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Julia está fragante, detenida en el runway y (como) mirando al horizonte del atardecer
o del peligro, con una expresión concentrada o preocupada, aunque tal vez es solamente
que se ha puesto la cara, la careta, la máscara del trabajo, del curro, para hacerse el runway
con seriedad profesional y ahora, al final de la pasarela, otea el espacio como un avezado
cheyenne, aunque más bien va vestida de hermosísima pionera que en cualquier momento
táctico puede ser capturada por los indios, que la desean como botín y como mujer porque
parece una diosa de cabellera rubia y de piel blanca, ay.
Tal vez está viendo cosas que hacen sombra al moverse con el viento; tal vez huele un
aroma delgado como de agua, como de nube o lluvia. O quizá no ve nada preciso, una polvareda
que pasa, una nubecilla rosada y ocre, o la sombra gorda, con toda la gracia caballar andando.
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¿Qué me ha dado, que tengo ojos? ¿qué me ha dado, que cuento mis dos manos y sollozo
tierra y cuelgo el horizonte? –lo dijo el poeta.
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