.

Un hombre joven (EL PIANTAO

lo llamaban en el barrio),

matarife en un pulcro frigorífico del sur,

cayó en el hábito de soñar,en

los atardeceres de los perturbados equinoccios,

que tenía relaciones carnales con equívocas

flores que hubieran desertado de

consabidos bellos jardínes (a quienes

el consideraba impúdicos

antros de clausura).

.

Los pétalos acariciantes lo amaron,

entonces; era un roce fluido como la brisa

que aleatoriamente se desliza en esta zona.

La violencia de la penetración sexual

fue abolida; sólo la perduración de

una tibieza epidérmica lo elevaba

de su fervor encelado, de su

cruenta tarea, de su abusivo fumar.

.

Las constelaciones fueron ignoradas.

La Cruz del Sur fue mera resonancia

de palabras; el viraje ritual, en el

sortilegio que octubre emana

de esplendor floral y su lenta extinción

lo instalaron en el círculo de la magia

obsesiva de lo Unico.

.

Cuando fue acusado por el Sindicato

de los Republicanos Anestesiados

y por la Asociación

Progresista de la Argentina Machista

(APAM), fue condenado a ser

recluido entre las rejas de un poema:

ominoso ostracismo del que no se vuelve.

.

Pero, en prisión, forjó el sentido

de su muerte; la procreación

de la danza de imágenes en

la emersión fulgente de la niñez,

en la explosión florida, y de sus contemporáneos,

los agitados, pálidos seres;

en la altiva petalización de los actos;

en la insurgencia del óvulo del limo,

levemente violenta, de la historia,

donde somos todos en lo Unico.

 

 

 

Aldo Oliva

 

Fábula barrial: primavera

 

 


 

 

 

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