Francis Bacon
Turning Figure, 1962.
Oil on canvas
198.2 x 144.5 cm.
Private Collection
En castellano podríamos decir que esta mujer da vueltas sobre sí misma, atornillada o (re)torcida; en el lenguaje
de la pintura de Bacon, quizá es sencillamente así y no necesita dar explicaciones a nadie: el mundo es donde se
baila o se nada o se contorsiona uno, ya está.
No emite señales de estar insegura de cómo se siente, ni de preguntarse cuándo la dejó la infancia —aquella
exactitud—. Por otra parte, ya sabemos que a menudo la vida obliga a hacer algo o a ganarse algún dinero o a
experimentar con uno mismo.
Hay algunos que han nacido para fugitivos y aman el espectáculo, la música, las ciudades extranjeras. Con todo,
es un tanto pueril preguntarse adónde van las cosas y la gente: no van a ninguna parte y, además, ya han llegado.
Hay tiempo para trabajar y tiempo para amar y no hay tiempo para nada más.
Pongamos, por ejemplo, que esta mujer se siente muy grande y muy torpe en la vida real, mientras que en el
escenario lo puede hacer todo con facilidad. O que sabe, sabe que exagerar es el arma.
¿Todo habría sido distinto si la hubiéramos conocido con el aspecto —cabal— de un ser humano? Es posible, pero
¿no es también ella uno de nuestros intérpretes del mundo, y uno de los mejores?
A veces, la verdad se parece mucho a la falta de imaginación; sin embargo, uno cree que, en buena medida,
cierto tipo de amor es esto: la vida secreta, la vida independiente, la vida extraña y la vida sagrada, quizá lejos
de la sociedad.
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