cartas a un joven poeta

rainer maria rilke

 

 

briefe an einen jungen dichter

diez cartas a franz xaver kappus

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Título original: Briefe an eine jungen Dichter

Rainer Maria Rilke, 1903

Traducción: Antoni Pascual i Piqué y Constanza Bernad Ribera

 

 

 

 

5

 

Roma, 29 de octubre de 1903

 

 

Querido y apreciado señor:

 

Su carta del 29 de agosto la recibí en Florencia y ahora, dos meses después, le hablo de ella. Excúseme este retraso, pero no me gusta escribir cartas cuando estoy de viaje, porque para mi correspondencia necesito algo más que el instrumental imprescindible. Requiero algo de silencio y soledad y un momento que no me sea completamente extraño.

Llegué a Roma hace aproximadamente seis semanas, en un tiempo en el que la ciudad era todavía la Roma vacía, calurosa, desconcertada por la fiebre, y esta circunstancia, junto con otras dificultades de instalación de tipo práctico, provocaron que la intranquilidad en torno nuestro no quisiera llegar a su fin: el país extranjero se extendía sobre nosotros con todo el peso de la expatriación.

A esto hay que añadir que Roma (cuando no se la conoce todavía) en los primeros días produce una agobiante tristeza por el ambiente de museo turbio y falto de vida que exhala, por la opulencia de sus pasados sacados a la luz y trabajosamente conservados, de los que se alimenta un mediocre presente; por la falsa sobrevaloración, fomentada por estudiosos y filólogos e imitada por los habitualmente numerosos viajeros de Italia, por todas esta cosas desfiguradas y corruptas que, en el fondo, no son más que restos casuales de otro tiempo y de otra vida que no es la nuestra ni debe serlo.

Finalmente, tras semanas de resistencia diaria, uno se encuentra de nuevo, aunque todavía un tanto confuso, consigo mismo y se dice: no, no existe aquí más belleza que en cualquier otro lugar, y todos estos objetos siempre repetidamente admirados por generaciones, que manos de peón de albañil han restaurado y reparado, no significan nada, no son nada, no tienen corazón ni valor; pero aquí hay mucha belleza, porque en todas partes abunda la belleza. Aguas inagotables, infinitamente llenas de vida, van por antiguos acueductos hacia la gran  ciudad, y danzan en muchas plazas sobre conchas blancas de piedra y se extienden en amplios y espaciosos cuencos, y murmuran de día y realzan su murmullo de noche, que aquí es grande, estrellada y dulce a causa de los vientos. Y hay jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, escaleras de piedra concebidas por Miguel Ángel, escaleras construidas imitando las aguas que caen en declive ancho, surgiendo peldaño a peldaño como de ola en ola.

Con tales impresiones, uno se recoge a meditar, se recupera de nuevo para sí mismo de la multitud pretenciosa que allí habla y habla (¡y qué charlatana es!) y aprende lentamente a reconocer las muy escasas cosas en las que lo eterno, que se puede amar, perdura, y en las que lo solitario permite participar calladamente. Todavía vivo en la ciudad, cerca del Capitolio, no lejos de la más hermosa escultura ecuestre del arte romano, la de Marco Aurelio.

Pero dentro de algunas semanas me mudaré a un espacio sencillo y tranquilo, un viejo ático situado en la profundidad de un gran bosque perdido, retirado de la ciudad, de su tráfago y ruidos.

Allí viviré todo el invierno, y disfrutaré del gran silencio, del que espero el regalo de buenas y laboriosas horas… Desde allí, donde me sentiré más en casa, le escribiré a usted una carta más larga, donde le comentaré sus trabajos. Hoy sólo tengo que decirle (y tal vez es injusto que no lo haya hecho antes) que el libro que me anuncia en su carta (aquel que contiene algún trabajo suyo) no me ha llegado. ¿Le ha sido devuelto, tal vez desde Worpswede? (Pues no está permitido reexpedir paquetes al extranjero). Esta posibilidad es la más convincente, y me gustaría que se confirmara.

Espero que no se trate de un extravío —que contando con el funcionamiento del  correo italiano no sería nada excepcional, por desgracia—. Me hubiera gustado recibir ese libro (como todo lo que me da señales de usted); y los versos, que entre tanto le vayan surgiendo, los leeré (si usted me los confía) y los releeré y viviré tan a fondo y tan sinceramente como pueda.

Con mis buenos deseos y saludos,

 

Suyo,

Rainer Maria Rilke

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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