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La persistencia instintiva de la vida a través de la apariencia de la inteligencia

es para mí una de las contemplaciones más íntimas y más constantes. El disfraz

irreal de la conciencia sirve tan sólo para ponerme de relieve a la inconsciencia que

no disfraza.

Desde el nacimiento hasta la muerte, el hombre vive como siervo de la propia

exterioridad de sí mismo que tienen los animales. No vive toda la vida, sino que

vegeta en mayor grado y de manera más compleja. Se guía por normas que no

sabe que existen, ni que por ellas se guía, y sus ideas, sus sentimientos, sus actos,

son todos inconscientes —no porque en ellos falte la conciencia, sino porque no hay

en ellos dos conciencias.

Vislumbres de tener la ilusión —tanto, y no más, tiene el más grande de los

hombres.

Sigo, en un pensamiento divagatorio, la historia vulgar de las vidas vulgares.

Veo cómo en todo son siervos del temperamento subconsciente, de circunstancias

externas ajenas, de los impulsos de familiaridad y falta de ella que en él, por él y

con él, se incuban como cosa de poco.

Cuántas veces les he oído decir la misma frase que simboliza todo lo absurdo,

toda la nada, toda la ignorancia hablada de sus vidas. Es esa frase que dicen a

propósito de cualquier placer material: «es lo que uno se lleva de esta vida»… ¿A

dónde se lo lleva? ¿Para dónde se lo lleva? ¿Para qué se lo lleva? Sería triste

despertarlos de la sombra con una pregunta como éstas… Habla así un

materialista, porque todo hombre que habla así es, aunque subconscientemente,

materialista. ¿Qué es lo que piensa llevarse de la vida, y de qué manera? ¿A dónde

se lleva las chuletas de cerdo y el vino tinto y la chica casual? ¿A qué cielo en el

que no cree? ¿A qué tierra a la que no se lleva sino la podredumbre que toda su

vida ha sido a escondidas? No conozco frase más trágica ni más plenamente

reveladora de la humanidad humana. Así dirían de sus placeres sonámbulos los

animales inferiores al hombre en la expresión de sí mismos. Y, quién sabe si, yo

que hablo, al escribir estas palabras con una vaga impresión de que podrán durar,

no creo también que la memoria de haberlas escrito es lo que «me llevo de esta

vida». Y, como el inútil cadáver del vulgar a la tierra común, baja al olvido común

el cadáver igualmente inútil de mi prosa hecha atendiendo. ¿Las chuletas de cerdo,

el vino, la chica del otro? ¿Por qué me burlo yo de ellos?

Hermanos en la común ignorancia, maneras diferentes de la misma sangre,

formas diferentes de la misma herencia —¿cuál de nosotros podrá renegar del otro?

Se reniega de la mujer, pero no de la madre, no del padre, no del hermano.

 

 

 

A persistência instintiva da vida através da aparência da inteligência é para

mim uma das contemplações mais íntimas e mais constantes. O disfarce irreal da

consciência serve somente para me destacar aquela inconsciência que não disfarça.

Da nascença à morte, o homem vive servo da mesma exterioridade de si

mesmo que têm os animais. Toda a vida não vive, mas vegeta em maior grau e com

mais complexidade. Guia-se por normas que não sabe que existem, nem que por

elas se guia, e as suas ideias, os seus sentimentos, os seus actos, são todos

inconscientes – não porque neles falte a consciência, mas porque neles não há duas

consciências.

Vislumbres de ter a ilusão – tanto, e não mais, tem o maior dos homens.

Sigo, num pensamento de divagação, a história vulgar das vidas vulgares. Vejo

como em tudo são servos do temperamento subconsciente, das circunstâncias

externas alheias, dos impulsos de convívio e desconvívio que nele, por ele e com ele

se chocam como pouca coisa.

Quantas vezes os tenho ouvido dizer a mesma frase que simboliza todo o

absurdo, todo o nada, toda a insciência falada das suas vidas. É aquela frase que

usam de qualquer prazer material: «é o que a gente leva desta vida»… Leva onde?

leva para onde? leva para quê? Seria triste despertá-los da sombra com uma

pergunta como esta… Fala assim um materialista, porque todo o homem que fala

assim é, ainda que subconscientemente, materialista. O que é que ele pensa levar

da vida, e de que maneira? Para onde leva as costeletas de porco e o vinho tinto e a

rapariga casual? Para que céu em que não crê? Para que terra para onde não leva

senão a podridão que toda a sua vida foi de latente? Não conheço frase mais trágica

nem mais plenamente reveladora da humanidade humana. Assim diriam as plantas

se soubessem conhecer que gozam do sol. Assim diriam dos seus prazeres

sonâmbulos os bichos inferiores ao homem na expressão de si mesmos. E, quem

sabe, eu que falo, se, ao escrever estas palavras numa vaga impressão de que

poderão durar, não acho também que a memória de as ter escrito é o que eu «levo

desta vida». E, como o inútil cadáver do vulgar à terra comum, baixa ao

esquecimento comum o cadáver igualmente inútil da minha prosa feita a atender. As

costeletas de porco, o vinho, a rapariga do outro? para que troço eu deles?

Irmãos na comum insciência, modos diferentes do mesmo sangue, formas

diversas da mesma herança – qual de nós poderá renegar o outro?

Renega-se a mulher mas não a mãe, não o pai, não o irmão.

 

 

 

 

 

Libro del desasosiego

Fernando Pessoa

Traducción del portugués, organización,

introducción y notas de Ángel Crespo

Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Barcelona (España)

Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.

 

Livro do Desassossego

Fernando Pessoa

Composto por Bernardo Soares,

ajudante de Guarda-livros na cidade de Lisboa

Formatado pelo Grupo Papirolantes

 

 

 

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