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MISAL CON DIENTES DE AJO
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Era un ajo, y sin saber él mismo cómo, estaba ahí en ese estante del aparador.
Estaba como todo ajo envuelto en gasa; y tenía varios dedos, o hijos, o testículos; apretados
y de tamaño diverso.
Por ellos, bajo la gasa, estaba constituido.
Y en algún lugar de su ser había también un microscópico cerebro con el que iba registrando
todo lo de esa casa, sus acciones y sus seres.
Algunos decían:
-Mira ese ajo. Pero … qué … !
Él quedaba trémulo.
Se obsesionó por la niña de la casa.
La espiaba cuando iba y venía, siempre bajo los velos, blanca como el cristal y el alabastro.
No tendría más de quince, pero por algo que a veces le pasaba por el rostro, representaba treinta.
Llevaba una muñeca y un misal.
Iba por igual a la capilla y a la escuela.
Un día, porque sí, se arrojó en el piso, e hizo ejercicios raros. Él resistió vibrando.
Luego, ella se iba a la alcoba y se cerraban esas puertas.
Muy de tarde, la señora de la casa lo tomó entre los dedos y dijo:
-Pero, este ajo? … A ver … A la olla, ya … ! O qué?
Pero, después, como si hubiese percibido algo extraño lo dejó allí. Él se dijo:
-¡Ah, no! Tengo que proceder. Estoy en peligro. Casi me hierven. Casi …
En eso pasó la niña de paso hacia la alcoba. (Ya había venido la noche negra.)
Se le colgó en los velos.
Ella entró a su cuarto, cerró la puerta, se despojó de todo.
Era blanca y olvidadiza, infinitamente. Y algo lista, también.
Se estiró en la cama debajo de una gasa. Y quedó dormida.
Él esperó un instante y luego con un tic le saltó encima.
Le recorrió el busto, la cintura breve, la barriga dulce.
Encontró el sitio obsceno. Merodeó, golpeó y se introdujo.
Ella dormida, casi clamó a los padres, pero se dio cuenta.
Y fingió seguir durmiendo.
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Marosa di Giorgio
Misales. Relatos eróticos
1a ed.
Buenos Aires
El Cuenco de Plata
2005
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