Portrait of Isabel Rawsthorne
1966
Oil paint on canvas
Support: 813 x 686 mm
frame: 943 x 793 x 59 mm
Tate
Purchased 1966
Se trata de uno de los varios retratos de Isabel Rawsthorne que Francis Bacon pintó;
sabemos que la vida, por sí misma, no echa a nadie, sino que hace funcionar a la gente:
tenemos así una primera referencia que puede sernos útil con este retrato de Isabel.
Sabemos también que la vida, en cambio, sigue mas allá de lo bello y de lo sensato y,
con frecuencia, termina en el momento menos conveniente: deshilachada, incompleta,
prosaica.
Cuando Bacon pone en movimiento inmóvil el cuerpo de un ser humano, quiere producir
un protagonista total: y, en efecto, ahí está Isabel, con todo el peso específico que le
proporciona su rostro deformado y distorsionado que, sin embargo, nos fascina y no
podemos dejar de mirar. No se trata de la fealdad, ni del mecanismo o la causa de las
lesiones que le deforman la cara, sino de algo más básico y más radical: de algún modo
intentamos, involuntariamente, averiguar, entrever, recomponer la forma del rostro intacto,
entero, humano: de las facciones originales de esta mujer.
Necesitamos del lento mundo con todo en su lugar. Apenas soportamos el escándalo de
una cara rota, de la realidad desordenada de un rostro humano. Y volvemos, una y otra vez,
a mirar lo increíble: la deformación de unas líneas que necesitamos puras, perfiladas.
Bacon pone en marcha dentro de nosotros una necesidad que nos supera: que nos duele y
nos fascina, que apenas toleramos pero no podemos dejar de mirar.
Parece realmente difícil que algún día lleguemos a contener el desasosiego de ver esa cara;
también parece difícil que algún día perdamos el automatismo de mirarla y volverla a mirar.
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