–
–
–
–
–
–
–
Todo tiene que colocarse en un orden casi fulminante con mujeres como Edita, que esta vez parece
una ciudadana más, cotidiana de ropa y entrañable de bufanda gris, normal, común, paseando por
la calle entre personas como ella: qué satisfactoria es la atmósfera del sentido común con la sonrisa
del encanto bien colocada.
¿Por qué en este lugar preciso del espacio infinito y en este instante del tiempo interminable?
Ay, la belleza es difícil y la muerte tiene muchas avenidas.
‘¿Y por una mujer como ésta he hecho yo tantos kilómetros cada mañana?’ –se preguntaba el bueno
de Proust: es difícil la belleza.
Se dice que el amor vive del detalle y procede microscópicamente: ‘contemplé tanto la belleza que mi
vista le pertenece’ –dijo también el poeta.
A este lado de la cabeza de Dios, viendo, mirando a Edita, tengo un miedo práctico, un miedo como el
que me producen los fantasmas de niñas y un olfato duro que huele a muerte o a muerto, que me
oscurece las sienes de lado a lado, tenebrosamente: ¿quién me defenderá de la belleza?
Quizá estoy cautivo en la enorme libertad pero quepo en mi tamaño y con frecuencia mi persona
se sienta a mi lado, mirándome de reojo. ¿Con qué mano tengo que despertar? ¿cuánto tengo que
comprender, y a quién?
–
–
–
–
–
–
–
–
0 comentarios