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En semejante melena preternatural, Regina puede hospedar al viento que no termina,
y a la longitud azul del horizonte, y al paisaje de árboles y praderas que se extiende de
sol a sol. Puede ponerse y quitarse la frente y elegir la altura de los hombros.
Su pelo, su cabello, su melena, es una gran situación, una coartada, una cacería a caballo.
Regina siempre está en Versalles y sus parientes siempre tardan.
La mañana, el mar y el meteoro siguen a su melena con banderas. La ceniza universal,
los caracoles colorados y los tibios asnos habitan ese cabello rizado.
En su cosa hermosísima y tremenda cabe: ‘lo lentísimo, lo crispante, lo mojado, lo fatal, lo todo,
lo purísimo, lo lóbrego, lo táctil y lo profundo’ –como dijo el poeta.
Sus amores suceden entre cabellos; entre cabellos van sus sufrimientos a caballo; allí se forman
los anillos corredizos, cuaternarios; entre cabellos crecen los órganos buenos; la gallina pone sus
infinitos, uno a uno.
¿Más? Truena el color oscuro; los pulpos corren entrechocándose; la gente se retrata de pie junto
a su hermano.
Así es la vida: allá, detrás del infinito; así, espontáneamente.
Entre cabellos, los rayos de sol cruzan como tiburones.
Hay tres arcos semejantes y detrás, al fondo, las tumbas imprevistas, allá, cerca, donde está
la tiniebla tenebrosa.
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