edita_vilkeviciute

 

 

 

Todo tiene que colocarse en un orden casi fulminante con mujeres como Edita, que esta vez parece

una ciudadana más, cotidiana de ropa y entrañable de bufanda gris, normal, común, paseando por

la calle entre personas como ella: qué satisfactoria es la atmósfera del sentido común con la sonrisa

del encanto bien colocada.

¿Por qué en este lugar preciso del espacio infinito y en este instante del tiempo interminable?

Ay, la belleza es difícil y la muerte tiene muchas avenidas.

‘¿Y por una mujer como ésta he hecho yo tantos kilómetros cada mañana?’ –se preguntaba el bueno

de Proust: es difícil la belleza.

Se dice que el amor vive del detalle y procede microscópicamente: ‘contemplé tanto la belleza que mi

vista le pertenece’ –dijo también el poeta.

A este lado de la cabeza de Dios, viendo, mirando a Edita, tengo un miedo práctico, un miedo como el

que me producen los fantasmas de niñas y un olfato duro que huele a muerte o a muerto, que me

oscurece las sienes de lado a lado, tenebrosamente: ¿quién me defenderá de la belleza?

Quizá estoy cautivo en la enorme libertad pero quepo en mi tamaño y con frecuencia mi persona

se sienta a mi lado, mirándome de reojo. ¿Con qué mano tengo que despertar? ¿cuánto tengo que

comprender, y a quién?

 

 

 


 

 

 

 

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