombre.
Un poema es el descubrimiento de uno de esos sucesos que nos alteran, y su formulación. A donde no llega la razón llega la poesía, y ese es
su terreno, el del descubrimiento.
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2. Poesía y Lenguaje
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Después de lo que acabo de decir pudiera parecer que la poesía no es lenguaje.
Y así es. Para mí la poesía es anterior al lenguaje, es una realidad que todavía no tiene palabras que la expresen. Sin embargo, sólo a través
del lenguaje se hace visible. De un lenguaje nuevo.
Poco importa que las palabras elegidas para descubrir el poema sean sencillas o complicadas.
Creo que aún importa menos la actitud moral del escritor. Como venga armado éste no nos incumbe, ni para qué guerra.
Creo que la actitud fundamental ante un poema, tanto por parte de quien lo escribe como por parte de quien lo lee, es doble:
humildad necesaria para la percepción del poema, y lealtad que permite describir el poema con las palabras que mejor lo pueden descubrir.
Esto es tanto como decir que cada poema tiene su propio lenguaje, su alfabeto único.
De este modo el poema se convierte en pura creación lingüística y así ensancha los límites del idioma. Y es el poema, la realidad concreta que
tratamos de descubrir, el que marca la pauta lingüística que más le conviene.
Habrá poemas que requieran palabras ligeras como pájaros y versos cortos como navajas, y estoy pensando en el Romancero Gitano de Lorca,
y otros que pidan libros enteros y relaciones perifrásticas insondables, como el mismo Lorca en Poeta en Nueva York.
Es el mismo poeta el que se pone en función de su materia, como el científico que trabaja en una dirección u otra en función de su objeto de
estudio. Hasta hoy a esto se le ha llamado escuela, estilo o moda. Seguir las modas, crear moda. La moda del surrealismo, o la moda del realismo.
Está bien. Sin duda las modas tienen su por qué. Son en definitiva métodos diferentes, maneras de tratar la misma materia. Cada vez que nace
una moda nace una manera de ver el mundo. Una moda sólo resulta penosa cuando se exhibe, se profesa, se impone o se convierte en
instrumento de poder.
Un estilo, una escuela literaria, nunca pasan de moda. Pueden renacer eternamente, reinjertarse, releerse. Y eso es lo que hacemos todos los
escritores desde siempre, aprender de todo lo leído, mezclarlo, combinarlo, y tratar de aportar algo con nuestra experiencia. Los más originales
dejan su impronta personal inequívoca, y eso se llama genio literario.
Pienso por ejemplo en Sant John Perse, que abrió un caudal inagotable al surrealismo.
Los menos originales pueden ser más perspicaces y versátiles, como Neruda con sus ojos de águila capturando poemas al vuelo, ahora sencillos
como palos de madera, ahora complejos como los caminos de la termita.
Dado que este Encuentro lleva por título BAJO EL SIGNO DE LA PLURALIDAD, me gustaría hacer hincapié en esto: que el protagonismo de las
escuelas, la mayor idoneidad de una o de otra, es una discusión fuera de lugar hoy.
Siempre se ha escrito de muy diferentes maneras, y un logro poético nunca se puede negar.
Cuando yo empezaba a escribir me recuerdo sondeando todos los caminos que otros poetas me abrían con sus libros.
Mil caminos abiertos es todavía la poesía para mí.
Cada uno de esos caminos lleva a sitios diferentes, lugares en los que pueden agazaparse poemas insospechados, qué difícil era elegir uno
y dejar los otros. En mis dos primeros libros fui surrealista sin querer, cuando el surrealismo ya estaba pasado de moda.
En aquella época el surrealismo, y de eso me enteré cuando llegué a Madrid, estaba ya un poco trasnochado.
Hoy sabemos que el surrealismo es una escuela o una corriente que no se agota en sus iniciadores, sino que se extiende y transforma en otra
cosa, como el realismo. Para mí hoy sigue siendo una puerta de entrada necesaria para llegar al poema, no siempre sino a veces, como forma de
contacto con aquello que percibo pero que aún no comprendo, que desconozco. No me considero una poeta surrealista pura, más bien aprecio
este camino de indagación.
Y desde mi tercer libro, se abren otros caminos, concretos, realistas, con los que mi primer lenguaje entra a veces en diálogo y a veces en colisión.
Unos no anulan los otros, sondean caminos diferentes, y a veces se enriquecen y se apoyan. Mi experiencia es la de dejar que el poema marque la
pauta y exija el ropaje que más le conviene para hacerse ver, pues los poemas tienen su carácter.
Hay poemas insolentes y poemas solemnes, hay poemas retrasados mentales y poemas lince, hay poemas azules y poemas verdes, y también
existen los poemas risueños y los poemas carcajeantes y los poemas tristes y chorreantes como plátanos mojados tras un chaparrón de verano.
Son ellos los que existen, no tú.
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3. Poesía y Moral
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Trato de buscar la relación entre poesía y moral pero no la encuentro.
Entre poesía y moral no hay una relación sino una ecuación. Poesía es Moral.
Intentaré explicarme. Yo siento que cuando escribo un poema estoy aportando un territorio a la moral que hasta ahora no le pertenecía. Yo siento
que cuando escribo un poema me estoy enfrentando con un problema: convertir en moral aquello que está al margen de la moral, hacer moral lo
amoral. Es decir, trato de incorporar a mi conocimiento aquello que queda fuera de él, lo desacostumbrado, lo inespecífico y lo inconcreto, aquello
que no puede ser sometido a ninguna categoría.
Trato, pues, de comprender a través de las palabras aquello que no es comprensible de ningún modo más que a través de un lenguaje nuevo creado
ex profeso, es decir, a través de la estética, de la creación. Creo que es aquí donde estética y moral se juntan. Un poema es moral si es verdadero, es
decir, si es estéticamente verdad, sin tomar en cuenta la materia de la que esté tratando.
De la misma manera, un mal poema, es decir, un poema redundante, un poema sin conexión alguna con la vida, un poema que sólo sea cascajo, es,
y así creo que lo sentimos todos, una agresión moral.
Pasa lo mismo con las acciones humanas, hasta el punto de que uno podría llegar a derivar lo bueno de lo bello y no al revés.
A mí me resulta muy difícil separar lo bueno de lo malo. En muchas cuestiones para mí es muy complicado decir esto es lo que está bien y esto es lo
que está mal. Hacer valoraciones morales resulta siempre confuso.
Por el contrario la belleza es evidente, resplandece, y la fealdad desde luego es también fácil de apreciar.
Creo que los humanos estamos mucho más dotados para apreciar lo estético que lo moral, y creo de veras que a través de la estética se puede
acceder a la moral y no al revés. Poner la estética en función de la moral es hacer que la gente se confunda y pierda el instinto de la belleza.
Pueden decirnos lo que es bueno y lo que es malo, pero nadie puede decirnos lo que es bello, este es un aprendizaje para el que estamos muy
dotados desde que nacemos, y que sin embargo continuamente trata de manipularse.
De la belleza nace la moral y no al revés.
En casi todos los órdenes de la vida, la mala educación se cifra más en cuestiones estéticas que éticas.
¿Quién ha dicho que el hombre es bueno? Yo no lo creo. Yo no creo que el hombre sea bueno ni malo.
Pero sí creo que en nosotros hay un principio de belleza irreprimible.
Yo siento, si concreto, que en mí hay una aspiración a lo bello, y
no siento en absoluto mi bondad. Y quizás esa aspiración a lo bello no sea más que una disposición innata para comprender todo lo que queda
fuera de la razón, para volver, a través de la creación, a ese todo del que fuimos expulsados.
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4. La poesía es búsqueda de placer
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La poesía siempre busca el placer.
Ese placer es el placer de comprender. Con frecuencia ese placer se origina en la necesidad de comprender lo incomprensible.
Lo incomprensible es siempre lo que nos hace daño, lo que no acepta nuestra razón. Ahí es cuando nos tropezamos con el poema, que está fuera
de nosotros, en la Realidad, y con el que chocamos porque nuestra razón no lo acepta.
Los poemas no siempre son piedras de dolor. También pueden serlo de celebración, pero ¿no son acaso las cosas más hermosas las que nos duelen
más porque las sabemos fugitivas en el mismo instante en que se producen?
¿No es acaso vivir ya una profunda conciencia fugitiva?
La poesía, en definitiva, trae al terreno del lenguaje lo que en la vida de los hombres es no lenguaje, es decir, tiempo que huye.
Esta descripción de lo indescriptible (el tiempo) es la poesía, y es una conversión del dolor en placer. Y no es un camino paralelo al logos, sino un
ensanchamiento del logos, del lenguaje. Y no puede nunca estar en función de la moral, sino que ella misma, la poesía, es moral.
Si la poesía es anterior al lenguaje, sólo a través del lenguaje se convierte en moral.
Eligiendo lealmente las palabras que el poema precisa para su formulación, unas palabras que han de estar al servicio de ese suceso que nos
conmueve, de eso que no entendemos y que a través del estudio, del esfuerzo, del empeño, pero también de la observación y de la contemplación y de
la lealtad, podemos llegar a captar. En realidad, cuando uno se pone a la tarea de escribir sólo busca una cosa: el placer.
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