A veces las cosas suceden inesperadamente y en los alrededores de nada, escabulléndose

del tiempo de la vida y del espacio del mundo.

De una forma lenta y discreta, sin escándalo, como un terciopelo haciendo terciopelo, en la sala

de estar de cualquier domicilio ciudadano civilizado pueden ir abriéndose con los días los tubos

de un hermoso desagüe, muy despacio: mientras uno ve la tele y lee el diario y se tumba un rato

en el sofá, los tubos se van abriendo paso, se van haciendo un sitio en la pared tierna,

se hacen querer.

Después de un par de años, ya forman parte de la decoración y de las cosas que están;

uno cree que los trajo su suegro del viaje a Estocolmo; ella piensa que fue el amigote raro de él

cuando fue a Madagascar. Son bonitos, se dicen a veces el uno al otro pensando que la

responsabilidad del tuberío es del otro.

El desagüe propiamente dicho cogió a Laura sola en casa, en la siesta de un verano insoportable.

Al principio principio dijo uy qué bien, esto es cosa de Paco, pero al poco rato se dijo que no,

que Paco no hubiera inundado la sala de estar con apestosas aguas residuales. Los tubos parecían

estar en su función, y Laura estaba cansada, muy cansada. 

 

 

 

 


 

 

 

 

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