‘Una mujer me espera, ella contiene todo y no le falta nada. Todo lo contiene: cuerpos,

almas, significados, pruebas, purezas, delicadezas, todas las esperanzas, favores, dones,

todas las pasiones, amores, bellezas, delicias de la tierra.

Me alejaré de mujeres impasibles y me quedaré con la que me espera, con aquella de caliente

sangre: veo que me comprende y no me niega. Su cara está curtida por los soles radiantes

y por los vientos impetuosos.

Su carne tiene agilidad y fuerza divina. Es por derecho propio inexorable, serena, clara, segura de

sí misma’. Lo dijo el poeta: el viejo barbudo, Walt Whitman.

Alexis: viva, simpática y con esos ojazos que parecen dos charcos de las aguas de abril.

Sonríe como si no tuviera memoria, como si no recordara los agujeros ni las trampas.

Todas las precauciones son pocas cuando hay que cuidar una mirada, una sonrisa, una simpatía

continua como la de Alexis. Si está en la felicidad, que no baje de allí ni para comprar el pan.

Si está en la alegría, que no salga de allí ni para ir al dentista.

Hay que tomar medidas, muchas medidas, para mantener esa piel suave y ese pelo precioso:

para hacerme soñar, mírame; si tu amor es verdad, mírame; si me quieres matar, mírame: lo dice

la canción, claro, apropiada y oportunamente.

 

 

 


 

 

 

 

 

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