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Desde que, conforme puedo, medito y observo, he reparado en que en nada
saben los hombres la verdad, o están de acuerdo, que sea realmente supremo en la
vida o útil al vivirla. La ciencia más exacta es la matemática, que vive en la
clausura de sus propias reglas y leyes; sirve, sí, por aplicación, para elucidar otras
ciencias, pero elucida lo que éstas descubren, no las ayuda a descubrir. En las
demás ciencias no es cierto y aceptado sino lo que nada pesa para los fines
supremos de la vida. La física sabe bien cuál es el coeficiente de dilatación del
hierro; no sabe cuál es la verdadera mecánica de la constitución del mundo. Y
cuanto más subimos en lo que desearíamos saber, más bajamos en lo que
sabemos. La metafísica, que sería la guía suprema porque es ella y sólo ella la que
se dirige hacia los fines supremos de la verdad y de la vida —ésa no es una teoría
científica, sino solamente un montón de ladrillos que forma, en estas manos o en
aquéllas, casas de ninguna forma que ninguna argamasa une.
Reparo también en que entre la vida de los hombres y la de los animales no
hay otra diferencia que no sea la de la manera como se engañan o se ignoran. No
saben los animales lo que hacen: nacen, crecen, viven, mueren sin pensamiento
reflejo o verdaderamente futuro. ¿Cuántos hombres, sin embargo, viven de modo
diferente al de los animales? Dormimos todos, y la diferencia está sólo en los
sueños, y en el grado y calidad del soñar. Tal vez la muerte nos despierte, pero a
eso tampoco hay respuesta, sino la de la fe, para quien creer es tener; la de la
esperanza, para quien desear es poseer; la de la caridad, para quien dar es recibir.
Llueve, esta tarde de invierno triste, como si hubiese llovido, así de
monótonamente, desde la primera página de351 mundo. Llueve, y mis sentimientos,
como si la lluvia los abatiese, doblan su mirada bruta hacia la tierra de la ciudad,
donde corre un agua que nada alimenta, que nada lava, que nada alegra. Llueve, y
yo siento súbitamente la opresión inmensa de ser un animal que no sabe lo que es,
que sueña el pensamiento y la emoción, encogido, como en un tugurio, en una
región espacial del ser, contento de un pequeño calor como de una verdad eterna.
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13-12-1932
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Desde que, conforme posso, medito e observo, tenho reparado que em nada
os homens sabem a verdade, ou estão de acordo, que seja realmente supremo na
vida ou útil ao vivê-la. A ciência mais exacta é a matemática, que vive na clausura
das suas próprias regras e leis; serve, sim, de, por aplicação, elucidar outras
ciências, mas elucida o que estas descobrem, não as ajuda a descobrir. Nas outras
ciências não é certo e aceite senão o que nada pesa para os fins supremos da vida.
A física sabe bem qual é o coeficiente da dilatação do ferro; não sabe qual é a
verdadeira mecânica da constituição do mundo. E quanto mais subimos no que
desejaríamos saber, mais descemos no que sabemos. A metafísica, que seria o guia
supremo porque é ela e só ela que se dirige aos fins supremos da verdade e da vida
– essa nem é teoria científica, senão somente um monte de tijolos formando, nestas
mãos ou naquelas, casas de nenhum feitio que nenhuma argamassa liga. Reparo,
também, que entre a vida dos homens e a dos animais não há outra diferença que
não a da maneira como se enganam ou a ignoram. Não sabem os animais o que
fazem: nascem, crescem, vivem, morrem sem pensamento, reflexo ou
verdadeiramente futuro. Quantos homens, porém, vivem de modo diferente do dos
animais? Dormimos todos, e a diferença está só nos sonhos, e no grau e qualidade
de sonhar. Talvez a morte nos desperte, mas a isso também não há resposta senão
a da fé, para quem crer é ter, a da esperança, para quem desejar é possuir, a da
caridade, para quem dar é receber.
Chove, nesta tarde fria de inverno triste, como se houvesse chovido, assim
monotonamente, desde a primeira página do mundo. Chove, e meus sentimentos,
como se a chuva os vergasse, dobram seu olhar bruto para a terra da cidade, onde
corre uma água que nada alimenta, que nada lava, que nada alegra. Chove, e eu
sinto subitamente a opressão imensa de ser um animal que não sabe o que é,
sonhando o pensamento e a emoção, encolhido, como num tugúrio, numa região
espacial do ser, contente de um pequeno calor como de uma verdade eterna.
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Libro del desasosiego
Fernando Pessoa
Traducción del portugués, organización,
introducción y notas de Ángel Crespo
Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Barcelona (España)
Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.
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Livro do Desassossego
Fernando Pessoa
Composto por Bernardo Soares,
ajudante de Guarda-livros na cidade de Lisboa
Formatado pelo Grupo Papirolantes
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