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Jessica está muy hermosa a pesar del sarouel, que bien, que bueno.
De vez en cuando, sin mucha frecuencia, uno encuentra o reencuentra a una mujer genuina,
original, primigenia, algo así como el prototipo de mujer, si algo tan desafortunado existiera.
Se trata más bien de la súbita sensación –convicción, certeza- de que esa mujer, Jessica en
este momento, tiene algo –quizá un gesto o una actitud, aunque bien puede ser algún rasgo,
una facción o una combinación de esos elementos- que, extraña y absurdamente, actualiza,
reinicia, resetea lo que era -para mí- la belleza de la mujer y me ofrece un nuevo original, aquel del
que las demás bellezas derivarán o serán variantes o versiones –que pueden superar al original
de Jessica, naturalmente.
Se trata, es claro, de un asunto subjetivo e irracional, de establecimiento inmediato, fugaz, casi previo
a la percepción. Con Jessica, el desencadenante del reseteo ha podido ser su pelo o su peinado,
la anchura de la melena. O quizá la boca abierta de ese modo en medio de la anchura de la melena,
del tamaño extendido del pelo. No sé.
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